Por Guillermo Romero Salamanca

En la película “Señalado por la muerte”, del productor y actor de los puños y las patadas Steven Seagal, un jamaiquino sacó una sabia conclusión: “Todos quieren ir al cielo, pero ninguno se quiere morir”.

El dato no es preciso –por diversas circunstancias—pero se calcula que cada día nacen 371.520 personas y mueren 213.120, según establecieron en el 2016. Se estima también que este pequeño mundo lo habitan algo más de 7.093.354.800 seres humanos.

Algunos alcanzan a nacer, y otros, por enfermedades o por distintos métodos no alcanzan a respirar en este planeta de 6.600 trillones de toneladas de peso, según estimó en 1978 el físico inglés Henry Cavendish, quien, además, descubrió el Hidrógeno y sacó la bella fórmula del H20.

Cada año, por ejemplo, se producen 55,7 millones de abortos en el mundo.

Unos más crecen a pesar de la infinidad de enfermedades que agobian al mundo médico y que según la Organización Mundial de la Salud, cada día aparece una nueva enfermedad o una variación en la genética del virus que hace que se deba tratar como a un nuevo malestar.

Existen entre 6 mil y 8 mil enfermedades de tipo frecuente y resulta incontable las del tipo frecuente.

De los 56,4 millones de defunciones registradas en el mundo en 2016, por cardiopatía isquémica y por el accidente cerebrovascular se ocasionaron 15,2 millones de defunciones, según manifestó en mayo del 2018 la OMS.

La enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) causó tres millones de fallecimientos; el cáncer de pulmón, junto con el de tráquea y el de bronquios, se llevó la vida de 1,7 millones de personas.

La cifra por diabetes alcanzó los 1,6 millones en ese año.

Por infecciones de las vías respiratorias inferiores hubo tres millones de defunciones en todo el mundo. Por enfermedades diarreicas, partieron al más allá 1,4 millones de vivos. Por tuberculosis ocurrieron 1,3 millones de fallecimientos y por el VIH/sida fallecieron 1,1 millones de personas.

Los accidentes de tránsito se cobraron 1,4 millones de vidas.

Más de 250.000 personas perdieron la vida en el mundo en el 2016 por heridas causadas por armas de fuego, según indicó bbc.com de un estudio del Instituto de Medición y Evaluación Sanitaria (IHME, por sus siglas en inglés) en la Universidad de Washington.

Pero muchos mueren por diferentes circunstancias. Los hay también que en forma curiosa han perdido la vida como ha ocurrido a lo largo de la vida.

SEÑALADOS POR LA MUERTE

Casi todos los filósofos y personajes griegos de la antigüedad tuvieron muertes extrañas. Draco, por ejemplo, era un legislador ateniense que murió asfixiado por la cantidad de capas y sombreros que le lanzaron en el teatro Aegina, los ciudadanos agradecidos por sus diversas actuaciones.

El legislador Charondas estableció una Ley según la cual ninguna persona podía llevar armas a la Asamblea o, de lo contrario, sería ejecutada. Un día se fue de cacería y llegó al recinto con un cuchillo y al observar la mirada de los espectadores, determinó quitarse la vida.

Heráclito de Éfeso. Foto Wikipedia.org

Heráclito sufría de hidropesía y entonces determinó que el mejor remedio sería untarse de estiércol de vaca, así lo hizo, pero una jauría de canes lo devoraron.

Crisipo de Soli era un tipo chistoso y un día vio a un asno comiendo higo y entonces le dijo a su criado que le diera vino hasta emborracharlo. Al ver al animal en sus piruetas beodas le produjo tanta risa que finalmente murió.

De la muerte nadie se escapa. El profesor Hugo Dogolpol llegó a Colombia huyendo del golpe de estado en Chile, al día siguiente, unos amigos lo llevaron a las minas de Zipaquirá. De regreso a Bogotá, cuando circulaba por la Autopista Norte, un tubo del acueducto explotó y golpeó al vehículo, quitándole la vida.

El 3 de septiembre del 2010, el violonchelista Mike Edwards integrante de la Electric Light Orchestra, salió a caminar por una planicie cuando una gigantesca bola de heno rodó hacia él y lo aplastó.

Ángela Isadora Duncan, bailarina y coreógrafa estadounidense, creadora de la danza moderna, perdió la vida el 14 de septiembre de 1927 cuando la bufanda que tenía puesta se enredó en la rueda del automóvil que conducía.

Al mecánico ruso Sergey Tuganov le encantaban las apuestas y en febrero del 2009 les hizo una apuesta por 4.300 dólares a dos mujeres, asegurándoles que tendría sexo con ellas por 12 horas continuas. Ingirió una buena cantidad de pastillas Viagra, ganó el envite, pero, falleció minutos después.

El 9 de julio de 1993 el abogado canadiense Garry Hoy, conocido por su muerte, estaba en el piso 24 con un grupo de estudiantes y les quiso demostrar cómo los vidrios del Toronto Dominion Center aguantaban el uso y el abuso, se lanzó hacia ellos y en efecto no se quebraron, pero el marco se aflojó y hasta el fondo fue a dar.

Sus padres lo registraron como Thomas Lanier Williams II, pero fue conocido como Tenesse William. El destacado dramaturgo estadounidense fue encontrado el 25 de febrero de 1983 sin signos vitales. El forense dijo que murió atragantado con la tapa de un envase de gotas para los ojos, al tratar de abrirlo con los dientes.

Richard “Dick” Wertheim era juez de línea de tenis y el 10 de septiembre de 1983 vigilaba un partido, recibió un fuerte golpe allá abajo en lo más cuidado, perdió el equilibrio, cayó de la silla de vigilancia y zas, contra el pavimento.

El 10 de junio de 1940, leía un obituario con su nombre el activista político jamaiquino Marcus Garvey, le dieron dos ataques al corazón cuando observó que decía que moriría solo, quebrado e impopular.

El austríaco Hans Steininger era famoso por tener la barba de casi un metro y medio. Un día de 1567 hubo un incendio y en la huida se le olvidó de enrollar los prolongados pelos, los pisó, perdió el equilibrio y se partió el cuello.

Los ejemplos podrían ser infinitos, pero tranquilo, amigo lector, aún le quedan muchos años de vida. La forma de su viaje al más allá, no la sabemos.

 


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