Mauricio Salgado Castilla @salgadomg

El cóndor pasó sobre nosotros sin aparente preocupación, por un momento, pareció interesarse y volvió ligeramente la cabeza sin realizar ningún esfuerzo en su aleteo, continuo planeando con el viento en su rumbo majestuoso; quedé maravillado, nunca antes había presenciado al rey volador en todo su esplendor, a pocos metros de altura, recordé verlo en jaulas de zoológicos, lo cual ahora me parece una crueldad aún mayor, su vuelo toma un significado completamente nuevo cuando se observa desde su entorno natural.

En el Páramo del Almorzadero, se encuentra el punto más alto de una carretera en Colombia, alcanzando los 3.864 metros sobre el nivel del mar en la Cordillera Oriental, está ubicado en la ruta hacia Chitagá – Norte de Santander- este paraje es como transportarse a otro planeta cuando se proviene de una gran ciudad como Bogotá, incontables frailejones, algunas de especies desconocidas para mí, se erigen en majestuosas formas muchos de ellos florecidos y otros alcanzan hasta dos metros de altura.

Me siento como un niño nuevamente, olvidando por un momento las responsabilidades del viaje y deseando explorar sin embargo esta tierra no es amigable para los humanos, se puede pensar que es terreno firme pero resulta ser un pasto compuesto de pequeñas matas de apenas un centímetro de altura que cubren el suelo empapado. Cada paso es un riesgo de hundirse en el barro, como si estuviera atrapado en una escena de una película de Stephen King.

Desde el borde de la carretera, se vislumbran pequeños lagos en todas direcciones, es evidente por qué los páramos son fuentes esenciales de agua, transformando diminutas quebradas en ríos robustos, como el río Chicamocha.

Cada goteo de agua en el borde de la carretera me tienta, sabiendo que está libre de la contaminación humana, su frescura y sabor superan cualquier agua embotellada. Sin embargo, después de sólo unos minutos de viaje, la idea de probarla se desvanece al ver desechos humanos cerca del agua. Es lamentable que no se valore este recurso vital hasta que sea demasiado tarde, como ya está ocurriendo en otras partes de Colombia y en muchos países.

Viajar es una experiencia enriquecedora, pero hacerlo por carretera agrega una dimensión extraordinaria,  la ruta 55 de Bogotá a Cúcuta es un ejemplo, en lugar de tomar la vía Tunja – Bucaramanga se continúa hacia Duitama, ascendiendo por las montañas hasta llegar a un punto cercano a Soatá, desde allí, se aprecia la majestuosidad de la sierra Nevada del Cocuy, a cinco horas de Bogotá, ver esa extensión de blanco nieve es mágico en Colombia es una rareza para los habitantes de las grandes ciudades.

En Soatá, se descubre la producción y venta de dátiles, una fruta exótica usualmente asociada a los oasis de los desiertos. Países como Egipto y Marruecos la han valorado durante siglos más que el oro y aquí en medio de montañas verdes la siembran.  

La carretera es una serpenteante sucesión de curvas, que, aunque pavimentada en su gran mayoría, no permite ir a más de 30 km/hora, facilitando disfrutar del paisaje, porque no hay mucho tráfico, como sucede en la otra ruta.

Los paisajes que ofrece son un regalo para los sentidos, la lejanía de las verdes montañas, el azul del cielo, los pequeños arroyos y la vegetación como de otro planeta; desearía que todos los colombianos pudieran apreciar esta belleza y comprender que los problemas cotidianos pueden desvanecerse frente a la grandeza de las montañas y los ríos como el Chicamocha, cuyo cañón rivaliza con el del río Colorado en los Estados Unidos.

Encontrar un lugar para almorzar resulta ser un reto, el potencial turístico es inmenso pero subestimado, las gobernaciones tienen un papel vital en esto, presentar el potencial y crear condiciones para que emprendedores y empresarios, tanto nacionales como extranjeros, inviertan y aporten conocimiento es crucial, esto permitiría apreciar y conservar los recursos colombianos mientras se promueve el desarrollo de las regiones y su población.

¿Te sientes animado a descubrir más de Colombia?

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