Por Esteban Jaramillo Osorio

En el fútbol no hay disciplina de pandemia. La anarquía reina por el poco respeto a las disposiciones sanitarias.

De juerga en juerga, los futbolistas burlan las normas, como pecado menor, ante la tolerancia de los dirigentes y el silencio de un sector de la prensa.

A diario aumenta la lista de los infectados, con efectos perjudiciales para la competencia, como lo reconoció Bolillo Gómez, quien, con crudeza, dijo que sus futbolistas se contagiaron por andar de fiesta.

Se refirió, además, en rueda de prensa, a los efectos negativos que tuvieron Nacional y Junior para obtener el título la temporada pasada, por los masivos contagios.

Jugaron con desventaja.

La tormenta perfecta, con el dilema de parar la pelota o luchar por ella, en un mundo enfermo.

Arden las oficinas de los dirigentes con el problema fuera de control. Inculpan públicamente a las autoridades oficiales porque no ceden al cumplimiento de los calendarios internacionales, desconociendo la extensión de los contagios.

Primero está la vida de los ciudadanos que la pelota.

Así lo entiende hasta ahora el Ministerio de Salud decidido a cerrar fronteras, especialmente con Brasil, sin ceder a las presiones. Ya llegará el momento de la normalidad para competir sin perjuicios.

Crudo es el panorama, en vísperas de la Copa América, la reanudación del clasificatorio al mundial y en furor las copas de clubes.

La solución, vacunar a todos los futbolistas de alta competencia, como urgente proceso curativo, por cuanta de la Conmebol que ya lo ha propuesto, por la resistencia de las autoridades deportivas a ceder, frente al virus que a toda hora muestra sus dientes.

Aunque los jugadores no son de atención prioritaria, como aquellos trabajadores de la salud, expuestos en primera línea, para salvar vidas, mientras arriesgan las suyas. Y menos cuando por su indisciplina, pisotean insolidarios las reglas.

Esteban Jaramillo.

SE DICE POR AHÍ. (SOLO PARA OLIGARCAS)

Me dicen que murió un príncipe.  Felipe se llamaba. Un burgués que vivió 99 años, con tiempo extra, miembro a la sombra de la monarquía inglesa, dócil por conveniencia, combatiente naval de un país invasor, lleno de insignias y condecoraciones, vividor gratuito, desconocido por la cultura popular, e irrelevante para la historia nuestra.

Famoso por su matrimonio con la reina de Inglaterra, a quien juro inquebrantable lealtad Una mujer bajita, poco atractiva, que vive encerrada en sus aposentos; solo sale a recibir venias.

Inglaterra, donde dicen nació el fútbol.

Por su nariz larga, se pasearon los chismes que acabaron con la más bella, la princesa, Diana, rechazada por un esposo infiel, rígido, posudo, sin gusto y con alma de piedra, que espera suceder a su madre, en el trono monárquico.

Ídolos de la oligarquía, para los cotilleos de la prensa almidonada que camina afectada, celebra sus flatulencias, tuerce la boca al hablar, cruza las piernas al sentarse, tiene cabellos postizos, o cultiva sus bigotes curvos.

Idioteces de la realeza.

Personajes intocables que viven y vivieron con ventajas, en cunas de oro, cuya única aventura atrevida fueron sus canas al aire, con impúdicas infidelidades, en casos conocidos, como depredadores sexuales.

En el fútbol, los príncipes tienen especial reconocimiento: el príncipe Giovanni Hernández y el príncipe Francescoli y por ahí se cuela el príncipe de Marulanda, Hugo Patiño, humorista de otros tiempos.

Felipe, un príncipe insípido y su mujer pequeña que no me quitan el sueño. Prefiero las princesas de mi tierra, los príncipes de los estadios, tan afines a mi vida plebeya, de la que me enorgullezco desde que me conozco.

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