Por Eduardo Frontado Sánchez

Como seres humanos, es inevitable asociar la muerte con un profundo dolor, especialmente cuando se trata de alguien cuyas ideas y acciones buscaban transformar un país hacia algo mejor. La noticia del fallecimiento del senador Miguel Uribe Turbay es un trago amargo, no solo para su familia y amigos, sino también para Colombia entera. Sin embargo, en su honor, tenemos la responsabilidad de transformar ese dolor en una fuerza que nos impulse a ser agentes de cambio, a construir un mundo más humano, donde la envidia, la ambición desmedida y el ansia de poder cedan ante la razón, la paz y la capacidad de discernir sin que ello nos cueste la vida.

Tal vez la misión de Miguel Uribe Turbay en esta dimensión fue breve, pero su impulso de cambio y su visión seguirán inspirando desde otro plano. Su partida, estoy seguro, despertará en muchos ciudadanos la urgencia de poner en la balanza el bien y el mal que determinan el rumbo de un país. Los grandes cambios no siempre se gestan desde lo tangible; muchas veces se originan en el plano de las ideas, de la conciencia y del ejemplo.

La verdadera eternidad de un ser humano no está solo en el legado de su carrera, sino en el legado espiritual y transformador que deja a su paso. Personalmente, no siempre he compartido la forma en que algunos líderes ejercen la política, pero debo reconocer que Miguel Uribe Turbay representaba una manera distinta: más humana, más cercana, más empática con la gente.

Espero que, con su partida, la sociedad colombiana haya aprendido que el liderazgo que necesitamos no se mide solo en capacidad técnica o discurso, sino en humanidad, coherencia y compromiso con el bien común. La violencia, en cualquiera de sus formas, no es un arma constructiva; por el contrario, nuestras ideas y convicciones tienen mucho más poder para transformar que cualquier instrumento de destrucción.

No permitamos que la deshumanización nos gane terreno. Construyamos una sociedad más solidaria, menos violenta y menos envidiosa, pero más firme en sus ideales, más decidida en sus convicciones y más valiente en la determinación de construir un país mejor. Ese, sin duda, sería el mejor homenaje que podríamos rendirle a Miguel Uribe Turbay.

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