Por Eduardo Frontado Sánchez

Los años 2014 y 2015 representaron un período de profundo aprendizaje y desafíos inesperados en mi vida. Un momento oscuro se abatió sobre mi familia cuando mi madre desarrolló una enfermedad que llevó un año y medio diagnosticar debido a sus múltiples síntomas y consecuencias.

Esta enfermedad fue un golpe de shock y una confrontación con la vida misma. Me encontré en una encrucijada, debatiéndome entre dos asuntos de vital importancia: ayudar a la persona que me lo dio todo, mi madre, quien siempre apostó por mí sin mirar atrás, y preguntarme cómo sobreviviría si ella no estuviera. En diciembre de 2014, recibimos la noticia devastadora de que mi madre necesitaba con urgencia un despistaje de cáncer debido a su deterioro físico y los síntomas que la aquejaban, afortunadamente este diagnóstico estaba equivocado y su enfermedad fue un tumor benigno en la glándula suprarrenal derecha.

A pesar de todos los desafíos, mi madre tomó la valiente decisión de viajar a los Estados Unidos, donde residen mi hermana y mis sobrinos, presumiblemente para despedirse de ellos. Lo que más admiro es cómo, a pesar de su enfermedad, siguió manteniendo su carrera profesional y velando por mi calidad de vida sin perder un solo instante de lo que estaba sucediendo en el mundo. Su determinación nunca flaqueó.

Este período marcó mi vida de una manera profunda. Cuando llegó el momento en que mi madre ya no pudo bañarme debido a su enfermedad, me enfrenté a una difícil realidad. Sin embargo, me recordé a mí mismo las lecciones que mi madre me había inculcado desde una edad temprana: enfrentar los problemas con valentía. Decidí cumplir con su solicitud de no perder calidad de vida, aunque me costara mucho.

Nunca antes había comprendido por qué mi madre insistió tanto en entrenar mi mente desde temprana edad para enfrentar los desafíos. Pero en ese momento, me di cuenta de que debía demostrar que ella no se había equivocado en nada de lo que había hecho. Utilicé las herramientas que me había enseñado a lo largo de mi vida para ayudarla y avanzar juntos.

Gracias al dedicado trabajo de los doctores Luis Arturo Ayala y Vicente Lecuna, la enfermedad tuvo un final feliz. Aunque el peso de ver a la persona que amas deteriorarse sin poder ayudarla y sentirte solo en este difícil camino fue abrumador, esta experiencia nos unió aún más como madre e hijo.

No puedo terminar este artículo sin expresar mi profunda gratitud por tener a mi madre, a quien denomino la «mujer maravilla», a mi lado. Luchar y vivir a su lado fue un honor y una lección de amor. Gracias, mamá, por mostrarme de qué estás hecha y por ser siempre un faro de amor en mi vida. Te amo profundamente. Esta experiencia ha reforzado mi fe en Dios y en que siempre podemos superar cualquier desafío con amor y determinación.

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