Por Guillermo Romero Salamanca

Era jueves y ese 11 de junio de 1992 el olor a cadmio dominaba la calle del barrio El Lido, al sur de Santiago de Cali. Llegué a la casa a descansar cuando el portero del edificio dijo sin miramientos: “acaban de matar en Barranquilla a Rafael Orozco, cantante de El Binomio de Oro”.

–¿Quién dijo eso?, le pregunté nervioso.

–Están transmitiendo desde Barranquilla.

–Súbale al volumen, le pedí a Esteban.

En efecto, la radio decía que un sicario había llegado hasta su casa y a las 9 y 40 de la noche le había disparado en repetidas oportunidades.

Eran los tiempos en los cuales no había aún celulares, internet público ni redes sociales. Acompañé al buen vigilante hasta la una de la madrugada escuchando más datos sobre ese infeliz acontecimiento.

No era el único entristecido. En Medellín, Fernando López Henao, director artístico de Codiscos y amigo personal de Rafael, lloraba desconsoladamente. Lo mismo pasaba con Juan Piña, Israel Romero, Alfredo Gutiérrez, Diomedes Díaz, Joe Arroyo y mil cantantes más. En las redacciones de los periódicos pararon las rotativas para poner en primera página unas fotos y una leyenda sobre los hechos. Miles de seguidores en Colombia lamentaban el hecho y no daban credibilidad a lo ocurrido.

Internet salvó a la industria de la música»,dice Fernando López - Eje21
«Nunca podré olvidar tantos recuerdos de su vida artística y detalles que tuvo Rafael Orozco conmigo»: Fernando López Henao.

La noticia también llegó a Venezuela, sobre todo a Maracaibo y Caracas, donde era un ídolo entrañable para millares de personas. Las agencias de noticias despachaban informaciones cada minuto sobre lo que conocían a esa hora de la noche.

El periodista José Orellano en El Heraldo corría de un lado a otro desesperado. Así pasaba con decenas de comunicadores en el país. Las emisoras cambiaron de inmediato la programación para hacer especiales y contar aspectos sobre la vida del cantante que no le gustaba el licor, pero que había hecho feliz a millones de personas. En Cartagena, sin importar la hora, prendieron los famosos “picó”, para ponerles todo el volumen con canciones como “Relicario de besos”, “Dime pajarito”, “La Gustadera”, “Momentos de Amor” y “La Creciente” y 50 éxitos más.

Colombia comenzó el duelo en la madrugada del 12 de junio. Al despertar todas las emisoras del país comentaron con canciones el execrable acontecimiento. Fue un día de llanto.

En Becerril, donde creció, no pararon los lamentos durante semanas. En Valledupar la gente contaba una y otra historia del hombre que había revolucionado al vallenato con su estilo para cantar, su forma exquisita para seleccionar las canciones, el estilo que le había dado a El Binomio de Oro al uniformarse con vistosos atuendos donde brillaba el oro y había exigencia en el glamour.

Rafael Orozco nació para ser grande. Si bien el vallenato llevaba ya más de cien años, él lo llevó a otros estrados con su estilo. Aunque Alfredo Gutiérrez había incursionado con éxito con sus canciones románticas, Rafael le imprimió con su voz, su manera de ser y sus temas un aporte para el ritmo que ahora dominaba en el país.

Otro ídolo, Diomedes Díaz guardaba un espacio primordial en la costa, pero Rafael llegó con sus canciones a Bogotá, Tunja, Santiago de Cali, Caracas, Miami, Nueva York y decenas de ciudades más.

Ofreció varios conciertos multitudinarios en Caracas, Barranquilla, Cartagena, Miami y en el Madison Square Garden de Nueva York. En Bogotá, para el programa “Sabariedades” –con Pacheco y el gordo Benjumea—en La Media Torta, marcaron un hito jamás superado en asistencia de personas. Muchos de sus seguidores debieron trepar a los árboles de la montaña para presenciar mejor el espectáculo.

Recuerdos de sus partidos de fútbol.

Rafael tenía una característica especial. Era un gran ser humano. Le fascinaba estar feliz y hacer reír a quienes estaban con él. Era un hincha furibundo del Junior.

En una oportunidad estaban con Juan Piña ofreciendo conciertos en Boyacá. Tenían un compromiso en Tunja y entonces convenció al hijo de San Marcos de viajar a Barranquilla, ver el partido del Junior y regresar a la capital boyacense para cantar. Así lo hicieron.

Con el periodista Fabio Poveda, su compadre, tenían a diario conversaciones de horas sobre la historia del onceno. Era una de sus pasiones.

Otras veces, cuando el sueño no lo dominaba, llamaba a la una de la mañana o a las dos a un amigo y le preguntaba: ¿Qué estás haciendo? Y el otro le respondía, “pues durmiendo”. “Despiértese que le tengo una noticia”, le contestaba y comenzaba la charla.

Cuando ensayaban su repertorio, no faltaba un buen partido y un buen sancocho. Jugaba en la parte delantera. Metía goles y los gritaba con emoción porque siempre quiso ser futbolista profesional.

Con Israel Romero, su amigo, su compadre y su socio.

Generoso. Amable. Sincero. Entregado a los demás. Amigo de sus amigos. Sus fanáticas le limpiaban el sudor y eran capaces de robarle besos a escondidas. Todas lo querían.

Cuando grababan sus canciones en Medellín, podían gastar hasta tres meses buscando el mejor sonido, la mejor nota. A Darío Valenzuela, el grabador, lo bautizó como “El brujo que las consuela”. Cuando veía al director artístico Álvaro Picón, le cantaba la canción del maestro Calixto Ocho, “Pájaro Picón”, adaptándola: “Álvaro Picón, Picón. Álvaro Picón Picón, Tiene las alitas negras y el piquito colorao”. Y después le daba un abrazo.

Han pasado 30 años de esa fatídica noche. No se sabe la verdad o no se han dicho los motivos de su asesinato. A los sicarios les dieron muerte a los pocos meses de su atroz crimen. Crecen las leyendas, los misterios y las dudas continúan en el ambiente.

Millares de personas de Colombia y Venezuela acudieron a su despedida final. La catedral de Barranquilla y sus calles aledañas no dieron abasto para recibir a quienes llegaron vestidos de blanco a darle su último adiós.

El periódico El Espacio envió al periodista Carlos Hugo Jiménez a cubrir el acontecimiento. Iba por dos días y terminó quedándose 2 meses. El diario vendía 500 mil ejemplares todas las mañanas contando detalles sobre la vida de Rafael Orozco.

Sus videos se reproducen una y otra vez hasta llegar a millones. En casi todas las casas de Colombia hay por lo menos un disco de Rafael con El Binomio de Oro.

Treinta años después, la nostalgia, los recuerdos de sus presentaciones, sus programas de televisión y sus anécdotas continúan.

Rafa no ha muerto. Su leyenda crece.

Una del recuerdo.

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