Por Eduardo Frontado Sánchez

Durante toda mi vida, he sido consciente de lo afortunado que soy por todo lo que tengo y por las experiencias vividas. Sin embargo, considero que el mayor privilegio que la vida me ha otorgado ocurrió después del divorcio de mis padres, cuando fui a vivir con mi abuela materna, Rosita. Debo decir que desde siempre nuestra relación fue excepcionalmente buena, pues ella era una persona cariñosa que transmitía su amor a través de valiosas lecciones.

Convivir con ella desde los 9 hasta los 22 años me permitió desarrollar una complicidad que iba más allá de las palabras. Nuestro vínculo se transformó en un amor inteligente que me enseñó a valorar la vida en su esencia y, sobre todo, me mostró la importancia que puede tener una abuela en la vida de una persona.

Eduardo y la abuela.

Debo admitir que siempre admiré en ella su fortaleza frente a las adversidades y cómo nunca perdía la capacidad de ir más allá del problema para ofrecer sabias soluciones. Siempre su coquetería al salir a la calle, así como su perfume llamado rumba fueron característicos de su personalidad.

Debo mencionar también que mi abuela me mal acostumbró, ya que cocinaba como los ángeles. Gracias a eso, me he convertido en una persona muy exigente para disfrutar los platos que ella preparaba. Mis favoritos eran los “ponquecitos” con su delicioso toque de naranja, que resultaban irresistibles, así como las gomitas que se venden en los quioscos, pero que hechas en casa eran una auténtica divinidad.

Aunque mi abuela ya no está físicamente conmigo no puedo dejar de rendirle homenaje, ella dejó en mí una huella imborrable, llena de anécdotas y recuerdos que llevaré siempre en mi memoria. No puedo concluir este artículo sin expresar mi profundo agradecimiento a mi abuela por ser tan especial, por cuidarme y quererme de una manera única. Además, desde donde quiera que estés, sé que estás vigilando cada paso de mi mamá y de mí. Como me dijiste en nuestra última despedida, siempre te encargarás de que nunca esté solo.

Mi abuela Rosita fue mi refugio, mi guía y mi ejemplo de fortaleza y amor incondicional. Me enseñó la importancia de la familia, de las pequeñas complicidades y de enfrentar los desafíos con sabiduría. A través de su legado, sé que su espíritu vivirá en mí, acompañándome en cada paso que dé y asegurándose de que nunca me sienta solo en este camino llamado vida.

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