Por Carlos A. Velásquez R.

Muchos se sorprendieron al escuchar al presidente Petro insinuando la posibilidad de retomar las aspersiones aéreas para frenar la innegable “bonanza” de cultivos ilícitos que se ha dado en el país durante su gobierno, postura que coincidió con la de Maduro invitando a EE.UU. a trabajar conjuntamente para combatir el narcotráfico.

Y aunque algunos atribuyen lo anterior a estratagemas de posicionamiento para adueñarse de la narrativa pública, lo que realmente hay son bandazos sacrificando su ideologizada política internacional, con el objetivo de enfrentar el poder de unos EE.UU. gobernados por Trump con su política antidrogas que, además de la posibilidad de la descertificación, incluyó el despliegue en el mar Caribe de la flota naval del Comando Sur dispuesta a todo, menos a respetar el DIH. Es decir, ante la espada de Damocles del poder de Trump, Petro y Maduro tratan de enfrentarlo, no con la fortaleza de una política internacional estratégica, sino mostrándose como dos presidentes inconsistentes, cuyo periplo de poder se acerca al borde de la tumba política e histórica.

Es que, en occidente, donde nacieron las ideologías, hace tiempo que estas se destiñeron. Hubo una época en la que las actuaciones políticas eran efectivamente ideológicas. En realidad, a pesar de llevar el morfema ideo, las ideologías tenían poco que ver con las ideas y sí mucho con medias verdades, pasiones, y, en casos extremos, odios. Sin embargo, en el fondo había unos principios y esos principios tenían que ver, de algún modo, con lo ético: las ideologías no fallaban por lo que veían sino por lo que no veían, es decir, no eran percepciones del todo falsas sino incompletas. Eso sí, la posibilidad de funcionar con principios cambiantes, según las conveniencias, ha estado siempre presente: “la política es dinámica” han dicho muchos para disfrazar su incoherencia. O, como dicen los nihilistas posmodernos “los principios no existen, solo existen las sensaciones. Y todo depende de ellas”.

Ahora bien, ampliando la mirada se constata que se sigue utilizando la fraseología ideológica en las batallas políticas, pero, en el mundo en su conjunto y en cada país, la lógica que se impone es la del poder. Esto se ha podido ver, por ejemplo, desde la segunda victoria de Trump. ¿Cuál es su ideología? ¿Qué quiere decir “Republicano”? Su ideología es su capricho y sus negocios, las posibilidades que le da el poder. Su voluntad ha hecho que cambie el escenario mundial. Se podrían poner de acuerdo Trump, Xi Jinping y Putin en repartirse las influencias en el mundo. No por coincidencias en ideologías – en principio opuestas: uno liberal conservador de lo propio; otro, leninista-capitalista; otro, excomunista nacionalista-sino por la mostrenca realidad del poder.

Lo cierto es que la más afectada cuando se impone la lógica del poder, es la libertad. No la libertad en abstracto, sino la libertad individual. Si eso no se advierte con claridad se debe a esa posibilidad que advertía Alexis de Tocqueville en el primer tercio del XIX, cuando observó que muchas personas, de forma más o menos consciente, aceptaban una situación de menos libertad a cambio de una mayor seguridad. Lo mismo que, desde el siglo XVI, advirtió Étienne de la Boétie cuando escribió sobre la “servidumbre voluntaria”.

Aún más, la tan cacareada globalización puede ser también globalización de esa servidumbre. Ya no hay siervos de la gleba, pero sí del globo. Empresas de comercio o de comunicación están hoy en manos de cuatro o cinco personas. Se nos regula la vida con ignorados algoritmos. Como hay que vender y vender para que la máquina siga funcionando, las incitaciones a la compra son continuas y constantes. Hubo un tiempo en el que hasta los diarios publicaban poemas. Hoy dependen de la poca prosa de la publicidad que les queda.

Si hay algo que le molesta al poder es tener que compartirlo. Y si hay algo en lo que se empeña diariamente es en aumentarlo. Quien tiene el poder, cualquiera que sea la forma de adquirirlo, llega a pensar que esa es su naturaleza: nacido para mandar. Es la lógica de las dictaduras. Pero también en democracia se puede dar un aferramiento al poder por el procedimiento de cambiar de principios cada vez que convenga. Por esto, y por enésima vez, Petro lanza el globo de que “hay que convocar una constituyente” para provocar a la oposición.

Lo más adverso de todo esto es que el individuo aislado no puede hacer casi nada para defenderse. Necesita una mediación, y así nacieron los partidos políticos. Pero dentro de los partidos también puede funcionar la lógica del poder y todo puede acabar dependiendo de la voluntad de uno, a no ser que se tornen realmente democráticos en el marco de un Estado de derecho.

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