Por: Pedro Gargantilla M.D.

Investigadores han demostrado en laboratorio que esta sustancia se comporta como una verdadera droga.

Se estima que anualmente fallecen en el mundo más de dos millones y medio de personas a consecuencia de enfermedades relacionadas con la obesidad y el sobrepeso. Una pandemia, en la cual el azúcar juega una baza importante. Podríamos decir que es su cara más amarga.

El azúcar se disfraza con mil y una máscaras diferentes en nuestros menús y, en muchas ocasiones, cuesta distinguirlo a pesar de que nos esmeremos en la lectura del etiquetado de los alimentos.

Las compañías alimentarias han desarrollado todo tipo de argucias para referirse al astro rey de los hidratos de carbono con nombres que se nos antojan más bondadosos: sacarosa, melaza, jarabe de maíz, fructosa, concentrado de jugo de fruta, sorbitol, malitol, hidrolizados de almidón hidrogenados…

¿Qué diferencias hay entre estos tipos de azúcares?

La sacarosa está formada por una molécula de fructosa y otra de glucosa, y es el edulcorante más empleado en todo el planeta. Se calcula que representa las tres cuartas partes de todos los azúcares añadidos.

De los “azúcares invisibles”, aquellos que añade la industria alimentaria en bollería, caramelos, lácteos o refrescos, el ochenta por ciento corresponde a sacarosa. En función de la pureza se puede clasificar en azúcar blanco (99.5% de sacarosa) y azúcar moreno (85% de sacarosa).

Con las frutas, verduras, hortalizas y en la miel ingerimos fructosa. Es el hidrato de carbono más soluble y dulce; se utiliza en productos de confitería debido a su elevado poder edulcorante y a su incapacidad para formar cristales.

Otro de los hidratos de carbono que se emplea en la elaboración de productos de panadería y bebidas es la D-glucosa, también conocida como dextrosa; otro hidrato de carbono que aparece de forma natural en frutas y verduras.

En Estados Unidos hay una tendencia cada vez mayor a sustituir la sacarosa por jarabe de maíz como edulcorante. Este jarabe tiene una elevada concentración de fructosa –hasta el 90%- y su uso es controvertido, ya que hay estudios que demuestran que su consumo se asocia a un aumento de la prevalencia de obesidad.

Los polialcoholes o azúcares-alcoholes son otra familia de hidratos de carbono. A este grupo pertenecen, por ejemplo, el sorbitol, xilitol, manitol o maltitol. En algunas frutas aparecen de forma natural, pero lo más habitual es que se añadan a los alimentos como edulcorantes.

Estos polialcoholes gozan de buena prensa ya que provocan una cierta sensación de frescor en la cavidad bucal, no favorecen la aparición de caries y, además, se absorben en menor cantidad en el aparato digestivo. Con frecuencia se emplean como aditivos en helados, repostería y chicles.

¿Puede haber adictos al azúcar?

Un equipo de investigadores de la Universidad de California en los Ángeles (UCLA) demostró que el azúcar es adictivo, entendiendo por adicción una enfermedad del cerebro que se manifiesta por el uso compulsivo de una sustancia, a pesar de que se conozcan sus consecuencias perjudiciales.

En estudios realizados con roedores se ha demostrado que aquellos animales que consumían cada vez una mayor cantidad de azúcar –se elevó de 37 ml/día a 112 ml/día- mostraban alteraciones compulsivas similares a las que tienen los adictos a drogas.

Los animales de laboratorio mostraban un deseo imperioso de ingerir azúcares, lo que en inglés se denomina “craving”, necesitando una dosis cada vez mayor para conseguir el efecto inicial –tolerancia-, otro comportamiento que se observa en toxicómanos.

Por último, pero no por ello menos importante, en estos roedores se observó que cuando se les retiraba el azúcar, al que los investigadores les había acostumbrado, experimentaban síntomas y señales biológicas similares a las que presentan los pacientes adictos cuando se interrumpe la administración de la droga. Un efecto que se conoce a nivel popular como “mono”.

Textos Elmundoalinstante.com
Imagen: educarconsumidores

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