Por Édgard Hozzman y Guillermo Romero Salamanca

 

“! Qué grande es el mundo frente a mi garganta abatida! Se ve llegar, paso a la victoria, se paran los relojes y las abejas. Los niños se alborotan, saltan las piedras, los lagartos trotan, se sienten felices los cipreses. Se ve llegar. Herrera es nuestra bandera. Se ve llegar: paso a la victoria, paso de vencedorrrrrr. Cruza Herrera Campeón. Se cierra la puerta de los sustos”.

Así narraba Rubén Darío Arcila, Rubencho” por RCN Radio, el 15 de mayo de 1987, la victoria de Lucho Herrera, como Campeón de la Vuelta España.

La gente en la calle saltaba, gritaba, los pitos de los carros eran ensordecedores. Fusagasugá se paralizaba. Los ciclistas lloraban de emoción. El país estaba feliz y toda esa alegría la había transmitido Rubencho, el inmenso y gran narrador, dueño de un “chorro de voz”.

Los colombianos se acostumbraron a escucharlo en los triunfos de los pedalistas. Le oyeron su emotivo relato cuando ganó Mariana Pabón se colgó las medallas de oro en los olímpicos, cuando Nairo Quintaba triunfó en Italia, o cuando los héroes del pedal como Rigoberto Urán, Esteban Cháves, Miguel Ángel López, Sergio y Sebastián Henao, Egan Bernal, Fernando Gaviria,  Darwin Atapuma o Jarlinson Pantano se destacan en las carreras europeas.

Rubencho es sinónimo de triunfo. Por ello le siguen por donde esté transmitiendo, sabe cómo informar, cómo llevarles los sueños a miles de personas que no dudan en interrumpir sus labores con tal de escucharlo. Le pone poesía a sus frases, sabe qué decir, sabe cómo sacar lágrimas y cómo elevarles los valores a los colombianos.

DE LA VENTA DE EMPANADAS A LA LEY CONTRA EL HAMPA

Cuando tenía unos siete años, metía su voz en las ollas u olletas –las que mejor le dieran acústica—y sintonizaba una emisora de su natal Medellín y cuando se terminaba la canción, entonces le bajaba el volumen y decía el título, el cantante, el compositor  y desde luego daba la hora y metía el comercial: “Imusa. El que conoce Imusa otro aluminio y plástico no usa”.

Doña Blanca, su mamá, simplemente se reía y le gustaba cómo su pequeño locutor le animaba las mañanas.

Su papá, don Bernardo Arcila lo que no consentía era que se hijito se gastara los zapatos en la calle jugando fútbol. A correa limpia lo entraba en la casa. Para él era muy difícil conseguirle calzado al pequeñín como  para que los estropeara dándoselas de Pelé.

Recuerda con nostalgia a su padre. “Para levantar a la familia le metió mano a todo. Fue taxista, camionero, tinterillo, declamador, poeta, sastre, panadero, barbero y peluquero. Eran sus fórmulas para buscar las soluciones económicas para la familia. Además era relacionista y trovador.

Frente a la tienda de doña Domitila vivía en mensajero morenito con aire de provinciano recién desempacado de don Matías, quien a golpe de pedal se comía las cuestas de Manrique sin ningún esfuerzo, sin perder el ritmo y con una sonrisa. Sin haber ganado nada  se convirtió en su primer ídolo. Era Javier, “el ñato” Suárez, el futuro gran ciclista antioqueño. Verlo pedalear era una inspiración.

En su bicicleta, “Jurime” Rubencho recorría Manrique y Copacabana para recoger en el granero de su abuelo el mercado que él generosamente daba para paliar los malos momentos que vivía la familia. A sus trece años pedaleando y narrando su recorrido a todo pulmón, se imaginaba superando a su ídolo, Hernán Medina Calderón.

Recuerda a doña Blanca, dándole pedal a su máquina de coser para colaborarle a don Bernardo a levantar a su familia: cuatro hombres y cinco mujeres. Ella, al igual que su primogénito, pedaleaba para hacerle la trampa al centavo. Como si las preocupaciones no fueran pocas, ella también sufría y lloraba con las desventuras que se oían en las radionovelas como las de Albertico Limonta en “El derecho de nacer” o las penalidades de Kadir el árabe, en sus aventuras en el desierto.

Rubencho, se identificaba con su madre y vivían inmersos en un mundo, en el que después de muchas penalidades, el miserable se convertía en rey, ciegos que recobraban la visión o donde el Capitán Silver era el verdugo del comunismo.

Su amor y devoción por ciclismo nació escuchando a Carlos Arturo Rueda, quien describía centímetro a centímetro lo que acontecía en la carretera y su entorno. Eran los años en los cuales el país se paralizaba para escucharlo. Era un eco. Había radios sintonizados en RCN y en los almacenes, hogares, oficinas, escuelas, prisiones, peluquerías,  en  lugares inimaginables, cementerios, abadías y conventos.

Rubén estaba pendiente del campeón Rueda C., cuando él anunciaba: “Ramón de Marinilla, prendió el motorcito y se va, se va el escarabajo, nadie le sigue el paso”, sabía que aseguraba un nuevo triunfo o cuando sentenciaba: “se prendió la licuadora antioqueña”, era el presagio del comienzo del sufrimiento de los equipos de Cundinamarca y el Valle del Cauca.

Escuchando a Carlos Arturo Rueda, Rubén hizo su curso de locución a distancia. “Carlos Arturo era un poeta, tenía inspiración infinita y un sentido lírico único, el que remitía a sus oyentes a un universo de nieves perpetuas, halcones de caída libre, bólidos de fuego, ciudades de puertas abiertas, morenas, querendonas y trasnochadoras.

Rubencho tenía 14 años cuando madrugaba a las 2 de la mañana a rebuscar el centavo vendiendo jugos y helados al personal de las textileras, dormía a plazos y hacía una caminata al Liceo –distante varios kilómetros del hogar–recitando la obra del poeta Jorge Robledo Ortiz.

Su voz, memoria y personalidad le valieron para representar a su colegio en el concurso de declamadores a nivel departamental, saltó al escenario con el atuendo, del andariego, arriero y montañero, sin ningún complejo a plena voz, ganó y conquistó sus primeros aplausos.

El jurado y el público esa noche le señalaron el camino de la radio. Allá llegó y su primera palabra fue “altooo”, personificando a un policía en el dramatizado, “La ley contra el hampa”. Tratando de impresionar al productor, engoló e imposto la voz. “Mijo, ¿cuándo ha escuchado usted hablar así a un policía?, suelte la garganta, no la amarre, hable con naturalidad”, este fue el consejo que le dio Miguel González Correa, el que le tuvo en cuenta y le abrió las puertas de este medio de comunicación.

ESCRIBIENDO EL ASALTO AL TREN DE LONDRES

Dando sus primeros pasos frente a un micrófono, recordó la primera vez que se sintió importante. “Luis Villegas, locutor oficial del Estadio Atanasio Girardot, a través de la amplificación, llamaba al señor Rubén Darío Arcila a los estudios. Yo tenía 12 años y me le había escabullido a mi madre, quien me buscaba por todo Medellín”.

Todo iba viento en popa como actor de novelas, hasta cuando sonó  la voz de alarma. “Los bolos” –así se llamaban a los pequeños textos que había en las novelas– se acabaron porque quien escribía los libretos desapareció, no hubo guionista para continuar. Y claro, el  voluntario, no podía ser otro que Rubén Darío. Sin ser mecanógrafo le hizo la faena a la Olivetti. Pasó la noche en blanco y con la ayuda del elenco, se emitió su primer libreto: “El asalto al tren de Londres”.

Se marchó de su hogar a los 18 años cumplidos. No tenía profesión definida, estaba sin licencia de locución y sin concepto definido de lo que deseaba ser frente al micrófono, su único y gran objetivo para vivir. Aterrizó en San Gil, Santander, en Radio Guanenta donde comenzó como locutor relojero. Milton Erre lo llevó a Bucaramanga  y lo lanzó como narrador de baloncesto, en los juegos inter colegiados.

Como miembro del programa deportivo, Satélite Deportivo, dirigido por Álvaro Fonseca Cornejo tuvo la oportunidad de transmitir ciclismo desde la escotilla de un trasmóvil, narrando desde entonces las grandes hazañas, angustias, alegrías y tristezas de nuestros ciclistas.

“Desde que descubrí mi vocación radial, tenía como referencia las voces y estilos de Carlos Arturo Rueda, Pastor Londoño, Jaime Tobón de la Roche, Rodrigo Correa, Manolo Villarreal Carlos Montalbán y Alberto Piedrahita Pacheco. Ellos eran mis ídolos y creo tener un poquito de cada uno de ellos y no lo quiero perder”.

La alternativa como narrador de fútbol le llegó en Barrancabermeja, reservas del Atlético Bucaramanga – Selección del Puerto, a través de Radio Palonegro. La pelota rodando y el aprendiz intentando narrar a lo grande. “Mi descripción no era el reflejo de lo que acontecía en la cancha, estaba más enredado que un bulto de anzuelos, inseguro y la garganta se me quebró en más de dos oportunidades dando tremendos gallos ¡!!”, En la cancha 22 morenos igualitos y sin numeración, lo único que se me ocurrió fue pensar: “sin negros no hay rumba, ni guaguancó, fui el último en abandonar el estadio no sin antes haber recibido una buena cantidad de misiles desde las graderías y la rechifla”.

ALBERTO PIEDRAHITA PACHECO LO LLEVÓ A EUROPA

En la inolvidable Bucaramanga fue bautizado como Rubencho, “ese hierro al rojo vivo  me marcó para el resto de mi existencia”.

“Julio Arrastia el che, fue quien creyó en mí y me trepó al trasmóvil número 2 de la emblemática Voz de Medellín en una doble a Riosucio. Me sentó al lado del inolvidable titular del 2, Darío Álvarez Rodríguez y aproveché la palomita que me dio Julio el che para darme a conocer como narrador de ciclismo”.

Cuando Julio Arrastia Bricca, se dio cuenta que sus ausencias mentales eran constantes, abandonó la escotilla del carro de Caracol en plena Clásica de Boyacá, en Sotaquirá en 1992 y partió de esta dimensión el 29 de mayo del 2005 a los 85 años. Fue un momento doloroso en mi vida.

“Lo extraño y mantengo vivo a través de mis diálogos. Me sirvo un vaso de vino, hablo con él como lo hacía antes. A los que han partido se les perpetua a través de la palabra”, dice.

Alberto Piedrahita Pacheco fue su padrino y el de muchos. “Él era capaz de bajar el fuego del sol para ayudar un amigo”. Por él conoció el mundo capitalino, la bohemia y a los humoristas, cantantes, reporteros, actores, comerciantes, quienes para salir del anonimato recurrieron al respaldo y protección del afamado locutor, quien llevó al novel narrador de ciclismo al otro lado del Atlántico, para que comenzara a hacer su  historia.

Él creyó en Rubén Darío, lo metió en la nómina de Momento Deportivo, galardonado con la Antena de la Consagración como el mejor espacio deportivo en 1975. Cuando fue llamado al estrado para recibir el premio, declaró: “Con la venia del respetable público, quiero dedicar este disputado galardón, a todos mis compañeros del programa, pero muy especialmente a Rubén Darío Arcila. “Rubencho”, lo invito a recibirla”.

“Este gesto magnánimo, es una llama que el tiempo alimenta día a día en mi ser”, dice ahora el narrador que ha hecho llorar a miles de personas con sus frases pletóricas de emoción.

Son muchos los momentos inolvidables en la  actividad profesional de Rubén Darío. Su transmisión desde el aire para RCN de tres vueltas olímpicas sobre el aeropuerto, Olaya Herrera, teniendo como marco los balcones y terrazas llenos de aficionados celebrando la tercera estrella del Atlético Nacional.

Su sobrevuelo en un helicóptero, en  Madrid el 15 de mayo de 1987 acompañado del campeón de la vuelta a España Lucho Herrera.

O aquella que hizo mientras se reponía de una delicada intervención quirúrgica comandando el Caracol del aire, sobrevolando Bogotá celebrando el 5-0 Colombia Argentina, y gritando a todo pulmón: “choquen los cinco”. O cuando ganó Mariana Pajón o Nairo Quintana o tantos otras que él mismo ya ni recuerda, pero que han quedado en la historia del deporte en Colombia.

Además de ser un extraordinario relator, Rubencho, le gusta hablar con sus oyentes, llevarles alegrías, animarlos, darles consejos. Está alejado a kilómetros de la envidia y de la tristeza.

“Cuando llegue a la otro dimensión y pregunte por el paraíso, seguramente una voz superior me contestará: “vienes de él”. Y al escuchar esa voz me diré también: tuvo un chorro de voz”.






Please follow and like us:
Wordpress Social Share Plugin powered by Ultimatelysocial