Por Hernán Alejandro Olano García
Muchos de los ahora adultos tuvimos hace cincuenta o más años, algún producto de Juguetes Damme, como, por ejemplo, una carreta multicolor, una carretilla de jardín, un caballito, un cisne balancín, o una pista de carros, que combinaba la hojalata del rodadero con los marcos de madera verde, por la cual rodaban carritos rodos, amarillos, verdes o azules.
La mayoría de esos elementos que hacían parte de los hogares colombianos, eran elaborados por Juguetes Damme, que tenía una gran vitrina en Bogotá, en la carrera 13 con 68, frente al parque de las flores, donde sus amplios ventanales en esa esquina de Chapinero tuvieron los coloridos productos, que incluían trencitos, cocinitas y futbolines, fabricados en el barrio La Floresta de Bogotá, donde aún permanecen sus talleres.
Los juguetes Damme han sido reconocidos durante siete décadas por su calidad, no obstante, los avances de la lúdica del juego, cuando antes, las muñecas de trapo, los carros de hojalata o las carretas en madera, entre otros, eran lo más ansiados en los cumpleaños y navidades.
Cuando las personas hablan hoy en día de innovación y creatividad, como si fuesen términos modernos, no recuerdan que muchas de las grandes ideas nacieron de la pobreza material, pero de la riqueza intelectual. Tal fue el caso de un niño, quien, a los nueve años, ante la falta de recursos de sus padres, decidió elaborar su teatrino de títeres, sus carritos, aviones y otros elementos que hacen parte del catálogo que ideó Horst Damme Pasek, fundador de la empresa en 1949.
Damme, conocido como un “Gepetto de la vida real”, llegó a tener más de 150 modelos diferentes de juguetes en su catálogo. Don Horst llegó a Colombia desde Alemania con Charlotte y Willy, sus padres. Su padre trabajó en el Polo Club de Bogotá y, con un sueldo escaso, comenzó a fabricar juguetes que les ofrecía a los socios de esa corporación social y, así, poco a poco, se volvieron moda entre la clase alta capitalina.
Don Horst se volvió un colombiano hacedor de historias; nunca perdonaba su ponqué Ramo con Coca-Cola a la medianoche, seguramente, mientras cientos de niños soñaban con alcanzar grandes metas en sus caballitos de balancín.
En 2009, el viejo juguetero, recibió el premio Lápiz de Acero por su vida y obra, que la recordaremos quienes tuvimos alguno de sus juguetes y aun, uno que otro, como el camión cisterna Esso, guardado en la colección de mi hermano.
También puede leer: