Por Guillermo Romero Salamanca
A Gioacchino Atilio Augusto Oreste Teofisto Melchor Síndici Topai sólo le bastó componer la música de un tema para volverse famoso. Todos los días, a las seis de la mañana y las seis de la tarde, las emisoras del país y los canales de televisión deben, por Ley de la República, interpretar su famosa composición musical: el himno nacional.
Se le conoció simplemente como Oreste Sindici. Nació en Ceccano, Italia, el 31 de mayo de 1828 y arribó al país en 1862 como tenor de una compañía de ópera.
Cantó un tiempo en Cartagena, pero llegó a la capital con su grupo y no sólo se enamoró de Bogotá, sino que luego se casó con Justina Jannaut –una vocalista de la compañía teatral, pero de origen francés– y tuvo cuatro hijos: Teresa Eugenia, Oreste Justino, María Atilia y Emilia Justina.
Una vez se disolvió el grupo teatral, se dedicó a dictar música y dirigir una orquesta de música religiosa con la cual acompañaba las misas en las Capillas del Sagrario, San Carlos, Las Nieves y Santo Domingo.
Monseñor Vicente Arbeláez, quien lo había casado, lo nombró como profesor de música en el Seminario Conciliar, pero el gobierno nacional determinó cerrar el claustro y entonces el maestro Oreste emprendió viaje a Nilo, Cundinamarca con el fin de dedicarse a otros menesteres.
Sin embargo, seguía en Bogotá con sus composiciones y escrituras musicales y de poemas de José Eusebio Caro, Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez.
José Domingo Torres quien era su amigo y director de teatro le solicitó que para animar las fiestas patrias escribiera la música de un poema escrito por Rafael Núñez. Síndice se negó varias veces y el profesor recurrió a la intervención de doña Justina para que hiciera el favor.
Oreste, a regañadientes, se fue entonces a aguantar calor a Nilo, Cundinamarca, localizado cerca a Girardot y allí en un armonio fabricado por el abogado y político italiano Dolt Graziano Tubi, y según dicen los historiadores, “en tonalidad de mi bemol y compás de cuatro tiempos ensayar una y otra vez el poema de Núñez”.
El armonio tenía un teclado doble y pedales, cuyos fuelles eran puestos en funcionamiento por manivela.
El 24 de julio de 1887, en el parque de Nilo, que en ese momento tendría unos 300 habitantes y bajo un árbol de tamarindo que le protegía del inmenso calor, Oreste presentó el Himno Nacional, después de la misa dominical.
De una manera más oficial, Oreste presentó el 11 de noviembre de 1887 –en la celebración de la Independencia de Cartagena—el famoso tema, en el Teatro Variedades, situado en lo que hoy sería la carrera 7 entre calles 12 y 13 de Bogotá, con un coro de niños de tres escuelas primarias, alumnos del propio Oreste.
Fue ovacionada la presentación y el presidente Rafael Núñez fue enterado de la magistral actuación y lo mandó llamar y concretaron que se volviera a ejecutar el 6 de diciembre en el Palacio de San Carlos.
Tres años después el himno se llevó a Roma, México, Lima, Caracas y Curazao.
Fueron momentos de alegría para el italiano enamorado de Colombia. Miraba cómo la gente escuchaba con reverencia su composición. Era una marcha que emocionaba y daba gallardía a la historia nacional.
En 1894 falleció doña Justica y Oreste se fue para Nilo a sembrar quina y añil, pero en 1897, vendió la finca, su trabajo no era la agricultura y regresó a la capital a dictar sus clases de música.
Las tristezas continuaron para Oreste porque su hijo Justino falleció en un combate en Flandes en la llamada Guerra de los Mil Días.
Sus hijas, por su parte, se dedicaron a la fabricación de tallarines y macarrones en una residencia del barrio Las Aguas en Bogotá.
El 12 de enero de 1904 el compositor musical del Himno Nacional falleció en Bogotá, víctima de una arteriosclerosis, pronunciada por el consumo de tabaco. Sus restos mortales se encuentran a pocos metros de donde están los de Luis Carlos Galán y de otros líderes nacionales en el Cementerio Central. El mármol de su placa está quebrado y hace muchos años no le colocan una flor, ni le hacen limpieza a su tumba.
El Congreso de la República lo oficializó como himno con la Ley 33 de 1920 y desde ese momento, casi todos los colombianos cantan el himno nacional, lo interpretan en los partidos de fútbol, mientras abren paquetes de papas, se toman fotos, mascan chicles, hablan por celular y los deportistas mandan besitos a través de las cámaras de televisión. Oreste se retuerce en su tumba al escuchar a la gran Shakira cuando no se sabe la letra de Rafael Núñez y cuando destemplados vallenatos entonan su música. ¡Qué irrespeto con un símbolo patrio!
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