Por Esteban Jaramillo Osorio
Dramático final. Partido de muchas piernas y poco fútbol en el que el combate físico le ganó a la técnica, el músculo a la habilidad y la táctica destructiva al talento.
Juego emocionante, picado, incierto, disputado, con dificultades para encontrar los espacios. Incómodo para los dos rivales, con resultado puesto solo al final.
Uruguay con pases largos, Colombia con toques cortos, verticales ambos, con técnica esporádica en la velocidad.
Nunca será un partido contra Uruguay un intercambio de cortesías, será un combate cuerpo a cuerpo con garra e intensidad. Eso también es fútbol.
Con goles que salieron de la inspiración como el de Juan Fernando Quintero, de manual, desafiando los principios defensivos. Gol de un artista del balón que «entero se lo tragó el portero».
O dramático como el de Ugarte, el del triunfo, el que nadie esperaba. Demasiado premio para el local que jugó nervioso de principio a fin.
Uruguay dominó desde su persistencia, su carácter, la presión asfixiante en su campo y el libreto del entrenador, lúcido en sus ideas.
Colombia no pudo redondear un buen juego. Quintero aportó su gol y un poco más. Díaz piscinero, estéril en ataque, sin peligro en sus movimientos y de James nada, porque los espacios no fueron tan generosos como contra Bolivia o Chile.
Mal calificada la defensa porque Colombia sufrió sin la pelota. Con un dominio improductivo, cuando la tuvo, en la segunda mitad.
Solo Camilo Vargas, con las tres atajadas vibrantes de siempre, para salvar a su equipo.
Al comienzo Colombia tuvo rapidez en las contras tras la recuperación, encontró profundidad, con un solo gol. Lo hizo con naturalidad, velocidad con base en acciones directas.
Pero, a medida que el partido transcurrió, se alejó de la portería contraria. Terminó en caos, sin la capacidad para controlar el marcador. No era su futbol…era el de Uruguay.
La derrota no es perturbadora, ni pone en riesgo la clasificación. Pero deja sensaciones confusas por las incongruencias de Lorenzo, el entrenador.
Con relevos y decisiones retardadas, no supo a quién pedirle auxilio en el banco de los entrenadores, donde siempre hay sobrecupo, pero escasean las ideas.
Acostumbrado está el técnico nacional a confiar en el talento individual de sus futbolistas, en los pases en rosca de James, en la pelota quieta, en las jugadas imprevistas y no siempre en el rendimiento colectivo. Varios temas hay para analizar, considerar y corregir.
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