Por Guillermo Romero Salamanca
La pregunta más seguida que le hacían al empresario Armín Torres era: ¿Cuándo traerá a Vicente Fernández? Periodistas, locutores, amigos, familiares y hasta el lustrabotas de la esquina de su oficina le interrogaban por esa gira con el ídolo ranchero.
Prendía la radio y ahí estaba Vicente Fernández cantando “El arracadas”, “Mujeres divinas” y “Por tu maldito amor”. Encendía el televisor y había un musical con el ídolo ranchero. Salía a caminar y en el Teatro Coliseo, donde solía ir a ver la matiné y también tenían programas algunas de sus películas. Hasta Andrés Pastrana, el alcalde de la ciudad le inquirió sobre el tema.
La oficina de Armín estaba cerca del Museo Nacional de Bogotá, en plena avenida Séptima. Después de su almuerzo en “El Poblado”, un restaurante de comida antioqueña, mientras tomaba el cafecito, reflexionaba sobre cómo convencer a Vicente Fernández para que hiciera una gira por Colombia. El cantante, después de una amarga visita a Bogotá, no quería regresar a cantar. Había prometido no volver.
Armín, mientras tanto, presentaba a ídolos como Antonio Prieto, Leonardo Favio, Sandro, Rocío Durcal, Raphael, José Luis Perales, José Feliciano, Camilo Sesto, Paloma San Basilio, Libertad Lamarque y una docena de artistas más, pero en el álbum de sus conciertos no estaba Vicente Fernández Gómez, el cantante que había nacido en Guadalajara el 17 de febrero de 1940, pero que además era el ídolo en toda América, productor discográfico, actor y padre del también cantante Alejandro Fernández.
Ahora, desde su palacete en Miami, recuerda que, para esos años de finales de los ochenta, era muy complicado que el ídolo ganador de Premios como los Grammy y Lo Nuestro, con estrella de la fama en Hollywood y vendedor de más de 60 millones de copias de discos en el mundo, con una agenda repleta de conciertos en México, Estados Unidos y Centroamérica, pensara en Colombia.
Todos los martes, después de darse ánimo, Armín le marcaba a Darío De León, el mánager de Vicente Fernández, quien le repetía una y otra vez que el esposo de doña María del Refugio «Cuquita» Abarca Villaseñor no viajaría a Colombia.
Fueron dos años de insistencia y un martes, después de esa negativa, Armín le dijo a Mery, su consejera mayor y esposa: “Me voy a México”.
Ella, con su acento del eje cafetero le contestó: “Pero Armín, si le dijeron que no, ¿a qué va?”.
El empresario de Barrancabermeja, se levantó de la mullida silla, se ajustó el cinturón y le contestó: “Yo quiero que me lo diga en la cara, que no viene”.
Unos días después arribó al aeropuerto de México, buscó habitación en un hotel del Paseo La Reforma y desde la cama le marcó una vez más a Darío de León. “Estoy acá en México D.F. Vengo a firmar el contrato con Vicente”.
Al otro lado de la línea hubo silencio y le dijo el rubio empresario: “Mire Armín, Vicente borró del mapa a Colombia. Lo han llamado varias personas, pero él ha dicho que no”.
–Dígale, por favor, que he venido a firmar el contrato. Si no quiere ir, que me lo diga en mi cara. Nada más. Si me dice que no, pues me voy tranquilo. Llevo 2 años llamando cada martes, a usted le consta. No es la primera vez que hago un contrato. Puede hablar con otros mánager sobre mis compromisos. Muéstreme uno solo que le diga que yo lo incumplí. Yo no tengo la culpa de la existencia de empresarios irresponsables o de personas que no conocen este oficio.
Armín descargó un discurso convincente. El mánager le prometió que hablaría con el hombre de “La ley del monte”, “Las llaves de mi alma”, “Que te vaya bonito” y 30 grandes éxitos más.
Al día siguiente el mánager lo llamó: “Señor Armín: hablé con Vicente, no me dijo que no, pero tampoco me dio una afirmación. Él tiene una presentación en Monterrey este fin de semana. Lo espera allá y pueden hablar”.
–Pues voy a Monterrey, le contestó el empresario colombiano.
Darío le informó en qué hotel estarían.
Armín adquirió un boleto de avión para Monterrey. Cuando arribó a la capital del estado de Nuevo León, en el noreste de México, quedó impresionado con la ciudad, sus complejos centros industriales y sus montañas.
De esa ciudad el veterano empresario sibarita recuerda su gastronomía. “¡Cómo olvidar la arrachera, una carne espectacular! O los guisos de carne seca, la machaca con huevos y frijol, los cuajitos de Zuazua o la natilla! Eso es inolvidable.
Pero si algo lo dejó con la boca abierta fue cuando vio la plaza de toros que tenía un techo retráctil. “Uao”, dijo para sí Armín, mientras veía esa mole de construcción.
Disfrutó el concierto que Vicente Fernández, con su mariachi de uniformes negros y botones dorados, acompañaban al ídolo vestido de verde y adornos de plata. “Yo me gocé la presentación. La gente le cantaba en coro cada una de las canciones y sobre todo “Mujeres divinas” que era la del éxito de ese año. ¡Qué maravilla!”, cuenta ahora Armín mientras degusta una copa de vino francés.
Al día siguiente de la presentación, Vicente Fernández lo recibió en la suite. “Estaba vestido con una bata de seda, como las del míster Hugh Marston Hefner, sentado en un gran sillón, me saludó muy formal y me preguntó: ¿Qué busca el señor Torres? Yo no quiero ir a Colombia”.
–Vicente –le dije—llevo dos años marcando todos los martes a las 10 de la mañana a su oficina. Soy su admirador número uno. Sé sus canciones, pero esta voz no me deja interpretarlas, pero tengo una buena colección de sus álbumes. Soy el único empresario artístico capaz de hacer una gira con usted. Queremos llevarlo a Medellín, Santiago de Cali y Bogotá. Serán presentaciones en las plazas de toros y los Hoteles Intercontinental. Su plata está garantizada mediante cartas de crédito con el banco que desee. Esperaré sus requerimientos de sonido y de estadía y podremos hacer una gira sin problemas”.
Algo más dijo este carismático empresario colombiano que la cara de Vicente se iluminó y dibujando una sonrisa en su rostro dijo: «Armín: ¿entonces cuándo es que vamos a Colombia?”.
Debió quedarse un día más degustando platos en Monterrey. Hacia el mediodía firmó el contrato esperado.
Con las tres hojas en un fólder llegó a Colombia.
Vicente regresó al país. Más de 50 mil personas lo vieron en esas ciudades.
El último día, cuando ya subía al avión que lo llevaría a México, le dijo a Armín: “Me gusta tu abrigo”.
–¿Lo quiere llevar?
–Me fascina.
Armín se desprendió de la prenda europea, la compañera de sus travesías. Se iban con el ídolo ranchero, 2.500 dólares, pero para el empresario colombiano sabía que el cantante lo tendría en su corazón.
“He estado pendiente de su salud. No habrá otro como él. Ha sido el más grande ídolo de América Latina”, dice Armín y despacha con otra copa helada de vino francés.
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