Por Eduardo Frontado Sánchez

Indudablemente, el entorno en el que nos desenvolvemos juega un papel determinante en la vida de cualquier persona, ya que define cómo enfrentaremos los desafíos que se nos presenten y cómo desarrollaremos nuestras capacidades. En mi caso, he tenido la fortuna de no estar limitado por mi entorno, sino más bien lo contrario: he logrado enfrentar los desafíos de la vida con los pies en la tierra, aprovechando mis habilidades, pensamientos e ideas en un entorno natural.

Durante mi etapa escolar, esta situación no fue diferente. Tuve la suerte de estudiar en lo que considero mi propio «Disney World» educativo: la unidad educativa Laura Vicuña. Esta escuela es un ejemplo de integración, con solo 15 alumnos por clase, de los cuales 10 son regulares y 3 tenemos habilidades distintas, siempre conservando nuestra inteligencia.

En el colegio, siempre se esforzaron por sacar lo mejor de mí. En mi caso particular, tenía dificultades para escribir a mano debido a un reflejo condicionado que aumentaba la tensión muscular y resultaba perjudicial. Por esta razón, desde muy pequeño fui entrenado para realizar exámenes orales y desarrollar mis habilidades para hablar en público, lo cual compensaba esas pequeñas dificultades que podemos tener como seres humanos. Además, contábamos con el apoyo de un grupo de terapeutas ocupacionales, quienes nos ayudaban en asignaturas como matemáticas, física o química, cuando era necesario escribir en un cuaderno o durante los exámenes.

Durante mi etapa escolar, nunca sufrí bullying, ya que desde segundo grado siempre tenía elementos que los demás deseaban y con ellos compartía, como una computadora portátil con la cual tomaba mis apuntes, o una grabadora de periodista para reforzar los apuntes. Debo confesar que mi paso por el colegio estuvo lleno de buenos momentos. Como miembro fundador, siempre conté con la empatía de todos. Aunque hubo momentos altos y bajos, como en cualquier aspecto de la vida, los momentos altos superaron a los bajos. Guardo un especial cariño hacia mi mentora, la licenciada Gisela Socorro, y mis queridas maestras Evelyn Palou, Mariana Behrens, Lucy Trillos, Yndira Pinto y Yolanda Álvarez, entre otras.

En cuanto a mis compañeros de clase, siempre tuve una buena relación con ellos. Aún conservo amistades que se han convertido en familia, como mi compadre Marco Fernández o Vivian Frank, por mencionar a algunos de mis compañeros más queridos. Considero fundamental transformar las adversidades en oportunidades de crecimiento en cada etapa de la vida. Incluso en los momentos más difíciles, cuando enfrenté un problema que pensé que me obligaría a dejar mi gran «Disney World», nunca consideré tomar esa decisión.

De hecho, cuando llegó el momento de enfrentar los desafíos de las matemáticas, física y química, preferí pasar por dificultades y aprender a resolver mentalmente en lugar de cambiar de colegio. Para mí, el colegio siempre representó mi zona de confort, un lugar donde aprendí mucho y donde me sentí protegido y querido. Debo confesar que el momento de ingresar a la universidad supuso un cambio drástico, dejando atrás mi gran «Disney World» para enfrentar la gran ciudad.

Siempre debemos sentir gratitud hacia los lugares que nos brindaron la oportunidad de formarnos y ser felices durante un período de 13 años. Lo más importante en la vida de cualquier persona es ser fiel a sus afectos, por eso hasta ahora no he perdido el contacto ni la voluntad de participar en cada actividad de mi colegio. Sigo creyendo firmemente que ese lugar es y siempre será mi propio «Disney World».

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