Por: Pedro Gargantilla M.D.– Textos y fotos: elmundoalinstante.com

Algunos fotorreceptores y ciertos sensores térmicos son los que anuncian a las plantas y a determinados animales la llegada de la nueva estación

La floración es uno de los fenómenos más fascinantes que existen en la naturaleza y es crucial que se produzca en el momento exacto, ni antes ni después, para que las semillas encuentren las condiciones más favorables posibles.

Las plantas están dotadas de dos mecanismos de señalización génica para hacerlo. Por una parte disponen de fotorreceptores y, por otra, de un reloj celular autónomo, que marca periodos de tiempo de veinticuatro horas.

La clave está en las proteínas

Cuando pasan entre 30 y 40 días de frío invernal intenso hay una molécula de ARN llamada COOLAIR que actúa de forma inhibitoria sobre el gen FLC. Además, a lo largo de estas semanas se incrementa de forma progresiva la expresión del gen COLDAIR, que será el responsable final del retorno de la actividad del FLC, necesario para la floración.

Además, otro gen -el PIF4- aumenta su actividad, y con ello la producción en sus hojas de una proteína llamada FT. Su ARN mensajero interacciona con otra proteína -la FD- que se produce en la punta del tallo, y que es la encargada de dar la información precisa sobre dónde tienen que aparecer las flores.

La floración no se produce si estas dos proteínas trabajan por separado y su simbiosis evita que haya flores en lugares no deseados o cuando no deben.

En el complejo escenario primaveral es necesario que las plantas jueguen con estos dos mecanismos disparadores –la luz y la temperatura-, es más, hay estudios que demuestran que aquellas plantas que utilizan únicamente la duración de las horas de luz para iniciar el florecimiento han acabo desapareciendo.

Desde el punto de vista de la ingeniería molecular todo esto tiene una enorme utilidad, ya que se puede controlar la floración en los invernaderos, adelantándola o retrasándola según interese.

Más partos en primavera

La mayoría de los animales celebran la primavera con el aumento del número de crías, entre ellos se encuentran, por ejemplo, las ovejas. La explicación también tiene su expresión molecular.

Con la llegada del otoño y el acortamiento propio de los días se produce un incremento en la secreción de melatonina, la cual se traduce en un aumento de la producción de los espermatozoides en el semen de los machos.

Además de este factor masculino, las hembras incrementan su fertilidad, facilitando todo ello un mayor número de gestaciones que finalizarán con la llegada de la primavera, momento en el que está asegurada la bondad meteorológica y la abundancia de pastos.

Y el trino de las aves también

El canto de las aves es una actividad que provoca un gasto energético considerable, especialmente para las aves más pequeñas. Cuando llega la primavera aumenta tanto la intensidad como la duración del canto.

Las aves cantan por dos motivos, uno para atraer a las hembras, poniendo de manifiesto su buen estado de salud, y otro para proteger su territorio frente a posibles adversarios.

Para llevar a cabo esta actividad tienen una molécula llamada opsina en su hipotálamo que es enormemente sensible a la luz y que cuando se activa pone en marcha el sistema reproductivo.

En definitiva, la vida en sí misma no es más que un proceso prosaico, una construcción a partir de cuatro bases nitrogenadas que se articulan con la llegada de la primavera.

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