Por: Julián Escobar
El doce de octubre como todos los años se celebró el día de la raza para recordar el descubrimiento de América y así el mestizaje de tres razas que hoy se ven en la genética de todo un continente. Colombia fue marcada por las capitulaciones que hicieron que lo que hoy es el país, fueran cuatro entes distintos que incluso pudieron hacer que el país de hoy no existiera, sino que hubiera pequeños países de no haberse concretado lo que sería la Nueva Granada como división territorial. Se han dado entonces ciertas leyendas negras que van desde el famoso: “Éramos dioses y fuimos subyugados”, refiriéndose al poblamiento de territorios indígenas, su mestizaje y luego evangelización y el famoso: “Sólo vinieron por oro y saquearon América” hablando de la codicia española por llenar sus cofres de oro. Nada más alejado de estas dos leyendas que la realidad. La leyenda de El Dorado muestra que los países con montañas de metales preciosos o ciudades sólo construidas de joyas, motivaron la exploración y poblamiento de América por la fantasía de riquezas.

El Dorado fue un mito que se fue construyendo por las leyendas de ambos lados del Atlántico. Surge de cierta astucia indígena al ver el afán español de riquezas. Total, para llegar a América había que pagar barcos, víveres, arcabuceros, entre otros y el costo era inmenso y encontrar una ciudad de oro era recuperar la inversión. De igual forma, se necesitaba un permiso de los reyes llamado capitulación, donde lo que se negociaba eran territorios y se planteaban tres misiones: descubrimiento, poblamiento y conquista en su orden. Surgen entonces mitos que venían de Asia de que el oro se encontraba en el trópico producto del excesivo sol que bronceaba los metales hasta volverlos dorados y así surgía el oro. Esto coincide con la realidad colombiana ya que en Perú sólo había plata y cobre, mientras unas minas de oro de Antioquia, Tolima y otros estaban comprobadas en la geografía tropical. Confluyen excesivas expediciones que tienen algo en común: llegan a un lugar, conquistan a los locales y los indígenas de la zona les comentan que en una montaña lejana o en una selva al otro lado de las montañas hay una ciudad de oro. Quizás en un afán de librarse de los españoles, era una artimaña para llevarlos lejos, pero, también puede haber sido un producto de mitos interconectados entre las tribus como le fue la Atlántida en el viejo mundo. Se crean dos relatos entonces de ciudades fantásticas. Una va a ser el país de la canela que es en las selvas y otra una ciudad de oro en las montañas también conectada a una laguna.
Colombia va a ser central en estas fábulas. Las leyendas aparecen cuando ya se había conquistado el Perú y la Real Audiencia de la Nueva Granada estaba establecida en Santa Fe desde muchos años atrás. Al país de la canela lo buscarán provenientes de Quito unos hombres liderados por Gonzalo Pizarro que no lo van a encontrar y otro por Francisco de Orellana que descubrirá el río Amazonas. Sebastián de Belalcázar hace lo propio ya que oye del país de Cundinamarca lleno de oro entre las montañas y otros buscarán desde Venezuela la ciudad de las selvas llamada Meta (por esto el nombre del departamento colombiano), cosa que hará Diego de Ordás. Felipe de Hutten también la buscará en los llanos venezolanos y no la va a encontrar.

El que se quedará con la fama del mito va a ser Gonzalo Jiménez de Quesada en su segunda aventura en América. Quesada dura unos años preso por líos durante la expedición que funda Bogotá y luego de ser liberado, obtendrá una capitulación para buscar una ciudad fantástica que es El Dorado y que él creía que estaba ubicada en los llanos ya que también conocía la historia del país del Meta. Su hermano, Hernán Pérez de Quesada inicia las expediciones y recorre el piedemonte llanero hasta Putumayo, donde casi muere devorado por sus propios hombres ya que la expedición fue un fracaso y hay evidencia de que canibalismo. Los Quesada todos tenían el gen de la aventura y el turno de Gonzalo llega, para que al igual que su hermano su expedición sea una locura ya que muere una parte significativa de las fuerzas que usó tanto indígenas como españolas y forzará así su retiro de la vida pública para desterrarse a Mariquita. El esposo de la sobrina de Quesada usará la capitulación de su tío político para encontrar El Dorado y llega a lo que hoy es Guyana donde le hablan de una laguna llamada Parimé y una ciudad llamada Manoa donde se hacen ofrendas en esta laguna de oro. Nunca la va a encontrar y aunque hay algunas evidencias científicas de que hay lagos que se secaron naturalmente en esa zona en el siglo XVIII, sólo es un mito. Lo destacable de esa expedición fue el descubrimiento de la desembocadura del río Orinoco, pero poco oro. Sin embargo, algo que se nota en común es que el relato habla de una laguna, oro y montañas, que tiene una similitud muy grande con un lugar de Cundinamarca llamado Guatavita.

Guatavita para ese entonces ya se conocía producto de la conquista del altiplano cundiboyacense y guardaba una leyenda de un cacique que todos los días se bañaba en oro. Jiménez de Quesada ya había explorado la región durante su segunda venida y Guatavita lo había decepcionado. Él había descubierto que los muiscas adoraban el agua y las lagunas eran lugar de ofrendas. Encontró un cacique que de vez en cuando tiraba oro a la laguna de Guatavita. Dos barcas en oro, una encontrada en Siecha que se perdió y otra en una cueva que hoy reposa en el Museo del Oro, sugieren que puede ser que lo hiciera desde una chalupa acompañado de algunos sacerdotes no solamente en Guatavita sino en varios cuerpos de agua. La leyenda comienza a engrandecerse y se exagera. El mito que incluso enseñan como historia es que un principal muisca se vestía de oro todas las noches y en una balsa dorada junto con toda la población arrojaba cuantiosas ofrendas a un lago que se volvía dorado todas las noches mientras la ruana dorada del principal también era arrojada a esa laguna que tiene forma de cono invertido y que así almacenaba todo el metal y sólo bastaría con romper la montaña para recuperarlo. Tan creíble fue la historia que la laguna de Guatavita guarda una cortada en las faldas de la montaña que la rodea ya que españoles y más recientemente colombianos intentaron secarla y si bien encontraron piezas de un valor arqueológico incalculable de fabricación indígena, no es el país del oro. La situación se repitió en Siecha que también fue fracturada para extraer oro y posteriormente fue sanada con un muro de concreto que se aprecia en las lagunas del Páramo de Chingaza. Esto va a ser lo más cerca que estuvo algún español de las fábulas del país de la canela, de la ciudad del Meta, de Parimé o del país dorado de Cundinamarca, que fue fracturar cuerpos de agua para secarlos y encontrar oro.

Si Parimé era basado en Guatavita o si aún está por descubrir es un misterio al igual que si Manoa es el país de la canela. Lo cierto es que Guatavita recoge parte de la leyenda, pero desencanta de los tesoros que esperaban encontrar los españoles. Lo que hallaron es algo precioso e inmaterial pero no es una ciudad de piedras preciosas que alberga algo mágico. Tal vez lo de mágica pudo ser verdad y por eso nadie la ha encontrado. Por la búsqueda de ciudades de oro se fundaron villas, se descubrieron lugares y españoles y luego colombianos le hicieron un tajo a una montaña para secar una laguna. Desafortunadamente el único oro en abundancia que se encontraron estaba representado en forma espiritual en tumbas y en templos que arrebatarán o en ríos para los cuales se hará minería artesanal para encontrar el metal.
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