Hernán Alejandro Olano García.

Cualquiera de los jóvenes colombianos que salían de su casa a prestar el servicio militar, tenía que ir al «Pasaje Rivas» por su baúl para llevar a la unidad militar donde estaría los siguientes doce o dieciocho meses; de igual manera, las familias recién llegadas a Bogotá en la Estación de La Sabana, o los estudiantes de provincia, que arribaban a la capital y querían tener algunos muebles y armarios, no podían dejar de pasar por el primer centro comercial bogotano, que abrió sus puertas el 19 de marzo de 1893.

Artesanías, canastos, cunas para bebé, hamacas, banquetas, cazuelas, alcancías, palmas, sillas de director de cine, caballitos de madera, totumas, maracas, panderetas, alpargates, estropajos, ruanas, maletas ABC, catres, cobijas, colchones, materas, ponchos, juegos de rana, parqués y ajedrez, trompos, yoyos y cientos de productos que hoy se venden allí, tienen estrecha relación con lo que se utilizaba hace 130 años en todas las casas bogotanas.

Don Luis G. Rivas Ortega, quería darle a Bogotá, en la carrera 10 con calle 10 (Calle del Divorcio, esquina de la calle de Santa Clara), un «Boulevard» al mejor estilo parisino, con arcos y pasillos estrechos, que hoy vemos en los tradicionales bazares turcos o marroquíes, para albergar los almacenes más exclusivos de Bogotá, pero, su construcción cerca de la plaza de La Candelaria y del Canal de San Francisco, al igual que su proximidad con chicherías y carnicerías no hicieron del lugar el más apreciado por las élites, con lo cual, se convirtió en bodega y luego en epicentro del comercio de productos que tan solo están allí.

El señor Rivas Ortega fue una de las personas que lleva al progreso y al desarrollo de Bogotá en diversos ámbitos socioculturales, como se relata en un escrito publicado en 1889. Fue director del Banco Internacional de Cartagena, siendo «uno de los más poderosos sostenedores del papel-moneda, prefiriéndolo en todas sus operaciones, y otorgándole privilegios que ha negado a todos los otros medios circulantes, para consolidar el crédito». Fue igualmente uno de los fundadores y miembro de la Junta Directiva del Jockey Club de Bogotá; presidente de la Sociedad de Socorros Mutuos de la ciudad; así mismo, donó parte de los terrenos que poseía en Chapinero, para el progreso y desarrollo de esa localidad.

Rivas estuvo casado con Julia Escobar Santa María nacida en Medellín, hija de don Melitón Escobar Ramos (Nacido el 4 de marzo de 1819 en Amagá, Antioquia, y fallecido en diciembre de 1887 en El Cairo, Egipto) y Manuela Santa María Rovira.

Los hijos de la familia Rivas Escobar, fueron:

Luis, casado con Adela Irigoyen y padres de tres hijos.

Raimundo, casado con Eugenia Posada Tenorio y padres de tres hijos. Don Raimundo fue un destacado genealogista y coautor de las «Genealogías de Santafé de Bogotá».

Manuela, casada con Jorge Morales Pardo y padres de seis hijos. Jorge (Nacido el 27 de julio de 1840 en Bogotá, falleció el 20 de junio de 1908 en la misma ciudad), era hijo de Roberto Morales Tobar y de Teresa Pardo Roche.

El «Pasaje Rivas», con su tradicional aviso pintado con letras rojas y debajo la leyenda «mercancía para negocio”, es patrimonio inmaterial cultural de Bogotá y sujeto de especial protección arquitectónica.

Muchos personajes han pasado por el Rivas y, entre los propios, estaban un par de coteros, apodados ‘Panzutto’ y ‘Maravilla’, como los delanteros de los equipos de fútbol Santa Fe y Millonarios: Osvaldo «El Viejo» Panzutto, el argentino que fue campeón, goleador e ídolo de la hinchada cardenal y, Delio «Maravilla» Gamboa, de los mejores jugadores colombianos de todos los tiempos y uno de los primeros en brillar en el exterior, Mejor jugador de la temporada 1959-1960 de la liga Mexicana cuando militaba con el CD Oro.

Otra de los personajes, es una de las decanas del comercio del «Pasaje Rivas», doña Rosa Helena Robayo Piñeros, quien junto a su esposo Abel Mahecha, ya fallecido y, su hijo Juan Carlos Mahecha Robayo, edil de La Candelaria, han estado vinculados por más de 65 años a la historia de este tradicional refugio comercial bogotano, que también cuenta con cafés y, ahora con un restaurante gourmet, «Testigo».

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