Por Guillermo Romero Salamanca

En 1985 recorrer las calles cartageneras con el negro Moisés de la Cruz era un espectáculo. Acompañarlo a la plaza de mercado de Bazurto era encontrarse con decenas de personas que lo saludaban y él les hacía cualquier sonrisa o tenía preparado un chiste. Carmen, Mercedes, María, las vendedoras de pescado y queso lo atendían como si fuera un hijo, más allá se atrevía con movimientos boxísticos a “pelear” con el campeón Rocky Valdez, en otro lugar hablaba con los picoteros, que sin bajarle una pizca al estridente sonido “hablaban” entre señas y gritos.

Los taxistas lo llamaban como “el negro Moiso” y los porteros de los encopetados hoteles como el Caribe y el Hilton, le pedían que cantara alguna canción de moda.

En la playa las palenqueras salían a su paso y le ofrecían piña, mango o un buen trozo de papaya. Moisés era, en ese momento, promotor discográfico. Primero había pasado por Olímpica Estéreo y luego fue tentado para promocionar las nuevas producciones que salían en aquellos momentos. Hablaba con fiereza cuando insistía en algún tema con un director de emisora, programador o locutor.

Impulsó las carreras de docenas de figuras como El Binomio de Oro, Juan Piña, Miguel Morales, El Nene y sus traviesos, Los Inéditos, La familia André, Los Betos. Él creía que Juan Piña tenía la voz más poderosa de la música tropical de Colombia. Aseguraba que De Oro de La Familia André había cambiado al merengue y que Juan Carlos Coronel daría para hablar por muchos años.

Se extendía en prosa con cada uno de sus artistas. Un buen día le llegó un álbum que le pareció curioso: se trató de Jorge Velosa con Los Carrangueros y el más exitoso: “La cucharita”. ¿Y esta vaina qué es? Se preguntó Moisés al escuchar el álbum en su oficina en Barranquilla. Era la primera vez que oía con atención un tema del interior del país. Igual, no conocía más allá de Sincelejo y Valledupar. “Cómo será Bogotá y más aún, Boyacá?, se preguntó una y otra vez.

Moisés de la Cruz Gómez, el gran promotor discográfico e impulsor de la champeta.

La tarea impuesta por sus jefes era convertir en número uno la canción. Se rascó la cabeza y llevó una muestra a una de las emisoras: Rumba Estéreo, dirigida en ese momento por el hombre que sabe de salsa en Colombia: Ley Martin.

Lo escucharon y entre los dos cruzaron miradas de incredulidad. Sin embargo, Moisés, le dio una razón para que sonara en la emisora: “en la costa viven miles de santandereanos –que son los dueños de casi todas las tiendas—y cientos de boyacenses que trabajan en distintas empresas”.

En efecto, se animaron y vieron el resultado: un exitazo. No lo podían creer. En Barranquilla, la ciudad de la salsa, el merengue, el vallenato, una carranga ocupó los primeros puestos de popularidad.

Moisés era una máquina para trabajar y para comer. Sus desayunos debían llevar al menos unos 5 patacones gigantes, una cacerolada de huevos pericos, café negro y amargo, jugo de níspero o mamey, un buen trozo de pescado y queso.

Moisés medía más de un metro con ochenta y era acuerpado. No le importaba si llovía, hacía un inclemente sol o había una brisa con arena en Barranquilla, porque debía promover sus canciones.

Con Mauricio Rider, Ley Matin y Jaime Fontalvo.

Un día encontró con Humberto Castillo y unos cuantos más un nuevo ritmo que enamoraría a Cartagena, pero sobre todo a Moisés: la champeta.

Moisés se convirtió así en el primer gran promotor de la champeta en los medios de comunicación. Viajó a varias ciudades y llegó a la incógnita Bogotá con un paquete de discos para hablar de Anee Swing, su grupo por el cual entregó su vida.

Insistía en sus amigos de los medios de comunicación en que la champeta cambiaría a Colombia. Poco a poco Cartagena fue abriendo la programación musical de las emisoras al novedoso ritmo y el furor llegó primero a las playas, luego a las calles y después a los hoteles. “El movimiento champetúo”, como así lo denominaba, tomaba un camino inalcanzable”.

Años después aparecieron los historiadores, críticos y analistas de la champeta y, claro, no le daban el crédito respectivo a Moisés de la Cruz, quien los llamaba y les hacía los más fuertes reclamos. Perdió muchas veces las batallas y eso le fue causando mal genio, incomprensión y más trabajo.

Moisés nunca tomó bebidas alcohólicas, sólo sabía de comida. En los diciembre, como una manera de completar su Navidad, preparaba decenas de pasteles que eran solicitados con semanas de anticipación. Le gustaba cocinar para 200 o más personas. Mientras movía las ollas, escuchaba canciones que impulsó en sus 30 años de promotor discográfico.

Admiraba las crónicas de José Orellano y los informes de Carlos Cataño Iguarán para Caracol Televisión. Escuchaba a Eugenio Baena Calvo.

Rafael Mejía, entonces director de A & R de Codiscos, decía: “Yo visto a Moisés, pero no tengo plata para la comida que consume” y soltaba una carcajada inolvidable.

Lo mismo le pasaba a Fernando López Henao, gerente de promoción de la disquera cuando Moisés pedía uno de sus gigantescos pargos rojos de al menos 3 libras, con sus consabidos patacones, trozos enormes de yuca y bollo limpio.

Moisés tenía amigos desde Larry “el Pupilo” Ortiz, semidios en aquellos días porque era el programador de Olímpica, pasando por concejales, alcaldes, diputados, empresarios, gerentes de hoteles, administradores de restaurantes o gente de la calle, el zorrero, la señora que limpiaba la calle o el lustrabotas.

Con su hermana Nuris, sus hijos Lilibeth, Esperanza «la Ñata» y Moisés Camilo.

Todo lo resolvía Moisés porque conocía a “medio mundo”. Cuando yo trabajaba en MB Comunicaciones, una empresa quiso atender a sus invitados a un simposio en Cartagena, ofreciéndoles una comida en una de las murallas del Centro Histórico. Llevaban semanas insistiendo en los permisos ante la alcaldía y no los tenían, además, no conseguían artistas, sonido y demás menesteres.

La encargada de la tarea entre lágrimas y tristeza me contó que su pelea por el permiso había sido imposible. ¿Por qué no me contó antes?, le pregunté. Llamé a Moisés, le expliqué el problema y en menos de tres horas estaba todo resuelto. Fue una noche inolvidable para la empresa y los asistentes. Moisés se lució y el espectáculo tuvo cumbia, porros, vallenato y desde luego, champeta.

En otra oportunidad Philips quiso regalar a Colombia una de sus novedosas estructuras con las primeras luces led. Les sugerí la Torre del Reloj de Cartagena. Les gustó la idea, pero, la administración de la ciudad, en su lento andar, no veía clara la situación. Llamé a Moisés y él, en cuestión de días, explicó la intención y a las pocas semanas brillaba La Torre como nunca.

Moisés seguía con su champeta y con su ilusión de seguir lanzando figuras. Una de ella fue Ana Victoria Romero, a quien le sugirió pegar sus dos nombres y hacerle un papel para hablar de la situación cultural y educativa de Cartagena. Así nació “La Conse”, personaje que causó hilaridad en la ciudad y llegó a los medios de comunicación.

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Con la Conse, Anavictoria, en TeleCaribe.

Anavictoria, poseedora de gran talento no sólo interpretó el papel, sino que ingresó a los estudios de grabación y en 2017 cantó en el barrio San Francisco, al paso del Papa por el lugar. A Moisés –y no sobra decir que también a ella—debieron soportar una noche en el suelo en la biblioteca del barrio para esperar al Pontífice y así hacer aquella presentación de escasos minutos.

Producía en las mañanas un “en vivo” desde la esquina de su casa a través de Facebook, en el cual entrevistaba a sus vecinos y a cuanto paisano pasaba por el lugar.

Luego, encontró a Betilsa, una talentosa cantante y compositora, considerada como la primera dama de la champeta de Cartagena y le grabó sus canciones, la impulsó y le mostró el camino para seguir en la música.

Betilsa, la dama de la Champeta.

Como padre de Sergio, Lilibet, Esperanza Liliana y Moisés Camilo era un consejero y un experto para darles clases de música, composición y sobre todo de comida.

Su esposa Esperanza, a quien llama cariñosamente como “la ñata”, supo entender la vida de Moisés, no le hizo reclamos por sus llegadas tarde, sus trasnochadas, sus viajes por caminos polvorientos en buses sin aire acondicionado para visitar lejanas emisoras con álbumes de artistas que luego se hicieron famosos. Fueron más de 200 éxitos los que logró en sus recorridos desde Maicao, hasta más allá de Sincelejo. Hoy podía estar en Cartagena, mañana en Mompós, pasado mañana en Barranquilla y luego en Valledupar.

Eran los días en los cuales vivía de afanes, con mil temas en la cabeza, pero siempre fue un amante de la vida, de los buenos atardeceres, de las brisas de las mañanas y de hablar sobre libertad y patria. Era el hombre del millón de amigos. En las últimas semanas le gustaba discutir por todo. Él quería siempre tener la razón. Todos se la dábamos para hacerlo feliz.

Hace quince días fue a unos exámenes médicos, lo internaron en una clínica en Barranquilla, saludó a sus familiares y a unos cuantos amigos y quedó en estado de coma. Así pasó la Semana Santa, solo, en una habitación, donde recibe cortas visitas. Sus hijos y la “Ñata” le hablan de las llamadas de ánimo que reciben. Su hermana Nurys le manda mensajes vía WhatsApp diciéndole que lo quiere.

Vienen a la mente centenares de anécdotas, historias, risas, aglomeraciones, conciertos con el negro Moisés, hoy todo es soledad y mucho silencio, mucho silencio.

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