Por Eduardo Frontado Sánchez

Durante toda mi vida, he sido consciente de la fortuna que me rodea y de las bendiciones que he recibido. Sin embargo, si tuviera que destacar un aspecto central de mi personalidad, sería el miedo arraigado a los cambios y lo desconocido. A lo largo de mis 36 años de vida, he aprendido que la terapia es la herramienta fundamental para contrarrestar los efectos de mi condición física y liberarme de limitaciones autoimpuestas. No obstante, he descubierto que, si bien la terapia es mi aliada, también es crucial reconocer que su enfoque rígido puede generar desgaste con el tiempo.

El punto de inflexión en mi búsqueda de una perspectiva diferente llegó tras una visita médica, donde mi madre expresó las preocupaciones que tenía sobre mi resistencia a la terapia tradicional. Mi doctora y mi madre decidieron explorar otras opciones, lo que nos llevó a un estudio de pilates, donde conocí a Idelson, mi entrenador. Al principio, mi reacción ante este cambio no fue la más positiva, pero con el tiempo, he llegado a comprender que este giro en mi camino trajo consigo una nueva visión y una perspectiva innovadora sobre la terapia y el entrenamiento.

Idelson ha sido un pilar esencial en mi vida desde 2014. Inicialmente, un entrenador, ha evolucionado hacia un amigo cercano, cimentando nuestra relación en el respeto mutuo y la empatía genuina. A diferencia de la misericordia, Idelson nunca ha cedido ante las dificultades, y eso ha sido fundamental para mi crecimiento personal. Su filosofía de vida gira en torno al cambio como elemento fundamental, una idea que una vez me asustaba, pero que ahora abrazo con entusiasmo. Cada ajuste y cada innovación que él introduce en nuestro entrenamiento tienen un objetivo claro: mi progreso integral, tanto físico como humano.

En cada encuentro con Idelson, descubrimos puntos de conexión que trascienden el papel de entrenador y alumno. Esta similitud de pensamientos no solo hace que nuestros entrenamientos sean efectivos, sino también gratificantes, a pesar de su exigencia constante. Se dice que las personas que más exigen son las que más dejamos huella, y en mi caso, esta afirmación cobra vida en la relación que comparto con Idelson.

Sin embargo, no solo valoro a quienes me impulsan a superarme, sino también a quienes me acompañan en todo momento. La sinergia entre mi madre, quien lidera este equipo, y Idelson, crea un ambiente propicio para el progreso y la mejora constante. Entiendo que el éxito no se alcanza sin esfuerzo, y ambos desde sus campos, saben cómo motivarme hacia un futuro más prometedor.

Mi mayor lección de vida a través de esta experiencia ha sido transformar el entrenamiento de una tortura en una fuente de diversión. Agradezco profundamente la oportunidad de haber cruzado caminos con Idelson, quien ha redefinido mi percepción sobre el entrenamiento y me ha impulsado a colaborar con mi madre en la construcción de un futuro brillante.

En última instancia, mi historia es un testimonio de cómo el miedo al cambio puede transformarse en el motor de la superación personal. A través de la terapia, el entrenamiento y la apertura a nuevas perspectivas, he abrazado un enfoque más dinámico hacia la vida. Cada paso en esta travesía ha sido esencial, y debo mi gratitud a todos aquellos que han sido parte de mi transformación.

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