Aunque tiene la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes, Francisco Rivera Ordóñez es profundamente contracultural: es torero, católico, padre, esposo, varón… y va por ahí sin soberbia, pero sin pedir perdón por cada opinión políticamente incorrecta que emite.

Por José Antonio Méndez-Revista Misión

Fotografía: Guillermo G. Baltasar

Curiosidades que ocurren al entrevistar a Francisco Rivera Ordóñez, Paquirri: aunque se retiró de los ruedos hace dos años, su piel sigue reflejando el color del albero. La razón, nos dice, es que el sol suele castigarle cuando corre por Sevilla (donde vive, aunque nació en Madrid hace 45 años). Más: cuando cruza la puerta del Wellington, el hotel de los toreros, aún da la sensación de que viste como el diestro de uno de los cuadros del hall, pero es que ni de sport se le cae el ademán torero: erguido, litúrgico, pausado, pero cercano y sin chulerías. Le saludan directivos, camareros y clientes, y responde a todos con idéntica amabilidad. Aunque hoy lidie con la actualidad como contertulio en la televisión, no cabe duda de que es, ante todo, un símbolo del toreo. Razón por la cual recibe no pocos ataques. Y no es el único flanco: también por su fe, su familia, sus opiniones… De todo ello, cómo no, queremos preguntarle.

–Entrevistar a un torero es casi un deporte de riesgo. ¿Por qué se ataca hoy tanto al toreo?

–Porque se ha cogido al toro como arma arrojadiza por un tema político. En España, la sociedad se ha dividido como hacía años; se ha fraccionado absolutamente. Y los de un polo cogen símbolos que creen que representan al otro solo para atacar. Hacer eso con el toreo es una tontería, porque el torero torea para todos por igual. A la plaza han ido Franco y Che Guevara, Machado, Lorca, Picasso, Dalí…

–¿Y qué simboliza el toreo?

–El toreo es respeto a los compañeros, al aficionado y al toro. Se respetan las diferencias y se valora a la persona por lo que es capaz de hacer y por cómo es, no por la casa de la que viene. Es tradición, amor a los animales, sacrificio, capacidad de sufrimiento y de superación, compañerismo, liturgia, educación, lealtad… Es uno de los pocos ámbitos en los que un apretón de manos aún sella un trato. Todos esos son valores que hoy hacen mucha falta.

–Habla de amor por los animales. ¿No hay crueldad en los toros?
–Yo entiendo la crueldad de otra manera. El toreo es sangre y es verdad. Y no hay nada más verdad que la vida y la muerte. El toro da su vida por nuestra gloria, pero exige que estemos dispuestos a dar la vida por él. Gracias a Dios mueren menos toreros que toros, pero el toro cobra su precio en sangre y todos los toreros lo pagamos. El toro bravo es el único animal que puede matar a su verdugo y el único que puede salvar la vida por su comportamiento. Comprendo que haya quien no lo entienda, pero los toreros sentimos un amor inmenso por los animales porque convivimos con ellos a diario.

–Además de por ser torero, le han atacado por sus opiniones. Por ejemplo, sobre por qué no enviar vídeos pornográficos por el móvil, o sobre ciertas actitudes que se ven en el orgullo gay. ¿Hay una censura para quien se sale del discurso dominante?

–Los políticos han conseguido generar mucho odio y una fractura importantísima en la sociedad. Ahora todo tiene que ser blanco o negro; rojo o azul; naranja o verde. Es brutal. Y al diferente, se le ataca. En mi caso, no es que no se entendiera lo que dije, sino que se ha querido atacar lo que represento: torero, católico, padre, hombre… En las redes sociales me han dicho barbaridades. Pero ¿cómo puedes dar lecciones deseando mi muerte, la de mis hijos o que violen a mi mujer? Hay gente que vive de hacer ruido y de engendrar odio, y eso es muy peligroso. Me cuesta entender la maldad de esa gente que te hace daño y les da igual, o incluso disfrutan.

–Es costalero en Triana del Cristo de las Tres Caídas, peregrina cada año al Rocío y habla de su fe sin remilgos. ¿Por qué muestra en público su fe?
–Hoy parece que hay que acabar con nuestra tradición, nuestra cultura y nuestra fe porque “son antiguas”. ¡No, hombre! Antiguo lo será usted; mi fe y mis sentimientos, ¿por qué tienen que ser antiguos? Cuando hablo de mí, hablo de mi fe porque es parte de mi vida. Lo expreso con naturalidad y se la inculco a mis hijos. Un día, hablando de Dios con Joselito, que es agnóstico, me decía: “Me da envidia tu fe, porque veo que también te ayuda en los momentos duros, en los que yo no tengo dónde agarrarme”. La fe es un mástil al que agarrarte y un faro que te guía en la oscuridad. Pero yo me agarro a Dios en los momentos malos, y en los buenos también. Solo en lo malo no vale.

–¿Cómo es su relación con Dios?

–Una relación de Padre a hijo, en la que, si me enfado con Él, se lo digo; si tengo que pedirle ayuda, se la pido; si me he equivocado, se lo digo también… Hablo mucho con Él. A veces le doy las gracias y otras me enfado. Pero es una relación fantástica.

–¿Y cómo reza?

–Rezo todas las noches, le doy gracias por lo que tengo y, sobre todo, le pido que mis hijos estén bien, que para mí es lo más importante. Verás, yo cuando pienso en Dios y en la Virgen, los veo representados en la Esperanza de Triana y en el Cristo de las Tres Caídas, así que voy mucho a verlos. Necesito estar sentado con ellos un ratito y contarles mis cosas: “Ya has visto cómo está Carmen, echa una mano aquí, gracias por esto…”. Es una relación diaria.

–Tras más de una década como torero decidió aparecer en los carteles con el sobrenombre de su padre: Paquirri. ¿Por qué?

–Cuando empecé a torear y mi abuelo me preguntó cómo quería anunciarme, no fui capaz de decirle “Paquirri”. Además, ser torero y llevar el apellido Ordóñez mola (ríe). El cambio fue a raíz de la alternativa de Dámaso González, en la que toreamos él, José Mari Manzanares y yo. Los tres llevábamos el nombre de nuestros padres, y en su época fue un cartel que se dio muchas veces. El único que no tenía el nombre como el de su padre era yo, así que pusimos Paquirri junto a mi nombre. Al verlo me hizo tanta ilusión, que desde entonces dijimos: “p’alante”.

–En una sociedad que mira con recelo la figura paterna, ¿qué papel ha tenido su padre en su vida?

Perdí a mi padre siendo muy pequeñito y lo he echado muchísimo de menos. Mi vida habría sido de otra manera con él. Siempre he querido parecerme a él y muchas veces pienso: “qué habría hecho él, qué diría…” y he tratado de seguir su senda.

A los 5 años sus padres se separaron, y a los 10 quedó huérfano aquella trágica tarde en Pozoblanco. ¿Qué impacto tiene en un niño quedarse sin su padre?
Es un palo tremendo. Pero he tenido una madre maravillosa, que ha sido un tanque. Una mujer con una personalidad fortísima y un corazón enorme. Si soy quien soy es gracias a ella y a lo que me ha enseñado sobre la vida y sobre mi padre. La figura del padre no puede ser prescindible, porque la madre y el padre se complementan y cada uno da valores fundamentales para el desarrollo del niño.

–Su primer matrimonio, del que nació su hija Cayetana, fue reconocido nulo. Hoy está felizmente casado con Lourdes Montes y tiene 2 hijos. ¿Qué hace que un matrimonio funcione o no lo haga?

–¡Buf! Si supiera responder a eso escribía un libro y me forraba. Yo desaconsejo casarse rápidamente: antes hay que conocer bien a la otra persona. Y, además, el matrimonio tiene que compensarse: tú aceptas cómo es el otro y el otro te acepta a ti; respetas y el otro respeta. Y hay que renunciar a cosas, porque si no, entras en el egoísmo.

–Pero pasar por una nulidad enseña a no repetir errores, ¿no?
–La experiencia de vida es la que te enseña eso. Cuando me separé, el concepto de familia se me rompió, y no poder estar con mi hija Cayetana me dolió muchísimo. Cuando dos padres se separan, la custodia debería ser compartida por ley, porque lo contrario hace sufrir muchísimo a los hijos. Los padres no podemos educar a los niños en fines de semana alternos. Eso es ridículo y malísimo para los niños.

–¿Qué representa en su vida Lourdes, su mujer?

–No quiero caer en los típicos clichés, pero es que no concibo la vida sin Lourdes. Me gusta despertarme a su lado, hablar con ella de cualquier cosa, llamarla si no estoy en casa… Si no comparto todo con ella, no es lo mismo. Me da estabilidad y me entiende perfectamente. Es quien más me quiere, la que más se preocupa por mí, la que está siempre. Además, tiene una cabeza y un corazón excepcionales. No sé dónde habría acabado sin ella.

–¿Qué padre quiere ser para Cayetana, Carmen y Francisco?

¡Menudo follón tengo yo ahora, con una de 19, otra de 3 y otro casi recién nacido! (ríe). Yo no creo en lo de ser padre y amigo: tenemos la obligación de decir a nuestros hijos lo que hacen bien, y también lo que hacen mal, aunque seamos los malos de la película. Darles todo hecho no es bueno, hay que exigirles. Pero, sobre todo, creo que tenemos que estar como una red.

–¿A qué se refiere?

–Es imposible evitar que tus hijos se caigan. Querer evitar que sufran es lógico, pero imposible. Lo que sí tienen que saber es que siempre vas a estar ahí, pase lo que pase. Hay una cosa de la que estoy seguro: un hijo puede fallar a un padre, pero un padre nunca debe fallar a un hijo.

–¿Cómo desea terminar esta entrevista?

–Dando las gracias porque me he sentido escuchado. Hoy mucha gente no escucha: va con su guion y no te respeta, y el respeto al que no piensa como tú es la base de la convivencia. (GRS)

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