Por Guillermo Romero Salamanca

El único colombiano que conoce todas las emisoras del país, nació en Bucaramanga, fue promotor discográfico de multinacionales como CBS y Philips, ha llorado por despecho en un andén, ha sido capaz de tomar whisky Sello Rojo por tres días completo, ha sobrevivido a los atracos, a un infarto y a una quimioterapia, es compositor, es el creador de los famosos Corridos Prohibidos, luchador, padre ejemplar y se llama Alirio Castillo.

Él no buscó la vida. La vida lo buscó a él.

De origen muy humilde. No tuvo muchas conversaciones con su padre, tal vez ninguna. Creció solo, primero en el monte, se alimentó de los productos de la selva, arreó ganado, descalzo, pero con el tiempo durmió en colchones de hoteles de cinco estrellas.

Es el hombre del millón de historias.

Es el promotor discográfico con más años en la industria en la actualidad. Conoció la música muy joven. Le gustó el tema del mundo del espectáculo y se adentró tanto que compartió con figuras como Jerónimo, Julio Iglesias, Shakira, Trigo Limpio. Conoce como pocos de rock. Fue un impulsor de la música popular hasta cuando encontró un género al cual le dio forma: Los corridos prohibidos y fundó con su hija, Alma Producciones.

Ha llorado como pocos, en silencio, en un andén, por despecho o por alegría.

Es un hombre de ideas rápidas, de buscar soluciones, de avanzar.

Un 31 de diciembre me comentó su amigo, el doctor Fabio González: “Alirio está en recuperación, le dio un infarto, pero ya está bien”. A la semana ya estaba trabajando diseñando carátulas de discos, hablando con emisoras y periodistas.

Alirio, le dije un día: “¿usted por qué no escribe un libro sobre su vida?

–Podría ser me contestó.

–Le tengo el título.

–¿Cuál?

–Mi vida es un corrido.

Y le quedó sonando. Ya había tenido una experiencia literaria.

En una oportunidad el escritor y catedrático venezolano Carlos Valbuena le pidió que asistiera a una charla que tendría con sus alumnos en la Universidad Javeriana al día siguiente. Alirio llegó muy puntual al salón. El profesor le pidió que pasara al frente. El obediente se ubicó donde le insinuó el conferencista. “Este señor es un genio, mis estimados estudiantes, es un hombre que le ha mostrado a Colombia y al mundo, el sentimiento musical de un pueblo que trabaja en algo ilegal, pero que con sus canciones les hace otra vida. Es el creador de Los Corridos Prohibidos. Llevo varios años buscándolo y hoy, por fin, puedo estrechar su mano y aplaudir su gestión”.

Alirio no daba crédito ante esas palabras. Él consideraba que su trabajo era normal, pero no que trascendiera fronteras y tuvieran una importancia.

Luego, con un par de whiskies determinaron que escribirían un libro sobre las Historias de los Corridos Prohibidos.

Así nació una gran amistad. Carlos era un gran redactor. De pluma ágil y sencilla, pero con grandes descripciones en sus crónicas.

Alirio siguió con sus interminables visitas a las emisoras más alejadas de Bogotá, unas veces llevando canciones, otras promoviendo a las nuevas figuras de la canción. En sus recorridos habla con los periodistas, locutores, compositores, compradores de música y hasta con personas de baja calificación. Así encontró un día el himno de los paramilitares y otro día la historia del guerrillero y el paraco, dos hermanos que estaban a punto de matarse.

Conoce casi todos los hoteles de cinco estrellas, pero también los de media y los que no alcanzan ni a una reseña de pueblos olvidados de Colombia que sólo encuentran un rato de diversión escuchando Los Corridos Prohibidos.

“El raspachín, “Cruz de marihuana”, “Jefe de Jefes”, “Soy el patrón” y más de 500 éxitos han pasado por sus manos y sus oídos.

Ríe con nuevas canciones. Otras veces –cuando podía—acompañaba el sonido con algo de licor o recordando alguno de sus múltiples momentos de su apasionada vida, digna de una novela para los grandes canales de televisión o plataformas universales.

La lista de ingratitudes con Alirio es extensa, pero a él poco le importa eso. Disfruta contando cómo conoció, dónde y qué tarea desarrolló con cada una de las grandes figuras y, de pronto, describe cómo le dieron la espalda. Todo lo cuenta en su libro “Mi vida es un corrido” que escribió mientras adelantó una sesión prolongada de radioterapia. Cuando la terminó presentó su obra a la editorial, salió de promoción a las emisoras, no fumó en esta oportunidad, pero sonrió ante el saludo de sus amigos directores y programadores con su frase que lo distingue: “Todo bien mijito”.

“Mi vida es un corrido” muestra también la vida de la otra Colombia, la del sub mundo, la que se oculta en los grandes medios, pero que resuena en los campos y veredas.

No en vano él ha deambulado kilómetros de polvorientas carreteras, con escalofriantes abismos, lluvias de barro, sol del trópico, sed, amargura y tristeza al ver el abandono de nuestro país.

“Mi vida es un corrido” vale la pena leerlo varias veces.

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