
Por Álvaro Ayala Tamayo
El presidente Gustavo Petro arremetió contra los expresidentes César Gaviria y Álvaro Uribe por liderar la cumbre nacional contra el comunismo. Les recordó a Pablo Escobar y el paramilitarismo, respectivamente. No sabíamos que para esas reuniones había que pedirle visa al descertificado Petro. Enemigos pequeños y reconciliados anunciaron una gran coalición contra el enemigo grande: el progresismo que se robó el presupuesto del acueducto guajiro y la salud nacional. Están abiertas las matrículas y hay cupo para todos, dice el aviso.
Al jefe de Estado se le olvidó explicarle al país qué tragedia se conmemora hoy. No contó los muertos que su organización terrorista mató. Precisamente un 6 de noviembre se recuerda con dolor inconmensurable el holocausto del Palacio de Justicia, obra planeada y ejecutada por el grupo narcotraficante, secuestrador y genocida M – 19. Con el patrocinio del jefe del cartel de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, los terroristas se tomaron a sangre y fuego las instalaciones del Palacio de Justicia en Bogotá y desde ese mismo día montaron la narrativa para culpar a policías y militares.
Es el viejo cuento del árbol orinando al perro. Precisamente por esa época ni los perros callejeros podían mojar una pared sin permiso del capo Escobar. Tenía infiltrado parte del Estado porque su poder intimidatorio abarcaba todo. Algunos reporteros que cubríamos aquellas noticias no mencionábamos nuestros nombres por miedo a represalias del narco. Todos los grupos guerrilleros y sus homólogos terroristas pedían permiso y dinero a Pablo para actuar. El M-19 no fue la excepción, terminaron socios en esa y muchas vueltas más. Con la muerte de Escobar Gaviria la guerrilla descubrió que el narcotráfico es el negocio, socio. Hoy lo tienen monopolizado.
La historia de Colombia se divide en dos. Antes y después de la masacre del Palacio de Justicia. La espada de Bolívar fue manchada con sangre de las inocentes víctimas ejecutadas por los terroristas del M – 19. En el holocausto se perdieron las vidas de indefensos hombres y mujeres que armados con códigos y máquinas de escribir tenían como propósito administrar justicia sin arrogancia y sin color político. Ese día se rompió la jurisprudencia colombiana. El M – 19 cercenó el derecho del país hasta convertir la espada de Bolívar en un machetazo de injusticias.
En los conciertos semanales de populismo, Petro cree que es sexi hablar de los actos vandálicos de su organización terrorista y no informa que él como presidente es fruto de la impunidad. La semana pasada su ídolo, el criminal de guerra, genocida y asesino, Luiz Ignacio Lula Dasilva, acribilló a 130 personas en Río de Janeiro, y de inmediato, Petro, por las redes sociales le echó la culpa a otro funcionario para lavarle las manchas de sangre al presidente brasileño. De Petro no son ciertas ni las mentiras.
Petro está iracundo porque hay una nueva sede política nacional, la residencia del expresidente Uribe Vélez. A los zurdos les quedó mal hecha la vuelta del carcelazo y ahora lo tienen dirigiendo el «TOCOCE». Todos contra Cepeda. Incluso, se busca atraer al grupo al expresidente Juan Manuel Santos, viejo enemigo de Uribe. Están tan mal y peligrosos los acontecimientos que se van a reconciliar en el TOCOCE. También esperan la recuperación plena de Germán Vargas Lleras para meterlo en el mismo WhatsApp.
La izquierda tiene la esperanza de volver a encarcelar a Uribe. Las apuestas en la calle están 20 a 1, a que la Corte inadmite el recurso de casación interpuesto por el senador Iván Cepeda. Ojalá no les dé por tomarse otra vez el Palacio de Justicia, echar bala y echarle la culpa a Uribe.
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