Por Guillermo Romero Salamanca
A pesar del calor matutino, que anuncia un aguacero, la hermana Martha Acosta camina por las polvorientas calles de El Progreso, en Cazucá, Soacha. En compañía de unas cuantas señoras reza el Rosario. Fue al barrio, de improviso, como siempre, esta vez a rezar, pero otras veces está en las calles visitando a los ancianos abandonados, a los enfermos, a los desvalidos. En otras oportunidades dicta talleres de costura, emprendimiento, trabajos manuales o gastronomía. En ocasiones da charlas de esperanza y positivismo en uno de los sectores más deprimidos por la economía, el desempleo y otros factores sociales.
La hermana Martha no deja tampoco su sonrisa y su alegría. Poco le importa caminar por estas empedradas calles o bajar por esos deslizaderos permanentes. Soporta con estoicismo la lluvia, sol, brisa, frío y otros malestares que compensa con el abrazo a un niño, la caricia a un bebé o las palabras de aliento a una mujer en embarazo.
En su diccionario no existen palabras como descanso, tristeza, pesimismo, sueño y mañana. Ella, al fin y al cabo, es hermana juanista y por estos días cumple 40 años de fidelidad y servicio a su comunidad.
Las juanistas viven con un objetivo: llevar el Evangelio, consolar a los afligidos y apoyar a los trabajadores. Así lo quiso el siervo Jorge Murcia Riaño, un sacerdote Diocesano nacido en Bogotá el 20 de octubre de 1895. Apóstol del Amor y la Justicia Fundador de la Congregación Hermanas de San Juan Evangelista, en Bogotá, el 8 de diciembre de 1932.
Su proceso de Beatificación se abrió el 16 de noviembre de 2003 en Bogotá.
“El Padre Jorge Murcia, fue un hombre de Dios, se dejó afectar por la situación social de su época, realidad que estudió y profundizó para buscar soluciones eficaces, fue uno de los pioneros de la obra social entre los sacerdotes colombianos de su tiempo, quien a la luz de las grandes encíclicas, especialmente la Rerum Novarum de su Santidad León XIII; y a la sombra preocupante de la clase trabajadora que emergía desprotegida y explotada. Fue su vidente organizador e hizo tomar conciencia al universo que lo rodeaba, escuchaba y leía, sobre la necesidad de ganar esta causa para Cristo”, dice en su biografía.
“Hizo surgir de su mente iluminada y de su corazón de apóstol, movimientos y organizaciones que llegaron a ser auténticas soluciones a la problemática social que vivían las mujeres trabajadoras pobres, los obreros y los preferidos y amados de su corazón: los jóvenes trabajadores. Como él lo expresaba: “la niña de sus ojos” y “ser para la juventud y el pueblo trabajador, una luz de verdad llena de amor”, agregan.
Gracias a los sacrificios y gestiones el padre Murcia levantó en 1932 una gran estatua de la Inmaculada, ubicada en el Cerro de Guadalupe que aún hoy los bogotanos la tienen de referencia.
Las juanistas tienen predilección por todos aquellos que conforman lo que han denominado como “Los hijos del Trueno” o Boanerges, hombres y mujeres perseguidos por la violencia, con dificultades en la vida, enfermos, apesadumbrados o como ellos mismos se califican “pecadores empedernidos”.
Como la hermana Martha Acosta, otras hermanas caminan por el Chocó, Zipaquirá, Santander, Tolima, Ecuador y muchas poblaciones a donde les alcanza su amor por los demás. No tienen límites. Simplemente trabajan y aman a Dios y a su prójimo.
Están cumpliendo 90 años de labores. Por eso, les pedimos a un grupo de amigos un aporte para adquirir 90 mercaditos para que ellas los llevaran a familias desfavorecidas en Cazucá. Gracias a ese aporte se cumplió con la meta. Participaron ateos confesos, periodistas y profesionales.
La hermana entregó los 90 detalles con su alegría de siempre. Visitó decenas de hogares. Encontró en su camino a madres jóvenes, adultos, invidentes, muchachos trabajadores, nuevas familias y otros necesitados.
Guarda en su alma las confesiones de decenas de personas, a veces le dan ganas de llorar o de asombrarse, pero puede más su férrea voluntad de acero.
Comparte palabras de aliento a quienes no encuentran trabajo, quisiera darles algo a quienes no pueden llevar un alimento a su casa, comprende a quienes sufren y llevan la vida con dolor.
Así son las juanistas. Por este mundo han pasado docenas de mujeres como Magolita, Matilde, Ana, Susana, Margarita, María y tantas otras que han impregnado con sus mensajes de bienestar del Evangelio y del amor a Dios.
En su comunidad, con las otras hermanas, la hermana Martha reportó su trabajo y sonreía contando cada experiencia. Una Santa Misa, más oraciones y más súplicas por todos aquellos Hijos del Trueno que apoyaron la gestión social pidió esa tarde y de inmediato sus palabras fueron escuchadas.
Para el día siguiente su tarea traería más afanes, pero, sobre todo, más sonrisas.
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