Por María Angélica Aparicio P.
Subir la empinada montaña hasta la cima y ver el paisaje que se desprende desde la altura, no era el plan que ofrecía la Federación Colombiana de Motonáutica. Por supuesto que podía convertirse en una experiencia de avistamiento de aves o de mamíferos con la ropa adecuada, las ganas en su más alta efervescencia y los zapatos de suela gruesa indicados para tal fin.
Pero la propuesta era otra. Se trataba de recorrer las vías fluviales del oriente de Colombia por el Meta, Vichada y Casanare; el viaje consistía en vibrar, extasiarse y sentir nuestros ríos y la naturaleza de sus orillas. Había que viajar en lanchas de motor y mojarse bajo los aguaceros torrenciales. Serían jornadas largas, donde el agua y el viento representarían los protagonistas centrales de la aventura.

Tras un cruce de carreteras y túneles increíbles, llegar al departamento del Meta significaba el comienzo de un todo. Era un plan organizado con meses de antelación por la Federación Colombiana de Motonáutica. Un reto soñado por un grupo de navegantes que admiran los cauces de los ríos con todo lo que esto conlleva: atardeceres, ruido de animales, bajos naturales, lluvias inesperadas, curvas y manglares. Sin embargo, emprendieron viaje por la zona media del Río Meta que, al recorrerlo, se observa muy cobijado por sus soles y nubes de postal.
El Meta hace parte de la región plana de Colombia, la zona donde las montañas desaparecen para dar paso a ríos principales y afluentes; donde se producen pastos útiles para la agricultura y la ganadería. Villavicencio, su capital, es la ciudad más visitada por turistas y nacionales en el oriente colombiano; una urbe pujante y de temperaturas cálidas propias del trópico. El territorio mantiene el folklor regional y los conocidos festivales llaneros como la fiesta del coleo.
Villavicencio es el último tramo montañoso del Meta. Dejarla atrás, es adentrarse en el llano para acercarse al municipio de Puerto López y seguir el curso de los ríos Meta y Metica. Es el mejor paseo en lancha de motor que puede realizarse. Desde las embarcaciones se palpa la superficie cálida del agua, se saborea el caudal de los ríos, se aprecian los ramales que presenta el cauce, tupidos de verdes arbustos.

Llegar a Puerto Gaitán es hacer conexión con el río Manacacías, un afluente importante donde habitan peces comestibles como la cachama, que se caracterizan por sus cabezas grandes y sus cuerpos anchos. Un pez apetecido en la gastronomía de los llaneros, que cada vez gana más espacio entre los turistas que deambulan por este territorio. Presentarlo vistosamente, con arroz y patacones, resulta un manjar insuperable.
El río Manacacías ofrece el avistamiento de delfines rosados como un espectáculo único en su categoría. Desde las lanchas se percibe el corretear de estos mamíferos que, a veces, asoman sus cabezas como espías en son de vigilancia, sin importarles la presencia de seres humanos. Los delfines giran, dan vueltas, se acuestan de espaldas en dirección al cielo, haciendo el ruido suficiente para que los visitantes admiren sus piruetas. Hermosa presencia que lleva al respeto por sus vidas.
Adentrándose en el río Meta hacia el norte, las lanchas de la Fundación Colombiana de Motonáutica llegan al departamento de Casanare, la otra llanura extensa de Colombia. Tripulantes y pasajeros hacen una parada para tomar el curso del río Cravo Sur, afluente valioso del Meta. De aquí en adelante, el cuidado de los pilotos es extremo por los numerosos bajos (montes de arena que no se ven) que presenta el río. Tropezar con uno de estos puede causar un accidente irremediable.

La travesía por el río Cravo lleva al Hotel finca San Pablo. Bonito sitio alejado del bullicio de las grandes ciudades. Es un alojamiento con buenos servicios y gente amable; con vegetación nativa en todos sus costados y ruido de animales asombrosos como chigüiros, osos meleros, zorros y osos palmeros. El hotel ofrece comidas, playas, recorridos en bicicleta, caminatas y fogatas.
Continuar por el río Cravo Sur es toparse con el placentero municipio de Orocué, lindo rincón fluvial del departamento de Casanare. Se distingue por sus extensos cultivos de caucho de los que se extrae el látex para producir neumáticos, guantes médicos y almohadas. Sus contornos se cubren de frondosos árboles nativos que reverdecen el área. En Orocué hay comercio, música de arpa, baile, calles amplias y tranquilas. Además, se disfruta del bien construido malecón del río.
Los árboles de caucho recuerdan los inicios de la violencia de nuestro país con la explotación del látex. Amenazas, desolación, muerte y miseria se vivieron alrededor de esta fuente de trabajo. En su libro La Vorágine, el escritor colombiano José Eustasio Rivera plasmó el escenario de tensiones entre caucheros –campesinos e indígenas- y patrones, en torno a la fiebre del caucho. Ver las plantaciones actuales, silenciosas y erguidas, es retrotraer la fuerza de esta obra literaria, publicada en 1924.

Siguiendo por el río Meta, los viajeros de la Fundación Colombiana de Motonáutica atisban el municipio de Santa Rosalía, ubicado en el costado occidental del Vichada. Lo cobijan temperaturas de 28 grados, aire limpio, cielos repintados de azul fuerte y verdores de envidia. Las viviendas se mezclan con las parroquias católicas a lo largo de un bonito rompeolas que enciende llamas entre los enamorados. Santa Rosalía resulta ser un sitio imprescindible para refugiarse en la Colombia que deseamos: la Colombia en paz.
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