Por Guillermo Romero Salamanca

Sin necesidad de un despertador, Adriana Gutiérrez, una mujer que lleva 17 años como guarda de seguridad, se levanta de su cama y comienza a orarle a Dios: le da gracias por la noche que pasó y bendice por el nuevo día.

Después del baño y entre más oraciones prepara su desayuno y, de una vez, su almuerzo, alista su uniforme, habla con sus dos hijas y sus nietas y sale a la oscura madrugada para buscar un transporte o, como en los últimos días, una ruta para emprender la caminata acompañada de docenas de hombres y mujeres que van a sus trabajos.

Como sea, debe llegar 15 minutos antes de las seis de la mañana al lugar de trabajo para recibir el puesto. Por la ruta ha rezado por quienes la acompañan, por el conductor del bus que madrugó más que ella y sus compañeros de viaje.

No importa el helaje, el olor a llanta quemada, el riesgo de ser atracada o, muchas veces, esa lluvia pertinaz que le pica la cara con la arenisca que llega acompañada de tantos recuerdos, acompañados por las lágrimas que se confunden en sus mejillas con las gotas de lluvia.

Porque de trabajar, orar y llorar sí sabe.

Esta bogotana llegó al trabajo de seguridad por el amor al uniforme que había en su familia. Su papá, sus tíos y otros familiares portaron el traje verde. Antes de ingresar al mundo de la vigilancia a través de Andiseg, una empresa con más de 4 mil guardas de seguridad, laboró como vendedora, negociante y hasta recicladora, porque, según explica, “cuando uno es madre y papá de familia, no puede permitir que un hijo se acueste con hambre y así sea con un pan y un cafecito deben de ir a la cama”.

Hasta hace unos meses vivía en Sibaté, pero ahora el gobierno le regaló un apartamento en Soacha y lo está remodelando.

En su jornada parece una sesión de gimnasia de 12 horas. Suba, baje, abra y cierre puertas, permite ingreso y salida de vehículos del parqueadero, responda las llamadas, revise su radio teléfono, escriba las anomalías, reciba mensajeros y visitantes, sospeche de algunos aspectos y no permita que se pierda cualquier cosa de valor.

Hace siete años tuvo un encuentro con la delincuencia. Ella sola los capturó y los mantuvo al orden mientras llegaban los refuerzos. “Me felicitaron, me dieron tres días de descanso y un diploma que tengo por ahí en una carpeta en algún lugar”, cuenta.

–¿Cómo hace para multiplicarse como esposa, madre, abuela, trabajo y hogar?

–Dios me ha dado la dicha de tener 5 maravillosos hijos. Mi esposo murió hace unos años, pero yo llevaba mucho tiempo sin vivir con él. Mi hijo de 32 años tuvo un accidente y ahora está con terapias, pero me dejó a mi cuidado unas gemelas que su madre no quiso cuidar. Son mi adoración. Adrián, tiene su esposa y sus hijos. Vivo con mis dos hijas, una de 22 y otra de 23, ambas embarazadas. Mi otro hijo, lo mataron el primero de mayo por defender a un amigo. Él era taxista. Me causó un gran dolor inimaginable. Nadie puede sentir de igual manera cuando se pierde a un hijo. Sólo Dios sabe cuánto he llorado y lo que he sentido.

–¿Cómo sostiene el hogar entonces?

— Claro, el sueldo no me alcanza y vendo yogur, quesos y otros productos. Dios me puso una armadura para ser guerrera, levantarme temprano, acostarme tarde, no cansarme, no quejarme, ser creativa y buscar lo necesario sin hacerle mal a alguien.

–¿Cómo se desahoga?

–A mí me ayuda mucho llorar, lloro y descargo en mis lágrimas el dolor. Me tomo un vaso de agua y le pido a Dios que me ayude a levantarme, a ser fuerte. Tener un hijo en estado de coma, casi muerto y seguir trabajando para conseguir el sustento no es sencillo. Pero mis nietas, mis hijos no pueden verme melancólica o sumida en pensamientos. Mis noches como vigilante me sirven porque hay soledad y me permiten hablar directamente con Dios.

No ha sido fácil para Adriana Gutiérrez recibir los golpes de la vida. “Un día me llaman y me dicen que mi hijo mayor había sufrido un accidente. Me asusté como es lógico. Salí al hospital y claro me contaron que lo iban a robar, no se dejó y lo cogieron a tiros. Lo dejaron en estado de coma”, cuenta ahora.

Luego, al padre de sus hijos lo asesinaron por robarle un bicitaxi.

–¿Con qué sueña ahora?

–Con ver felices a mis hijos, mis hijas y mis nietas. Quiero tener un negocio, comprar unas vitrinas, hacer negocios. No quiero quedarme estancada.

–¿Qué música escucha?

–Me encanta la música cristiana y el vallenato. Me gustaría conocer en persona al señor Álex Campos y admiro a la señora Arelys Henao, porque ha sido una mujer valiente y echada para adelante.

–¿Cómo analiza la situación actual de Colombia?

–Estamos llegando a otra Venezuela. Me duele ver a las mamitas sufriendo, buscando por todo lado algo para comer. Cuántas familias han perdido a padres, hermanos, hijos. ¿Dónde están nuestros líderes para resolver este caos?

–¿Con su experiencia, qué consejo les da a las mujeres de hoy?

–Necesitamos ser berracas. Ahora la mayoría de las familias las compone una madre que a la vez es papá. Debemos sacar adelante a nuestros hijos, no entregar el amor a un hombre porque sí. Estemos seguras en Dios, quien no nos desamparará nunca. Tenemos que pensar primero en nuestros hijos, segundo en ellos, tercero en ellos, educarlos y sacarlos adelante.

–¿Hablaría con los jóvenes?

–Primero que se eduquen, salgan adelante sin hacerle mal a las personas y no se entreguen a la muerte. Valoren lo que tienen porque hasta ahora están empezando sus vidas.

–¿Cómo se puede mejorar la vigilancia?

–Necesitamos más unión entre todos, mejorar los medios tecnológicos y tener más capacitaciones. El mundo va a una gran velocidad y debemos estudiar más, sobre todo en nuevas tecnologías.

–¿Considera que está bien informada?

–Aunque ahora hay medios, no podría decir que estoy informada, la verdad, hay muchas cosas que aún no conocemos.

–¿Y a los vigilantes quién los vigila?

–Todos estamos bajo la vigilancia de Dios. A Él toca rogarle de rodillas. Desde temprano y hasta bien tarde.

–¿Por qué reza desde las 3 de la mañana?

–“Porque uno se acuesta y no sabe si se levanta y uno se levanta y no sabe si se acuesta”.

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