Por Hernán Alejandro Olano García

El domingo 7 de septiembre, el papa León XIV canonizará junto a Carlo Acutis a Pier Giorgio Frassati, como patrono de los deportistas.

Pier Giorgio Frassati fue declarado beato por Juan Pablo II el 20 de mayo de 1990 y ahora llegará a otro escalón en los altares. Estudiante universitario, alpinista y luego contrajo una poliomielitis fulminante, falleció a los 24 años en 1925 y viene a ser un joven inspirador, pues en una fotografía de la última vez que subió a una montaña, Frassati escribió la frase “Verso L’Alto,” que significa “hacia las alturas”. 

San Juan Pablo II lo declaró patrono de las Jornadas Mundiales de la Juventud y lo consideró el «Hombre de las Bienaventuranzas», pues ejemplificaba esas bendiciones en su vida cotidiana. El papa Francisco lo incluyó (CV 60) entre los doce santos ejemplares para todos los jóvenes en su exhortación apostólica Christus Vivit, «que dedicaron su vida a Cristo.

Para León XIV, el deporte —especialmente cuando se practica en equipo— enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, siendo además un importante instrumento de recomposición y encuentro, entre los pueblos, en las comunidades, en los entornos escolares y laborales, en las familias.

Agregó el papa 267, que en una sociedad cada vez más digital, en la que las tecnologías, aunque acercan a personas lejanas, a menudo alejan a quienes están cerca, el deporte valora la concreción de estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del esfuerzo, del tiempo real. Así, frente a la tentación de huir a mundos virtuales, ayuda a mantener un contacto saludable con la naturaleza y con la vida concreta.

Encuentro del Papa León XIV con ciclistas del Giro de Italia. (Papa, Ciclismo, Roma) EFE/EPA/ANGELO CARCONI

Pero, lo más importante como mensaje a los deportistas es que: en una sociedad competitiva, donde parece que sólo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también enseña a perder, poniendo a prueba al hombre, en el arte de la derrota, con una de las verdades más profundas de su condición: la fragilidad, el límite, la imperfección. Esto es importante, porque es a partir de la experiencia de esta fragilidad que nos abrimos a la esperanza. El atleta que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los campeones no son máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso cuando caen, encuentran el valor para levantarse.

Aunque algunos vean al deporte como una religión (incluso los seguidores de Maradona crearon su propio culto maradoniano), pero Pablo VI, cuando le escribió a los ciclistas del Giro D´Italia en 1964, expresó que la Iglesia ve en el deporte una gimnasia de los miembros y una gimnasia del espíritu; un ejercicio de educación física y un ejercicio de educación moral, señalando que la Iglesia admira, aprueba y alienta el deporte, mucho más si el empleo de las fuerzas físicas se acompaña del empleo de las fuerzas morales, que puede hacer del deporte una magnífica disciplina personal, un severo adiestramiento en los contactos sociales fundados en el respeto a la palabra propia y a la persona de los demás, un principio de cohesión social que llega a entablar relaciones amistosas en el campo internacional.

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