Por Eduardo Frontado Sánchez

Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos nos hemos enfrentado a la dicotomía entre lo que deseamos y lo que debemos hacer. La ciencia ha buscado constantemente un equilibrio que nos permita comprender que la vida no se trata únicamente de rigurosidad, sino que también necesitamos momentos de diversión y esparcimiento para cuidar nuestra salud mental.

Personalmente, siempre he concebido la vida como un viaje repleto de altibajos, donde cada error y acierto nos enseña a ser mejores. En los momentos en que debemos actuar, es fundamental tener una motivación clara que nos impulse a seguir adelante, incluso cuando las circunstancias sean desafiantes.

A lo largo de mi experiencia, he aprendido a ceder en ciertas áreas y a madurar en otras. Recientemente, he experimentado los beneficios de un nuevo tratamiento médico, lo cual ha mejorado significativamente mi salud. Sin embargo, como cualquier ser humano, también enfrento momentos en los que resisto la disciplina y rigidez impuestas por la vida.

Es importante reconocer que, aunque busquemos enriquecer nuestra alma explorando nuevas experiencias y lugares, no todos los destinos serán adecuados para nosotros. No significa necesariamente que algo haya salido mal durante nuestra estancia, simplemente no nos conectamos con ciertas ciudades o costumbres.

La vida es un viaje efímero y, aunque en las redes sociales se suele destacar únicamente lo positivo, todos atravesamos momentos difíciles. Creo firmemente que es esencial compartir estos puntos de quiebre, ya que forman parte esencial de nuestra experiencia humana. En estos momentos críticos, es crucial negociar con uno mismo y, a veces, con quienes nos rodean, para encontrar un equilibrio entre lo que debemos y lo que queremos hacer.

Los seres humanos somos seres complejos, dotados de emociones y pensamientos diversos. Demostrar nuestros sentimientos no nos debilita, al contrario, nos hace más auténticos y fuertes. La clave reside en comprender la importancia de nuestra humanidad y en aceptar nuestras vulnerabilidades como parte integral de nuestra existencia. En última instancia, cultivar la empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás nos ayuda a forjar una vida más equilibrada y plena. Recordemos, lo humano es lo que nos identifica y lo distinto lo que nos une.

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