En la imagen, de color naranja, un tipo de neuronas que se activan al comer en un cerebro de ratón – Danaé Nuzzaci / CNRS / CSGA

En cuestión de una hora, unas células cambian de forma y permiten que se active la sensación de saciedad

Cuando tenemos hambre comemos y cuando comemos nos saciamos. Parece evidente, pero los mecanismos fisiológicos que lo hacen posible tienen una complejidad mayor que la de un reloj suizo y no son del todo bien conocidos. Se sabe, por ejemplo, que el tejido adiposo (que acumula grasa en el organismo) libera leptina, una hormona que indica cuántas reservas energéticas hay en el cuerpo. Parece ser que el tracto gastrointestinal libera otras hormonas cuando se está comiendo, inhibiendo el hambre, mientras que otras se liberan cuando una persona pasa cierto tiempo sin comer.

Se desconoce mucho sobre por qué ocurre todo esto y queda mucho por averiguar en lo relacionado con la psicología e incluso con desórdenes como la obesidad o la anorexia. Ahora, un equipo de investigadores acaba de revelar cuál es el mecanismo que activa la saciedad justo después de comer. Su estudio, que ha sido publicado en « Cell Reports» y que ha sido elaborado con ratones, muestra que se produce una cascada de reacciones después de que aumenten los niveles de glucosa en sangre.

Se sospechaba que la saciedad y el hambre dependen en parte de la plasticidad sináptica, la capacidad de las neuronas de reconfigurar sus conexiones en respuesta a ciertos estímulos. De hecho, los científicos creen que estos procesos contribuyen a mantener el balance entre ingesta y gasto de energía y que, incluso, esta plasticidad podría estar alterada en casos de obesidad.

Hambre, lactancia y comportamiento sexual

Ahora, los ratones han dado una respuesta. Un equipo dirigido por Alexandre Benani, investigadora del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia (CNRS) ha mostrado que estos circuitos neuronales se activan en lo que dura una comida, regulando el comportamiento del animal. Sin embargo, parece ser que no interviene la plasticidad sináptica.

Los investigadores se fijaron en unas neuronas del hipotálamo, en la base del cerebro, y que responden a una molécula llamada POMC ( proopiomelanocortina). Éstas regulan el apetito, la ingesta de comida, el comportamiento sexual, la lactancia y hasta el ciclo reproductivo. Como prueba de su importancia, resulta que estas neuronas están interconectadas con otras muchas neuronas del cerebro y que sus conexiones son especialmente maleables y sensibles a cambios hormonales.

Las células que cambian de forma

Paradójicamente, en esta ocasión los científicos observaron que estos circuitos no cambian después de que un ratón haga una comida equilibrada. Sin embargo, ocurre algo todavía más sorprendente: unas células nerviosas que suelen dar soporte a las neuronas, y que se llaman astrocitos, cambian su forma. Más en concreto, se retraen.

Se puede decir que los astrocitos hacen todo el trabajo sucio. Mientras que las neuronas son células frágiles e hiperespecializadas, los astrocitos hacen las «tareas domésticas»: limpian desechos, transportan nutrientes hasta las neuronas, mantienen el pH, regulan el medio y hasta dan soporte físico a las neuronas, entre otras muchas cosas.

En el caso de esas neuronas POMC, que tienen funciones relacionadas con el sexo o la alimentación, los astrocitos actúan normalmente como limitadores de su actividad. Pero ahora, los investigadores han observado que después de comer, cuando los niveles de glucosa en sangre aumentan, estos astrocitos detectan la señal y se retraen en cosa de una hora. A continuación, las neuronas POMC se activan, liberando hormonas y señales que inducen la sensación de saciedad y que llevan al animal a no comer más.

Curiosamente, los investigadores han averiguado que una comida rica en grasas no activa este mecanismo. Por eso, en un futuro próximo tratarán de averiguar si esto significa que la grasa es menos eficaz a la hora de satisfacer el hambre o si, más bien, es que inducen la saciedad de otra forma. Otra opción que también se plantean es si la grasa puede activar una sensación de placer adictiva sin llegar a crear saciedad, lo que sería realmente toda una bomba de relojería para el cerebro, como muchas personas pueden comprobar fácilmente.

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