Por Guillermo Romero Salamanca

–Flaco, estoy en Bogotá, hospedado en el Hotel Hilton, tengo unos minutos este domingo en la mañana, ¿quieres venir a desayunar?

Llegué al lobby y entonces el recepcionista, el vigilante, el portero, tres meseros, saludaron con afán cordial: “Señor Torres, buenos días”, “Señor Torres, bienvenido”, “Señor Torres, ¿qué va a desayunar? ¿Señor Torres el cafecito de siempre? ¿Señor Torres, jugo de naranja?

Ante la cantidad de atenciones y deferencias, le pregunté: ¿Y esto qué sucede Armin? ¿Así atienden a todos los huéspedes? El viejo zorro de las finanzas, soltó una sonrisa picarona y me contó: “Es que tengo la tarjeta negra”.

“Lo mejor acá es el buffet, yo me sirvo poquito en cada plato, pero voy varias veces a la barra de comidas. Así la gente no ve un arrume de cosas y comenta: “miren a ese gordo cómo come” y volvió a reír.

Recordamos esos años en el Restaurante El Poblado, en el centro de Bogotá, donde pedía sus codiciados fríjoles con chicharrón, o su escargots en el restaurante francés cercano al Teatro Jorge Eliécer Gaitán. En diciembre del 2019 fui a Nueva York donde vivía, le pedí una cita para saludarlo y me concedió una corta pero amena charla mientras tomamos café en un Dunkin’ Donuts con dos rosquillas.
Fueron momentos para echar recuerdos sobre algunos de sus espectáculos con Raphael, Vicente Fernández, Paloma San Basilio, Leonardo Favio, Sandro, José José, Camilo Sesto, Antonio Prieto y la mítica Guns N’ Roses, en los años ochenta y noventa.

En esos años no había sitios para presentar a los grandes artistas, muchos de los cuales no querían venir a Colombia, no existía un equipo de sonido para conciertos, no había siquiera tarimas.

Los empresarios tenían una pésima reputación. Muchos no les pagaban a los artistas, ni a sus acreedores y no había prestigio para los eventos musicales. Siempre pasaba algo: vendían más boletas de las debidas, huían con las taquillas, no pagaban Sayco y Acinpro, entre otras cosas.

Armín, con Enrique Quintero y Echeverry Producciones comenzaron a limpiar la escena del espectáculo y convencieron a grandes figuras de la canción para que vinieran a Colombia. Hicieron unión con algunas casas disqueras, con emisoras y con programadoras de televisión para promocionar las nuevas presentaciones que, por lo general, se hacían en los pocos salones de los hoteles, los teatros y el Campín –con cero de acústica–. No existía el tema de logística y debían inventar mil medios para recuperar la cartera.

–“A mí me ayudó mucho el nombre. Ese Armín vale mucha plata. Una vez, cuando llegué a Estados Unidos, estaba en una playa con mi esposa y mi hijo, con ciertas comodidades, pero escasas y de pronto un señor oyó mi nombre y extrañado me dijo: “¿Es usted Armín Torres, el empresario colombiano? No lo puedo creer”.

Dicen los estudiosos que Armín viene del alemán antiguo o del latín Arminus que es “héroe” o una variante del nombre “Hernán” que puede ser “hombre del ejército”.

Han pasado más de 25 años que no organiza un espectáculo en Colombia, sin embargo, lo recuerdan cantantes, compositores, locutores, periodistas y hasta público en general.

Dedicó su trabajo en Estados Unidos a la venta de tarjetas para llamadas y al montaje de restaurantes. Fue capaz de organizar uno, peruano, en pleno Manhattan donde asistían luminarias del cine y personalidades de Wall Street.

“El secreto está en saber oír, aprender y materializar las cosas. Hay muchos que hablan y hablan y no logran sus objetivos”, comenta.

“Todos los días hay que empezar de nuevo. Nunca hay rutina. Todo es novedoso. Es una oportunidad”, agrega, mientras degusta cada uno de los seis quesos que sirvió en su plato pequeño.

–Flaco, sírvase fruta o ¿Quieres un café Devotion? Señorita, por favor, tráiganos dos cafés Devotion.

–Claro, con todo gusto señor Torres.

En la actualidad Armín escribe un libro sobre frases célebres, basadas en todas sus experiencias empresariales.

–“Cuando se pierde, en el fondo en una gran experiencia para mejorar”-

–“Si no tiene un nombre sonoro, póngase uno. Eso te hará feliz y millonario”.

–“Los hijos son la mejor inversión. Enséñales, guíalos, luego aprende y escúchalos”.

Y así más de 500 épicas frases explicadas luego con sus casos.

–“Nunca dejes de trabajar y cuando te den la tarjeta negra, se humilde”.

En ese momento sacó la famosa Tarjeta Negra. Me la extendió. Tenía en mis manos una de las piezas más valiosas del mundo económico en la actualidad. Es una figura financiera entregada por American Express a sus clientes exclusivos y para ello hay que figurar, entre otras, en el listado de Forbes.

“Un día me llamaron para decirme que tenía derecho a esa tarjeta, para poseerla hay que pagar 5 mil dólares anuales y ser un buen cliente de American Express. La mía me la otorgaron por la empresa”, dice.

–¿y le ha traído algún beneficio?

–Una vez estábamos con mi esposa en París, intentando ingresar a un restaurante. Había una fila de unas 200 personas. El portero me dijo: “haga fila”. Seco. Tosco. Mery estaba muy cansada. Entonces, como último recurso, le saqué la tarjeta y le dije: ¿Esto me sirve para algo? Cuando la vio, ahí mismo me llevó adentro y nos puso en la mejor mesa. Nos reímos mucho con Mery.

–Armín, ¿puedo pedir otro cafecito?

–Claro. Aproveche que tenemos tarjeta negra.

Y soltamos sendas carcajadas.

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