Por Guillermo Romero Salamanca-Tomado del CPB
Si usted desea hablar con Juan Antonio Gossaín Abdalah, el famoso Juan Gossaín, de seguro le pondrá una cita a las once de la mañana. Se levanta todos los días a las cinco de la mañana, y mientras escucha radio, toma apuntes de diversos temas que le sirven para sus artículos, próximas crónicas, ideas para novelas, frases, pensamientos y poemas. Son unas 900 páginas repletas de sueños también.
Pero a las once cambia de labor y comienza a desbaratarse el cerebro rebuscando palabras para cuadrarlas entre los acertijos de las horizontales y verticales de crucigramas de todos los estilos. Tiene montones de revistas con esos ejercicios. No le gustan los que aparecen en internet porque “no tienen gracia”. Y explica: “Ponen, por ejemplo: capital de Colombia”.
—Don Juan —le pregunto—: ¿Se acuerda de aquella charada de Fraylejón que en uno de sus crucigramas preguntaba: “Mujer de tres pies de cinco letras”? Se queda pensando un rato y dice: “No, no sé cuál es”.
—Enana —le respondo—. Y suelta una carcajada.
—Don Federico Rivas Aldana, Fraylejón, era un señor crucigramista de El Tiempo, con inteligencia y buen humor para poner las pistas. Una vez lo estuve buscando para regañarlo porque no daba con la solución de una de sus preguntas: palabra de ocho letras. Nombre común entre campesinos de los andes colombianos. Comienza con M. Durante varios días estuve buscando la bendita palabra. Lo grave, no me cuadraban las otras, quedaba incompleto hasta que al tercer día encontré el chiste: “Emeterio”.
Quizá por ello, Juan sepa qué significan palabras como abuhado, jipiar, uebos, Oc, Ut, mamporrero o murciégalo, destinadas a los aficionados a los ‘rompe cocos’ de los diccionarios.
Sus oyentes recuerdan con especial interés aquellos coloquios que entablaba con el profesor Germán Bustillo, una completa enciclopedia Larousse.
Juan Gossaín es uno de los grandes periodistas que ha tenido Colombia, socio del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) y quien por más de treinta años vivió en una cabina radial, informando todo tipo de noticias, desde las políticas hasta las de farándula. El proceso 8.000, la guerra de los carteles del narcotráfico, los asesinatos de líderes como Galán, y de periodistas como don Guillermo Cano, la toma del Palacio de Justicia, la catástrofe de Armero, decenas de masacres, las hazañas de los ciclistas en Europa, los goles de Faustino Asprilla, reinados de belleza, Festival Vallenato, Carnaval de Barranquilla, entre otras muchas.
Vivía y sentía el periodismo en cada una de sus notas.
La mañana del primero de noviembre de 1998 todo parecía normal. Incluso, justo a las 9 de la mañana, una vez terminado el noticiero, salieron Antonio José Caballero, Francisco Tulande y Juan Gossaín a desayunar al frente de la Torre Sonora de RCN. Alcanzaron a pedir sus caldos, huevos y meriendas cuando Antonio José comenzó a gritar: “Se tomaron a Mitú, se tomaron a Mitú”.
Las viandas quedaron recién servidas y los periodistas, como gacelas, se devolvieron a gran velocidad a Torre, por las escaleras treparon a zancadas los cinco pisos hasta llegar sin aliento a cabina. El desayuno se enfrió y no fue la única vez que se quedaron las tortillas servidas para darle prioridad al ejercicio profesional del periodismo.
Nació para escribir, pero quizá ha sido maestro de maestros en algo prodigioso: el relato. Sabe hilar a la perfección cada una de las frases, darles el significado preciso. Lo aprendió de niño, con sus amigos en San Bernardo del Viento, municipio que se volvió famoso gracias a las crónicas —‘Cartas desde San Bernardo del Viento’— de Juan Gossaín.
Desde ese maravilloso calor caribeño, de azules marinos y verdes que se levantan encima de las palmeras, llegó a Bogotá, a 2.630 metros sobre el nivel del mar: primero, a escribir a El Espectador y, luego, a recibir la conquista de Yamid Amat para laborar en Caracol. ¡Cuántas crónicas! Los colombianos aprendieron a través de sus relatos con esa voz ronca, pero acompasada, con esas palabras raras como ‘meliflua’ y ‘lisonjera’, y un montón de términos costeños, de béisbol y de juegos de dominó.
Cuando RCN Radio quiso entrar en la pelea por el rating, Gustavo Castro Caicedo lo convenció para dejar la casa anaranjada y pasarse a la amarilla. Ganó el país, ganó la radio, ¡ganó el periodismo!
El gran relator de Colombia plasmó también una novela, ‘La mala hierba’, en la cual relataba la historia de los comienzos de la desgracia para el país, primero el transporte ilegal de la marihuana y la semilla para el narcotráfico.
—Esa novela no pierde vigencia
—A pesar de ser un relato de la marihuana en los años setenta y que se haya legalizado por el asunto de los medicamentos, yo creo que la novela sigue conservando su valor de historia, de lo que pasó como testigo de una época.
—Una época muy dolorosa
— ¡Imagínate la cantidad de muertos! Uno como periodista registrando diariamente toda esa cantidad de barbaridades, de horrores. Nunca podré olvidar ese viernes en que mataron a Luis Carlos Galán, de quien fui colega. Él trabajaba en El Tiempo y yo en El Espectador. Me parece que el país no aprendió la lección, empezando por los líderes, los más obligados a tener presente esa historia, y evitar así nuevos litigios. No aprendimos nada de todo lo que nos costó la violencia del narcotráfico.
— ¿Qué nuevas propuestas tiene sobre la novela?
—Me vinieron a visitar unos productores cinematográficos que quieren hacer una película, pero también Editorial Planeta organiza un nuevo lanzamiento de la obra. Yo preferí la impresa porque tiene mucho más arraigo literario que cinematográfico.
—Son nueve años sin RCN Radio, ¿extraña algo?
—Te confieso, que sí. Pero extraño la radio como tal. La radio es por su naturaleza misma, por su forma de ser, el medio de comunicación que más conecta con la gente. Es un medio de doble vía. La radio en Colombia, sobre todo, donde ha sido tan importante, es como la carrera Séptima de Bogotá, que lleva un carril que va de norte a sur y otro de sur a norte, eso extraño. Hablar con la gente.
—¿Qué recuerda de Antonio José Caballero?
—(…) Antonio José es el mejor reportero que he conocido en mi vida. El buscador de la noticia, el hombre de la reportería pura. Siendo así, era mejor ser humano que reportero. A pesar de su mal humor, era un ser de un gran corazón. Inolvidable.
— ¿Qué pasa con el Periodismo hoy?
—Lo que ha pasado no es fácil de explicarlo ni de entenderlo. Cuando aparecieron las nuevas tecnologías, todos hicimos fiesta por la inmediatez, pero pronto el internet apareció con la mentira, la manipulación, la farsa… ¡Las patrañas inundaron las redes sociales! En un momento se pensó, incluso, que las redes sociales iban a acabar con el periodismo. Las fuentes informativas no tenían que buscar periodistas, cada quien abrió su propio medio en WhatsApp, Instagram, en Twitter. Las fuentes renunciaron al medio. Los medios cometieron el error de reducir los equipos de redacción, que bastaba con el computador y copiar del computador. Cayó todo el mundo en la mentira y se perdió lo más importante que cualquier medio de comunicación debe tener: la credibilidad y la confianza. Se perdió el respeto de la opinión pública.
—Pero en esta crisis, ¿las empresas también tienen la culpa?
—La crisis es de ambas partes y hay que buscarle solución. No hay otro camino. En congresos de prensa vengo diciéndolo: es necesaria la unión de los medios como tales, y las empresas deben buscar soluciones para defender la verdad, en medio de la crisis de las redes sociales. Hace un par de años, en las regiones de Colombia, despidieron a los fotógrafos. A otros los enviaron a trabajar desde sus casas, porque no tenían como pagar las sedes. Vendieron los vehículos, que eran las ‘chivas’ de la redacción. Los únicos que no se dan cuenta de eso son las empresas de comunicación, no hay un liderazgo para unión de los medios. Creen que, despidiendo periodistas, cerrando sedes, resuelven el problema. Los únicos preocupados son los periodistas, pero no lo empresarios.
—Acaban de nombrarlo como uno de los jurados de los Premios de Periodismo CPB…
–¡Cómo te parece! Es un gran honor. Yo pertenezco al CPB desde hace más de 40 años, Fernando Barrero me invitó. Él no era el presidente, pero me gustó y me quedé. El Círculo de Periodistas de Bogotá ha estado preocupado por esta profesión y hay que acompañarlo en esta tarea.
En tono burlón le comento: “Su voz permanece igual y no se parece a la de los audios que circulan por ahí en redes”.
—Jajajajajajaja. Esto empezó hace como cinco años. La suplantación con mis artículos y con las burdas imitaciones. Siempre cuento una anécdota. Un amigo mío de Cartagena recibió un mensaje de un amigo suyo que vive en Canadá, preguntándole si yo había escrito un panfleto que circulaba en redes sociales. Le sugirió que lo revisara y me pidiera mi opinión. Mi amigo le contestó: Eso no es de Juan. Juan escribe mal, pero no tanto.
—Don Juan: ¿las redes hacen mucho daño?
—Las redes sociales se han convertido en redes antisociales. Esto hace mucho daño, es el desprestigio total de las redes. No te imaginas la cantidad de situaciones: primero me falsificaron mi voz, después se han inventado el sistema de tomar una crónica de El Tiempo, copian el primer párrafo y el último y en la mitad meten lo que se les da la gana, con toda clase de barbaridades. Esto sucede, sobre todo, en estos días de campaña electoral. Se ha llegado al extremo de que una señora candidata en Montería puso una imagen mía en su mensaje, diciendo que yo la apoyaba. Lo mismo pasó con otro personaje del interior del país. Esto me tiene desesperado.
—Dicen que sabe jugar dominó, ¿cuáles son sus secretos?
—Vea Guillermo, no le haga nunca esa pregunta a un hombre del Caribe, el dominó es algo congénito, eso es tan natural para nosotros como dormir, almorzar. Es una costumbre diaria, un hábito, una necesidad. En mi pueblo lo aprendí, en san Bernardo del Viento, ¡desde cuando era niño! Ha perdido su gracia, su encanto, porque lo bueno era cuando se hacía en grupo, con los amigos, con parejas al frente: se jugaba mientras se oían los chismes, las maldades, se ponía uno al día de todos los aconteceres. Ahora, con el computador y el celular, perdió la gracia. El dominó era una excusa para conversar entre amigos. Soy un águila para jugar dominó. Cuando quieras te enseño. En dos horas te dejo limpio.
—Listo, pero cuando vaya a Bogotá lo invito a jugar tejo y ahí miramos quién es quién.
—Jajajajajajajaja. Dominó contra tejo… ¡Buena esa…!
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