Por coronel ( r) Carlos Alfonso Velásquez
En estos días celebramos el tradicional día de la raza, el mismo que los hispanos de EE.UU. celebran durante un mes con variadas actividades exteriorizando el orgullo por su raza mestiza, mientras que en países hispanoamericanos gobernados por la izquierda como México y Colombia irónicamente se “celebra” con decisiones gubernamentales que denotan, en el primer caso torpeza diplomática y en el segundo un reconocimiento a los movimientos identitarios: Claudia Sheinbaum decide no invitar al Rey de España a su posesión y Petro hace más de un año quiso renombrar el 12 de octubre como el “Día de la Diversidad Étnica y Cultural”, como si nuestro mestizaje étnico y, en menor medida, cultural, nunca hubiera ocurrido. En otras palabras, con ese cambio de nombre Petro, una vez más, promueve la fragmentación social que tanto le agrada y no la unidad nacional. En fin, pareciera que los líderes “progresistas” no han leído la abundante literatura que en las últimas décadas ha desenmascarado la “leyenda negra” construida contra la hispanidad.
Dicha distorsión de la historia se sustenta en tres pilares. En primer lugar, hay quienes sostienen que en la América descubierta por España ya existían estados nación prehispánicos como el de los aztecas, los Incas o los Chibchas, los cuales fueron destruidos. La realidad historiográfica es que dichas conformaciones políticas indígenas no existían como proyecto o ideal nacional. El Reino de Castilla presidido por la Reina Isabel la Católica, descubrió América y emprendió la conquista para extenderse, evangelizar y civilizar estas tierras. Y, durante los tres siglos de unión en el período de la colonia, gran parte de América fue la porción más extensa de la monarquía. Nuestros estados nacionales solo nacieron como tales por el colapso en América de la monarquía española.
Consecuente con lo anterior hay otro pilar de la “leyenda negra”. Aquel que muestra a España como una potencia de ocupación. Aquí la falsedad salta a la vista porque como quedó dicho no pudo haber ocupación de un estado nacional sobre otro, El concepto de ocupación proviene del imperialismo decimonónico de extracción y explotación al estilo británico, francés, belga u holandés que se dio en África e Indochina mediante coerción e imposición militar. En cambio, el Reino de Castilla dilata su naturaleza política, jurídica, religiosa y militar a los territorios de las indias, convirtiéndo estos en unas nuevas castillas. Tanto así que la mayoría de los españoles que vinieron a colonizar estas tierras jamás regresaron a la península, razón por la cual se dio un enriquecedor proceso de mestizaje entre peninsulares, indios y negros cuya sustancia subyace en nuestra identidad nacional que, aunque soslayada, existe.
El tercer pilar es el que recurrentemente atribuye la causa de nuestros males a la “violenta y arbitraria culturización española sobre los indígenas”. Independientemente de los errores y aciertos de España durante tres siglos, el atribuirle la responsabilidad por nuestros males no deja de ser un facilismo ideológico convertido en pretexto para que los que han estado y están a cargo de los estados hispanoamericanos se hayan tratado de lavar las manos durante dos siglos de vida independiente, negándose a aceptar que los errores y aciertos que hemos tenido son nuestros y no de los españoles.
Aún más, hoy día hay suficiente argumentación documentada convertida en tesis que coloca en entredicho el discurso de “la opresión indígena” realizada por los españoles. Sintetizando, la mayoría indígena luchó al lado de los realistas durante la Guerra de Independencia pues querían defender las leyes y derechos que les había otorgado la Corona Española y sabían que si se imponía la voluntad de los independentistas los privilegios serían abolidos, como efectivamente ocurrió. Así pues, ¿cómo es posible que si España los oprimía los indígenas lucharan a su lado? La respuesta es irónica: no estaban realmente oprimidos, sino que además tenían leyes y derechos que excluían a los demás ciudadanos en estas tierras.
Lo cierto es que en uno y otro bando se alinearon gentes de las distintas capas de la sociedad colonial: hubo españoles patriotas y criollos realistas; y hubo indígenas, negros y mulatos patriotas y realistas. Pero los miembros de los grupos étnicos, más activos políticamente, fueron propensos a alinearse con los realistas. Preferían seguir sujetos a un rey lejano y paternalista que desde el comienzo los había declarado «vasallos libres». Las “Reales Audiencias” tenían como uno de sus principales deberes la protección de los indios.
En contraste, la alternativa ofrecida por nuestros independentistas resultaba no solo incierta sino también amenazante para los indígenas puesto que aquellos habían promovido la abolición de los resguardos, los cabildos y los pueblos de indios bajo el argumento de la “igualdad ciudadana” proveniente de la Revolución Francesa.
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