Por Guillermo Romero Salamanca

La ilusión del excelso compositor peruano Manuel Mantilla Paredes era celebrar el 31 de diciembre de 1983 como lo merecía: culminar un año de letras y empezar otro con una nueva relación sentimental. Venía maltrecho de un largo romance y quería que Silvia se convirtiera en su nueva compañera.

“Quiero, le dijo a la musa, que esta velada vayas vestida de naranja, te arregles el pelo y te luzcas ante mi familia. Deseo que seas la reina esta noche”, le solicitó a la joven que le aceleraba el corazón y le hacía sentir mariposas en el estómago.

Ella accedió.

Le pidió a su mamá, que le preparara una cena trujillana para rendirle un homenaje a esta sílfide rubia y amorosa. La mesa se preparó con cebiche de pescado, cebolla y ají limo; cabrito con fríjoles macerado con chicha de jora y sopa teóloga, ese rico caldo de pavo con pan remojado que tanto gusta a los habitantes de la “Ciudad de eterna Primavera” del Perú.

Eran ya las nueve de la noche y la dama en ciernes no aparecía. Manuel tomó unos vasos de “melliceras”, una de las bebidas más solicitadas en Trujillo. “¡Qué bella noche!”, pensaba el compositor de temas como “Traicionera”, “El ausente” y 20 éxitos más.

La mamá se cansó de esperar y determinó irse a dormir. Ya sólo, Manuel Ángel, salió a la tienda de la esquina a comprar cigarrillos. Cuando regresaba y se disponía a cerrar la puerta, vio como un vehículo se estacionaba frente a su casa. Un tacón naranja dejó ver una pantorrilla que estremeció al letrista, después la vio apearse del vehículo y quedó asombrado con la esbelta figura, toda vestida de bergamota madura, con un cabello con bucles dorados y ojos brillantes como el sol.

El enamorado quedó extasiado, pero de pronto, sus ojos no podían darle respuesta a lo que sucedía, el compañero del vehículo se bajó también y le dio un beso en la boca a la pretendida. No era un ósculo corto, era un prolongado besuqueo que le arrancó el pintalabios y que dejó sin el más mínimo aliento al maestro.

Con las manos frías, sólo se atrevió a cerrar la puerta, apagó las luces, se llevó una de las botellas de champagne dispuestas para la celebración y se dirigió al cuarto del fondo de la casa, donde tenía una guitarra y una grabadora.

Empezó a cantar sollozando: “Quiero ponerme a beber, un cigarrillo fumar, a la mujer que mató mis sentimientos, iré a buscar”.

Destapó la primera botella y se adentró la mitad de su contenido. Trepidaba, pero continuó: “Tú no debiste jugar, con mi tonto corazón, lo que hiciste con mi amor, te juro pronto vas a pagar”.

Estaba a borde de un ataque cardíaco, nervioso y le temblaban las manos, pero siguió cantando con su guitarra y grabando: “No estoy triste, no es mi llanto, es el humo del cigarrillo, que me hace llorar”.

Pero tenía que ser orgulloso y dominante en su canción despechada: “¿Quién te crees? ¿Una diosa? Flor hermosa, que algún día se marchitará”.

Culminó con la botella y cayó desmayado. Había escrito en unos minutos un himno.

A las seis de la mañana lo despertó su padrastro y le preguntó: “¿Qué pasó con la fiesta? No comieron nada, se acabó únicamente la champaña”.

El maestro lo miró, prendió un cigarrillo y le contó la historia. Cinco días después fue al estudio de grabación con los arreglos y él quería cantar su drama, pero Carlos Ramírez le suplicó: “Maestro: ¡Déjeme esa canción!”.

Fue hecha en lo que en Perú llaman como “Cumbia chicha”.

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Manuel Mantilla y el Grupo Mágico, con el cual grabara «Pagarás» y que se gozara todo el Perú y Ecuador. Foto Archivo Personal de Manuel Mantilla, tomado de Facebook.

Meses después Javier García Muñoz, director de Artistas y Repertorio de Discos F.M. pidió que el cantante de “Palo Santo”, el venezolano Édgar Leandro lo grabara como solista. El tema, en Colombia, se convirtió en el primer gran éxito de música tropical del despecho.

«Pagarás» grabado por Édgar Leandro y su grupo Los Deyvis para Discos FM.

En Bogotá, hace 35 años, más de un azorado desilusionado de la vida, libaba del néctar de los dioses entonando esta canción.

En este diciembre, el maestro Manuel Ángel Mantilla, quien sufriera esta pena recibió una llamada de Silvia. Ella estaba intrigada: “¿Esa canción la escribiste por mí?”. Él, sin dudarlo le contestó: “Sí, princesa”. “Pero si era un amigo nada más”, le reconoció la dama.

“No importa, me diste un gran hijo, un tema que se quedará en la historia de quienes sufrimos por amor, de los hombres sensibles y sentimentales”, le manifestó Manuel.

–¿Me perdonarás?, seguía ella con su prédica.

–No lo sé, le respondió el maestro. Colgó el celular, prendió un cigarrillo y volvió a llorar, pero esta vez de alegría.

PRIMERA GRABACIÓN

 

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