Los infrasonidos –o ruido negro– que emiten las máquinas que nos rodean cuando están en funcionamiento no se encuentran normalmente en la naturaleza. Su energía es absorbida por nuestros órganos internos y los efectos de dicha absorción son en gran parte desconocidos para la ciencia.
Qué son los infrasonidos
Las ondas acústicas se clasifican en función de su frecuencia en infrasonidos, sonido audible y ultrasonidos. La frecuencia se mide en hercios y se define como el número de ciclos o cambios de presión que se producen cada segundo de tiempo.
Los infrasonidos tradicionalmente han sido descritos como las ondas acústicas cuya frecuencia es menor a 20 hertzios. Las ondas infrasónicas producen contracciones y dilataciones de la materia, incluidas las partículas de nuestro cuerpo, aunque son prácticamente imperceptibles para el oído humano.
Las personas que los detectan describen los infrasonidos en función de su frecuencia como sonido áspero, sensación de estallido, silbido de movimiento de la membrana timpánica y otro tipo de sensaciones fisiológicas y psicológicas normalmente desagradables.
Por otro lado, la frecuencia de las ondas infrasónicas coincide con la frecuencia de resonancia biológica de los órganos internos de los seres humanos como los pulmones, el corazón, el diafragma y en mayor medida en el sistema nervioso central (SNC). Eso implica que las ondas infrasónicas pueden hacer que las células de estos órganos oscilen. Esta vibración podría tener como consecuencia un incremento de temperatura no deseado que nuestro organismo consideraría como lesivo. Y nos haría sentir que hemos de alejarnos del lugar en el que estamos recibiendo esta energía no deseada.
El origen de los infrasonidos
El “ruido negro” es generado en el cuerpo humano durante la respiración, palpitación o al toser. Pero también lo producen los aparatos electrodomésticos en funcionamiento al vibrar en nuestra casa, los equipos de ventilación y refrigeración de establecimientos comerciales, las máquinas de nuestro entorno laboral y las turbinas eólicas.
El movimiento de las ruedas de los vehículos genera asimismo infrasonidos. Sobre todo en autobuses, tractores y cosechadoras. En cuanto a los generados por camiones en carretera, parece que no solo los sufren los conductores sino también las personas de las viviendas próximas.
Qué sabemos sobre los efectos de su absorción
Últimamente se han encontrado evidencias de que los infrasonidos de alta intensidad podrían producir el deterioro de los axones de las neuronas. Otros artículos científicos les atribuyen pérdida de concentración y perturbaciones en el sueño. Existen otros posibles síntomas menos frecuentes como pérdida de la audición, vértigo o dificultad en el equilibrio.
Los conductores de tractores y cosechadoras acusan disminución del estado de alerta y de la agudeza visual. Los conductores de camiones afirman sufrir fatiga, vértigo, dolor de cabeza. Se han realizado réplicas experimentales con una grabación que reproduce las vibraciones que se sufren en la cabina de dichos vehículos y las personas afirman sentir molestias y vigilia.
Si se confirma, los infrasonidos podrían explicar por qué, tras muchas horas al volante de un coche, sentimos irritación injustificada, confusión y ligera pérdida transitoria de la audición. Síntomas todos ellos que desaparecen tras descansar.
Luego están los trabajadores próximos a máquinas industriales que emiten infrasonidos. Muchos de estos afirman percibir un zumbido constante, presión en los oídos, sensación de percibir un motor lejano, además de problemas para leer y dormir, estrés, agresividad y fatiga.
No hace falta irse tan lejos para encontrar infrasonidos. Al parecer, acompañan al sonido audible de los truenos. Incluso podrían explicar que nos sobrecojamos al escuchar una tormenta, que sintamos que se acelera nuestro corazón, miedo o ansiedad.
Posible efecto nocebo
Algunos estudios han alertado también acerca de los efectos sobre la salud humana de los infrasonidos producidos por los generadores eólicos. Se define como “Síndrome de Turbina Eólica”, pero lo cierto es que no hay pruebas concluyentes de su existencia.
De hecho, muchos estudios apuntan a que el infrasonido emitido por las turbinas eólicas no es superior al que recibimos comúnmente del ambiente. Además de que se han realizado experimentos en los que grupos de personas que habían sido informadas previamente de los posibles efectos perniciosos del ruido negro, han afirmado sufrir tales efectos cuando realmente no se les estaban aplicando. Lo que hace sospechar que muchos de los supuestos efectos negativos de los infrasonidos podrían ser, en realidad, consecuencia del efecto nocebo –reacciones adversas generadas por las expectativas negativas–.
Parece indiscutible que se necesitan más estudios para alcanzar conclusiones definitivas.
Por: David Baeza Moyano y Roberto Alonso González-Lezcano–
Este artículo se publico originalmente en The Conversation
www.elmundoalinstante.com
También puede leer: