Por Guillermo Romero Salamanca

Hacía frío en Roma, sin embargo, miles de personas esperaban ansiosas ese 13 de marzo del 2013, que apareciera por la ventana, el sucesor de Benedicto XVI, quien el 11 de febrero había anunciado que llegaba al fin de su pontificado.

Después de la quinta ronda de votaciones del segundo día del Cónclave, las personas que estaban en la plaza de San Pedro dirigieron sus miradas a la chimenea cuando arrojó un humo blanco. “Habemus Papa”, gritaron al unísono los presentes y mostraban su alegría.

Las campanas de las iglesias de Roma comenzaron a tañer, se agolpaban más y más vecinos de la capital italiana y el mundo entero, a través de las redes sociales, especulaban sobre el elegido, su procedencia y luego el nombre que tomaría para su pontificado.

Fue una hora de larga espera. Todas las miradas apuntaban al balcón. Los noticieros de televisión enfocaban a las cortinas y trataban de escudriñar sobre quién sería. Los presentadores daban sus veredictos, que podría ser español, mexicano, asiático, italiano, africano.

De pronto aparece su nombre: Jorge Mario Bergoglio. Argentino y será Francisco I. “¿Bergoglio?”, se preguntaron primero sus paisanos. ¿Francisco?, se interrogaban más de uno. “¿Un argentino?”, especulaban otros y los Tweeter no se hicieron esperar. Más de 300 millones de personas vieron en directo su figura cuando aparecía como el nuevo sucesor de San Pedro. Había alegría en el mundo católico cristiano.

Foto Santa Sede.

Sus primeras palabras se tradujeron a más de 150 idiomas y les quedó la frase final que luego sería una de sus más repetidas: “No se olviden de rezar por mí”.

El Papa Francisco se convertía en el primer Pontífice de procedencia americana y el primero que no es nativo de Europa, Medio Oriente o el norte de África. Además, es el primero perteneciente a la Compañía de Jesús.  ​

Han pasado 5 años y ha hecho más de 20 viajes apostólicos por Asia, Sudamérica –Ecuador, Bolivia, Paraguay, Brasil, Chile, Perú y Colombia, África, Cuba y Estados Unidos. Ha oficiado multitudinarias misas como ha ocurrido en Brasil, Polonia, Manila, México y Bogotá. Y anunció el Sínodo de jóvenes para octubre del 2018. No para de trabajar.

Convocó en el 2015 al año del Jubileo Extraordinario de la Misericordia,  acompañó al Sínodo de los Obispos sobre la Familia, visitó el campo de concentración de Auschwitz, canonizó a la Santa Teresa de Calcuta, a san Juan Pablo II, al niño mexicano José Sánchez del Río, mártir de la guerra cristera, y al sacerdote José Gabriel del Rosario Brochero.

Se convirtió en el Papa que busca ayudar a los pobres, ha visitado cárceles, centros de refugiados, hospitales, clínicas y ha entregado miles de abrazos a enfermos y menos protegidos. Durante su paso por Colombia, millones de personas le acompañaron en diversas actividades y todos los días, después de su misa en Santa Marta, después del rezo del Ángelus los domingos,  en sus tertulias en el Vaticano, en sus encuentros con sacerdotes o en sus charlas con sus fieles, pide nuevamente: “no se olviden de rezar por mí”.

 




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