Por Eduardo Frontado Sánchez

Hablar de la Navidad es hablar de una pausa necesaria en medio del ruido cotidiano. Es ese momento del año en el que, casi sin darnos cuenta, el tiempo parece desacelerarse y nos permite mirar hacia adentro, reencontrarnos con lo humano y reconectar con tradiciones que dan sentido a nuestra historia personal y colectiva.

En un mundo donde la tecnología está siempre al alcance de la mano, resulta indispensable detenernos para reconectar con el verdadero significado de los valores familiares: aquello que nos sostiene. Son los abrazos sin explicación, los silencios compartidos y la presencia sincera los que suplen necesidades profundas. La Navidad nos recuerda que no basta con dar cosas materiales; es momento de ofrecer tiempo de calidad, de demostrar con gestos cuánto amamos a quienes nos rodean y de tender puentes donde las tradiciones se impongan a nuestras diferencias como humanidad.

Uno de los grandes privilegios que me ha dado la vida es ser venezolano y amar profundamente a Colombia. Respeto, desde lo más hondo de mi ser, haber crecido y formarme en Venezuela, país que sigue siendo la base de todo lo que hago. Colombia, por su parte, representa crecimiento: aquello que comienza como un anhelo y termina por convertirse en realidad; una paz que, de distintas formas, todos necesitamos.

Por eso, durante los diciembres que pude vivir allí, mientras compartía hallacas —tradición venezolana por excelencia— también abracé costumbres colombianas como el Día de las Velitas o el ritual de comer buñuelos. Todas estas tradiciones, en su conjunto, nos llaman a permanecer en el afecto, la gratitud y la esencia más pura del ser humano.

La Navidad es también un tiempo de introspección. Muchos aprovechamos estos días para poner en papel las metas del año que comienza, entendiendo que, aunque algunas no se hayan cumplido, depende de nosotros que las del nuevo ciclo se materialicen.

Confieso, además, que me conmueve profundamente el ambiente que se vive durante la novena de Navidad. No se trata solo de agradecer a Dios por lo que tenemos, sino de una oportunidad para reflexionar y repensarnos: quiénes somos, cómo vivimos y qué lugar ocupa la esencia humana en tiempos tan acelerados y atropellados como los actuales.

Con este artículo te invito a reflexionar sobre cómo podemos recuperar, como humanidad, la importancia de las tradiciones, de lo humano y de la calidez necesaria para entender el nuevo año como una oportunidad invaluable para cumplir sueños, metas y objetivos.

Creo que, como sociedad, el mayor regalo que podemos darnos esta Navidad es preguntarnos cuán humanos hemos sido en 2025 a través de nuestras acciones, y cuán humanos podemos ser en 2026. Qué hemos aprendido y cómo podemos traducir esa humanidad en realidades concretas, sin perder nuestra esencia, nuestros afectos y nuestras tradiciones.

En Navidad, dar un regalo no tiene que ver únicamente con lo material —que queda en segundo plano— sino con la importancia de tener un detalle genuino con quienes más amamos. Lo material no nos hace más humanos; en cambio, expresar con gestos que alguien nos importa sí marca la diferencia.

Esta Navidad es una oportunidad para transformar el amor en acciones que perduren en el tiempo y hagan sentir al otro cuán importante es para nosotros. Recordemos siempre que el amor hacia quienes amamos es infinito e incondicional, y que lo humano nos identifica mientras lo distinto nos une.

Feliz Navidad y un próspero año 2026.

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