Por: Hernán Alejandro Olano García.
«Salvar la Fraternidad – Juntos», es una carta escrita en italiano e inglés por un grupo de diez teólogas y teólogos, por iniciativa de monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, y por monseñor Pierangelo Sequeri, decano del Instituto Teológico Pontificio Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia, dada a conocer esta semana.
El texto hace un llamado a crear una «fraternidad intelectual» que rehabilite el alto sentido del «servicio intelectual» por el que los profesionales de la cultura. Una intelectualidad que no levite, que no sea una clase aristocrática que mire seudo intelectualmente a los demás, como ocurre con algunos, por lo cual, se insiste en que ella, al igual que «La Iglesia no es una aristocracia espiritual de elegidos, sino una tienda hospitalaria que guarda el arco iris de la alianza entre Dios y la criatura humana. La fe aprenderá a habitar los lenguajes del mundo secular, sin perjuicio de su anuncio de la cercanía de Dios».
La carta tiene su origen en el análisis de la encíclica ‘Fratelli tutti’ que anima a imaginar la nueva perspectiva del diálogo como la declinación efectiva y necesaria de una fraternidad intelectual al servicio de toda la comunidad humana.
El texto se divide en un preámbulo, i) El kairos actual de la fe; ii) Los signos globales de la crisis; iii) La teología del bien común; iv) Un llamado a los discípulos; v) Carta abierta a los sabios y, un epílogo.
En ese quinto capítulo, se pide humilde, pero firmemente a los intelectuales de nuestro tiempo que depuren la cultura dominante de cualquier concesión complaciente a los espíritus conformistas del relativismo y la desmoralización.
“Los pueblos ya están bastante agotados por la arrogancia de la tecnocracia económica y la indiferencia hacia lo humano compartido: la idolatría del dinero se ha convertido en una ideología sofisticada y esquiva, capaz de mil justificaciones racionales y dotada de medios extraordinarios para afirmarse. Les rogamos, en primer lugar, que no ofrezcan a la injusticia del dinero la complicidad de la razón y el pensamiento, de la ciencia y el derecho”, agrega el documento, solicitando que se devuelva al conocimiento humano el honor de su rectitud y la carga de su responsabilidad.
Señala que los viejos fantasmas están regresando – o al menos reviviendo inesperadamente -: racismo, xenofobia, familismo amoral, selección de élite, manipulación demagógica, desconfianza de la comunidad y desmoralización del individuo. Sin embargo, hay millones de personas -hombres y mujeres- que, cada día, se dedican a cumplir sus compromisos, a honrar su palabra, a criar dignamente a sus hijos, a ser de ayuda a la comunidad a la que pertenece ya la hospitalidad del extraño.
Claro que como dicen, “el vivo vive del bobo”, porque “la cultura no es generosa con estos millones: a menudo incluso se burla de su ingenuidad, su generatividad, su disponibilidad. Les hace sentir anticuados. No fomenta la admiración por la belleza de su dedicación. Encuentra su sobriedad anómala y se maravilla de su generosidad. No soporta el entusiasmo de una visión de lo humano en la que todos puedan enorgullecerse de ser reconocidos como participantes: precisamente porque redescubren la alegría de apoyar juntos la lucha contra sus depresiones y apasionarse juntos por sus conquistas”, haciendo un extenso llamado a no burlarse del nombre de Dios, representado en las personas, en los prójimos, que viven fiel y firmemente su fe.
Y se preguntan los autores de la Carta: “¿Acaso nosotros mismos, pensadores internos o externos a la fe, nos hemos comprometido como Don Quijote en el torneo obsesivo de la razón y la fe –donde se nos asigna alternativamente el papel de molinos de viento– no hemos descuidado con culpabilidad a las verdaderas víctimas de nuestro academicismo innecesariamente polémico?… La historia humana, antes de ser la historia de gobiernos y administraciones, de imperios y guerras, de tecnologías y conquistas, es historia de alianzas de vida y de fraternidad en camino”.
Por tanto, hace un llamado a la Iglesia, a reconsiderar, con una mirada más humilde y sin escrúpulos, al mismo tiempo, qué sueños y qué visiones alimentó realmente, qué invocaciones e intercesiones hizo circular realmente, qué honor y qué dignidad ha sabido concretamente cómo adentrarse en la dramática condición humana de los individuos y los pueblos, de la humana communitas que debe habitar la tierra dignamente y hacer todo lo posible para no habitarla en vano.
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