Por Álvaro Ayala Tamayo

El presidente Gustavo Petro le preguntó a la cúpula de las Fuerzas Armadas: qué se necesita para recuperar la seguridad nacional, y todos los generales respondieron en coro, inteligencia, señor presidente. De inmediato sacó a Iván Velásquez Gómez, ministro de defensa.

También le dio miedo que Velásquez pidiera una cita en El Pentágono y le abrieran el hueco para mandarlo a Guantánamo. El jefe de Estado tuvo el acierto de corregir su peor nombramiento, porque si algo ha decrecido durante su mandato es la fuerza pública. Qué sujeto tan peligroso es ese tinterillo que condenó a Colombia a estado de inseguridad permanente.  La emboscada que le tendió al orden público es una carga de profundidad complicada de desmontar.

Su negligencia al frente de la policía y las Fuerzas militares debe ser objeto de una investigación por parte de las autoridades competentes. No puede irse sin responder ante el país por desvertebrar la fuerza pública. Es el arquitecto de la inseguridad, el crimen y la violencia que tienen temblando a más de cincuenta millones de colombianos.  Siempre pareció el enviado de las farc, el eln y las pandillas que atacan la ciudadanía.  Durante los últimos treinta meses el país naufragó entre tres ivanes y un desorden público verdadero: mordisco, Márquez y Velásquez.

Además, no es un hombre de confianza para conocer asuntos de seguridad con el nuevo gobierno de EEUU. Las políticas y secretos del presidente Donald Trump, contra el narcotráfico y la delincuencia internacional no podían compartirse con Iván Velásquez Gómez. Era de confianza de Petro y   no de Tío Sam. La contrainteligencia lo tiene perfilado y clasificado con signo de interrogación. El arma de inteligencia fue la que más lo sufrió, aunque no logró desmantelarla en su totalidad. Velásquez era la mezcla de fuego amigo y durmiendo con el enemigo. Los militares activos no pueden hablar porque les hacen consejo de guerra, aunque todo lo apuntan.

Sin fiesta porque la situación del país no está para celebrar en medio de los muertos, pero en los cuarteles militares y de policía hay alegría. El ministro camuflado ya no está en las filas. La seguridad nacional está en cuidados intensivos porque el enfermero usó la jeringa equivocada.  En lugar de inyectar antibióticos le clavó pólvora a la paz.

 No es suficiente que la historia lo juzgue. Hay que considerar la posibilidad política y jurídica de crear un tribunal de víctimas de Iván Velásquez, para que repare y pague los daños causados. Si está libre de pecado que tire la primera bala.

No se conmovía ni sentía dolor cuando los terroristas asesinaban soldados y policías, dicen algunos miembros que estuvieron en su círculo de trabajo. Cualquiera es mejor ministro de defensa que Velásquez. Colombia se libró de su peor enemigo. Es insustancial discutir si volver a un militar como ministro fractura el ordenamiento institucional o político. Ese embeleco es una tradición no una ley. No es retroceder, por el contrario, es avanzar con paso firme. Lo importante era echarlo. Es mucho lo que gana el país con su despedida.

Ahora que el presidente Petro está reciclando ministros inútiles por incompetentes, ojalá no se le ocurra nombrar a Velásquez, gestor de paz.  Con tantos candidatos presidenciales un buen punto en sus plataformas políticas sería reintegrar a los militares y policías víctimas de despidos injustos por parte del dueto Petro y Velásquez.

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