Por Diego García MD CEO EPYSTEMY.

Cuántas veces escuchamos y decimos: “solo sé que nada sé”, frase atribuida al filósofo griego Sócrates, es una cita simple de decir, pero de forma paradójica compleja de entender y aplicar. 

En la vida cotidiana usamos un “NO SÉ” como respuesta a muchos de nuestros problemas, por ejemplo: no sé qué me pasa, no sé qué tengo o simplemente no sé.  Lo único que sabemos es que algo no está bien, algo nos ocurre.

Cuando damos esa respuesta corta pero poderosa a nivel inconsciente, podemos darla por dos situaciones: en el primero evadimos el tema y en el segundo no conocemos la respuesta. Si no sabemos nosotros, entonces, ¿Quién sabe? El mayor experto en nuestra vida, somos nosotros mismos; sin embargo, no contamos con las herramientas adecuadas para explorar nuestra vida, pensamientos y mente.  Detrás de un “no sé”, que se asemeja a la superficie de un lago, se esconde toda una cantidad de situaciones y programas mentales que marcan nuestro comportamiento y conductas diarias. 

NO TENGO NADA QUE DECIR

Si respondemos con grosería o de mal genio ante una situación, lo hacemos de acuerdo a esos programas o cadenas neuronales que se han formado en nuestro cerebro durante el desarrollo, desde una temprana edad, así como aprendimos a escribir, sumar y montar en bicicleta, aprendimos a dar respuestas emocionales que hoy en día gobiernan nuestra vida y justificamos con expresiones como: “es que así soy yo y no voy a cambiar”. Nosotros podemos cambiar si queremos.

Saber que no sabemos y reconocer eso con humildad, nos permite sentar un precedente, da un punto de partida orientado hacia un cambio. Lograr ese reconocimiento a nivel intelectual o emocional requiere de un trabajo constante y profundo, es sumergirse en el lago para buscar ese gran tesoro que puede ser: paz, felicidad, amor o tranquilidad. 

Si le preguntamos a alguien que hay en la profundidad de un lago, puede responder por lo que ha visto en televisión, ha leído o por lo que le han contado, pero no tiene la certeza de cómo sea realmente, salvo que se haya sumergido hasta la profundidad. Lo anterior pasa en nuestras vidas, creemos que nuestro interior es como el de los demás, vivimos por las experiencias de otros, a partir de las cuales generamos teorías y soluciones a nuestros problemas. Por ende, no encontramos una solución verdadera a nuestros conflictos, especialmente los emocionales. 

Todos los lagos comparten características similares, pero cada lago es diferente y cambia con los años, eso mismo pasa con las personas, somos parecidos en varios aspectos y hasta compartimos una cultura, pero cada uno tiene características particulares.

Si no sabemos nadar o nunca nos hemos sumergido en un lago, podemos enfrentarnos a dos escenarios: hacerlo solos, con el riesgo de ahogarnos; o solicitar instrucción a una persona experimentada como lo puede ser un buzo, que nos ayude y nos muestre: el equipo, la técnica y el camino, pero, aun así, depende de nosotros aprender los conocimientos necesarios y aplicarlos de manera certera y precisa para lograr llegar al fondo del lago. 

De nada nos sirve que el buzo solo nos cuente como es el fondo del lago, pues estaríamos viviendo a través de la experiencia de otro. Eso pasa en nuestras vidas, nos acecha un temor a explorar nuestro interior, y si lo hacemos de la forma inadecuada nos ahogamos o simplemente dejamos de nadar y continuamos en la zona de confort, esa zona de conflictos en la que estamos acostumbrados a vivir.

Las experiencias de otros nos pueden ayudar muchísimo, pero finalmente recorremos de forma individual el camino, y es muy importante conocer nuestro pasado para no repetir los errores. Reconocer que no lo sabemos todo, que estamos en un punto en el cual necesitamos un guía y dejar a un lado la soberbia, es una forma de encontrar nuestro camino, de conocer la profundidad de nuestro lago, de encontrar nuestro gran tesoro. Es una forma de limpiar ese lago de superficie clara, pero que se vuelve turbio y oscuro cuando cae una piedra, mueve todo el lodo y se pierde esa claridad. 

Debemos ser como el lago de superficie y fondo claros, que acepta las piedras sin cambiar, que convive con su entorno, en una simbiosis de dar y recibir.

Reconocer dónde estamos, evita que nos castiguemos constantemente con reproches, palabras que nos descalifican y actitudes que nos lastiman, que afectan e impactan en nuestra autoestima y, por ende, en nuestra relaciones con los demás. Saber que estamos en un punto A para movernos hacia el punto B, el C o el que cada quiera, es el inicio de nuestro camino. 

En la oración, en la meditación, en un espacio a solas, escribiendo o hablando, debemos permitir explorar un poco las profundidades del lago, para conocernos de una forma real.  Que las ondas que genera nuestro lago interior, sean ondas de energía positiva que impactan en nuestras vidas y en las de los demás. 

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