Por Esteban Jaramillo Osorio

Llegó el 2021 con derroche de saludos, sin besos ni caricias, algunos tan sentimentales, otros tan inexpresivos y distantes como el lacónico “feliz año”, que parece un consuelo vacío, considerando tantas desventuras.

No corre el reloj con el cambio de año. Todo igual, todo lo mismo.

Sé que amo el mundo así sea restrictivo, a pesar de las noticias de predicadores de infortunio, charlatanes de medios, con sus teorías catastróficas que afectan la salud mental.

Aquí estoy, vivo, lo que es una bendición, observando la ventana de transferencias de futbolistas de élite, sin perfume, y el silencio vacío de la mayoría de los de los escenarios del mundo.

Viendo a James en su retorno insulso, en una liga frenética, la inglesa, donde el desfallecimiento no tiene espacio. O la ausencia forzosa de Falcao, por sus rodillas debilitadas, en su ocaso prolongado. Ya le dicen lisiado.

Con los futbolistas de selección arrasando en redes, farándula pura, lejos de la pelota y sus escenarios. A la espera de Reinaldo Rueda, quien buscará un punto intermedio entre Queiroz y Pekerman, imposición o convencimiento, para poder gobernar tranquilo y con buenos resultados.

Expectante, a la espera del torneo nuestro que camina sin ruido hacia el retorno, con pocos refuerzos, sin bombazos de año nuevo, atrapado por la ausencia de recursos económicos.

Aquí estoy, tecleando de nuevo, optimista y saludable hasta ahora, lo que es mucho. Fabricando anticuerpos, convencido de que “nadie es eterno en la vida… ni vuelve del sueño profundo”.

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