Por Guillermo Romero Salamanca

Para la décima edición del Festival Internacional del Humor de 1993, Alfonso Lizarazo invitó, entre otros humoristas a Luis Edgardo Navarro Balles, conocido como Lucho Navarro.

Como en ocasiones anteriores, le acompañamos en una jornada de su diario quehacer.

Para tener una buena garganta, Lucho Navarro se cuidaba el estómago. Desayunaba con un emparedado, unas papas fritas y un café con leche, mientras iba va soltando sonidos un poco indescifrables, que le servían como modelos para sus futuros e improvisados ruidos.

Siempre traía un espectáculo con el cual se presentaba en cada una de las ciudades que lo invitaban. Esa mañana preguntaba también por algunas personas y formas de hablar en Colombia. ¿Cómo se les dice acá a los coches?, “carros”, le respondíamos y así, mientras se actualizaba iba acomodando su libreto.

Luego, cargaba en un portafolios las partituras para un piano, dos trompetas, un trombón, dos saxos, un bajo y una batería, camina por la calle de los artistas –como se llamaba a la Avenida 19—en pleno centro de Bogotá—y se dirigía al lugar de ensayos.

Las personas que cruzaban a su alrededor veían al diminuto personaje que le saltaban los ojos constantemente, que se dirige sonriente y se cuestionan. ¿No es este Lucho Navarro? Algunos, tímidamente, se le acercaron para que por “favor le firmara un autógrafo”. Otros, simplemente se limitaban a observarlo caminar.

Era un humorista de 24 horas.

Comenzaba el ensayo. Los músicos afinaban sus instrumentos. Francisco “Pacho” Zapata, director pronunciaba el “un, dos, tres, cua…” y los artistas hacían sonar sus instrumentos. Lucho Navarro comenzaba a cantar. Volvían a empezar. “La batería está descontrolada, maestro”, gritaba uno. “Volvamos de nuevo”, decía el director.

Y tocaban de nuevo, luego otra canción y más tarde, otra. Lucho agradecía a los músicos haciendo ruidos, saltando aquí y allá. “Por más que bailo, salto y brinco, no logro reducir de peso”, comentaba soltando una carcajada.

Llegaba el espectáculo

Alfonso Lizarazo le hizo la presentación frente a un público de unas 200 personas que habían hecho fila durante el día esperando que se abrieran las puertas del estudio y a millones de televidentes.

Muchos de ellos no sabían que Lucho Navarro casi se saca un ojo cuando estudiaba ingeniería eléctrica, tampoco que era un pianista y mucho menos que no podía dormir, sin antes consumir por lo menos unas cuatro frutas.

“Me gustan todas, menos las brevas”, comentaba.

“Chiquillos, muy buenas tardes. Como ustedes no me conocen les hablaré un poco de mi familia. Nosotros éramos 21 hermanos. Tenía uno tan estúpido, que lo despidieron de trabajo. Era ascensorista y el muy idiota, nunca se aprendió la ruta”.

“Pero mi abuelo…era una gran persona. Murió con altura. Si. Pobrecito. Lo colgaron como a 40 metros de una soga al cuello del árbol más alto que encontraron”.

—¡Papá, hoy vengo o a decirle una mentira bien grande!, decía con voz de niño precoz.

 — “Ajá, ¿y cuál es?”, interrogaba con voz grave.

 —¡Papá!

Un tipo se encuentra con un amigo y le dice: “ando rifando a mi mujer”.

–¿Qué vale el boleto?

–Es suya.

Esperaba que la gente entendiera el chiste, se reía y proseguía con otro. Lo contaba a toda velocidad.

–¿Ustedes saben cómo se enumeraban los romanos?

–Palito; Palito Palito; Palito palito palito; palito Ve, Ve, Vepalito…Noooo eso era muy complicado.

Luego hablaba de cómo eran los noviazgos hace unos años y a medida que pasaba el show, los asistentes soltaban profundas carcajadas y brindaban largos aplausos.

Lucho Navarro en una actuación en Viña del Mar. Foto YouTube.

Ruidos y Ruidos

Aunque hizo su debut el 18 de septiembre de 1955 en una emisora de Chile, él aprendió a hacer ruidos cuando apenas gateaba. Con sus primeros juguetes “concordando”, imitó a los aviones, a los carros, a las máquinas y luego a los animales…

Así fue coleccionando en su voluminosa laringe ruido, tras ruido. “Hay que estar al día en los sonidos, porque no es lo mismo un avión de 1945 al jet de 1982. Hasta los militares marchan distinto. Aparecen computadoras y, sobre todo, nuevas armas de guerra”, explicaba.

 “A medida que avanza la civilización se incrementa también la cantidad de ruidos. Se han hecho parte de la familia. A las personas se les quedan los sonidos que vienen con ellos. El problema está en integrar el humor a esas formas sonoras”, agregaba.

“Por fortuna existe el humor, comenta colocando una cara de nostalgia. Es una válvula de escape que Dios nos ha dado para extraer tantos problemas cotidianos”, sentenciaba Luis Edgardo Navarro Balles, el humorista que nació en Antofagasta, Chile, el 13 de junio de 1933.

Fue estrella invitada en programas internacionales como El Show de Jerry Lewis y The Ed Sullivan Show, además del Festival de la canción en Viña del Mar y personaje del Festival del Humor de Caracol Televisión.

Aunque siempre estaba contento, también había tenido sus momentos difíciles. “Una vez, cuando hacía una primera presentación en Reno, Estados Unidos, me dieron la noticia de la muerte de mi padre. Con el dolor de mi alma, con la mayor tristeza, tuve que salir al escenario y cumplir con el público. A veces, a los humoristas, la vida nos da unas patadas fuertes. Además, no todos los días son de completa felicidad. Pero cuando uno ve que está sirviendo para ser válvula de escape para muchos problemas de los demás, es cuando uno se siente con verdadera alegría”, relataba pausadamente el cómico.

En sus trabajos nocturnos le incrementaba el humor con temas picantes y además le agregaba canciones. “Por algo hice mis estudios de piano”, decía mientras repasaba partituras.

Lucho Navarro también grabó discos con su estilo de humor.

Más en Colombia

Cada año, el humorista visitaba unas diez naciones llevando sus recientes sonidos. Antes de pasar por Colombia, estaba en Venezuela, México y los Estados Unidos, por ejemplo.

El público de Lucho Navarro reía de sus ocurrencias. Algunos le criticaban que hablaba muy rápido. Pero, la verdad, gozaban con sus chistes. Sobre todo, cuando se refería de las historias de sus hermanos. “Éramos 21. Sólo quedamos dos vivos, los demás trabajan”.

Esa multitud carcajeaba, pero no sabían que lo más detestaba el cáustico hombre, era que las personas fueran impuntuales o que le hicieran perder el tiempo. Odiaba las peripecias que debía realizar para legalizar los papeles para trabajar en el país.

Ese día visitó el extinto DAS, los ministerios de Comunicaciones y del Trabajo. “Esto de subir y bajar escaleras son buenos ejercicios, pero agotan y más en la altura de Bogotá.

En esos años existía una norma con la cual los artistas extranjeros debían hacer una presentación gratuita. “Me parece perfecta porque muchas personas no podrán asistir a los centros nocturnos, ni alcanzarán a venir hasta este auditorio. Muy buena medida”.

“El mundo debe tener humoristas. Sin ellos esto de vivir sería muy complicado. Es nuestra obligación hacer reír a la gente. Habrá quienes no les gusten mis chistes ni mis ruidos, hasta feo sí soy, pero mi intención es esa”, comentaba.

Y esa noche, antes de terminar su espectáculo cantaba: “Si lloran se empieza a nublar, el cielo se pone a llover, sigan riendo que el mundo será más feliz”

Lucho Navarro falleció víctima de un cáncer en Miami el 2 de enero de 1994.

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