Por Guillermo Romero Salamanca
En forma nívea el poeta José Ignacio Ospina describió a Buga con sus estrofas que hoy miles de personas entonan a diario:
Entre azules montañas andinas
De natura prodiga ferviente
Los tesoros de un cielo esplendente
Sus bellezas y gracias divinas.
¡Cuántos sublimes recuerdos tenemos los foráneos de Guadalajara de Buga! Ha sido una bendición celestial tener la oportunidad de recorrer sus calles, contemplar sus eternos paisajes, respirar el ambiente con los cadmios y sus centenares de flores en sus taciturnos crepúsculos, cantar bajo la enamorada luna, degustar sus manjares pletóricos de cariño y estrechar la mano acogedora de los bugueños.
Asombra ver a los turistas que extasiados llevan sus placas fotográficas al lado de la Basílica, del Milagroso, de cada uno de los parques, al lado de la ermita, de sus viaductos floridos, pero, sobre todo, bajo la sombra esplendorosa de un guayacán que se roba las miradas por su fortaleza, donaire, enramado y sin igual florido.
Ese guayacán simboliza hoy a la gran recordada Vivian Carbonell de Rengifo y ella, en verdad, fue un verdadero “palo santo” y con las mismas características que empleó Charles Dickens en su novela “Casa desolada”, al hacer como referencia a uno de sus personajes como un “guayacán” como un elogio a su extrema firmeza y dureza de su fisonomía, debemos decir ahora que Vivian un ser humano de madera fina, hecha para las más sobresalientes obras de arte, fuerte, aguerrida y dócil.
Echó sus raíces en esta bondadosa tierra, creció hacia los cielos, extendió sus ramas, llenó de sombra a decenas de amigos, conocidos, visitantes, pero sobre todo a los participantes del majestuoso Festival de la Canción de Buga, a quienes les dio atenciones de una sinigual chaperona, que hoy la recuerdan, mientras limpian las mejillas humedecidas por aquellos momentos vividos llenos de alegría, compañía y camaradería que impartía Vivian.
Vivian, al igual que el guayacán de marras, no pasaba desapercibida y florecía e iluminaba las estancias. Era ágil en sus tareas, perfeccionista quizá, estricta, respetuosa, exigente, pero conjugó en primera persona verbos como atender, apoyar, trabajar, responder, asumir, pero sobre todo amar. Quiso a su familia, sus hijos y a su esposo de manera ejemplar. Amó a la ciudad que la acogió y entregó su dedicación a un encuentro musical que le ocupaba buena parte del año.
Mujer de retos, con temple, firme, pero con una sonrisa delgada acompañada del brillo de sus ojos de miel.
Gracias a sus años de labor deja frutos por doquier. Es toda una historia de respeto y de ejemplar laboriosidad. Entregó una vida dedicada a la música, a los cantantes, compositores y a quienes de alguna forma mostraron a su lado aspectos del arte.
Hoy, quienes amamos a esta ciudad, les pedimos de manera respetuosa, que continúen con el Festival, que saquen adelante esos sueños de Vivian, que prolonguen la capacidad para dar a conocer a nivel mundial este encuentro. Si así lo determinan los bugueños, las autoridades civiles y la Junta directiva de este sin igual evento, les solicitamos que el Festival Internacional de la Canción lleve el nombre de Vivian Carbonell de Rengifo.
Las nuevas generaciones deben saber que ella quiso con locura a Buga, que entregó sus mejores días al Festival, que recorrió kilómetros en pro de la imagen positiva de la ciudad y que tuvo decenas de amigos que compartieron sus alegrías, sus carcajadas, sus tristezas, pero también su empeño por hacer las cosas bien.
Vivian estará siempre en el corazón de los bugueños, pero también en el recuerdo, la nostalgia y las notas de autores e intérpretes que llevan mensajes de amor y cariño, inspirados en el guayacán de la vida.
Señor Dios omnipotente. Gracias por sus bendiciones, por su infinita misericordia y siempre le agradeceremos por habernos permitido conocer a la Gran Vivian Carbonell de Rengifo, la inolvidable Señora de Festibuga.
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