Por María Angélica Aparicio P.
Si la moda desapareciera de todos los radares ¿qué pasaría con los zapatos brillosos, los collares llamativos, la viveza de las prendas, los trajes de seda, las corbatas anudadas o las camisas con mancuernas? Nada. Simplemente, no pasaría nada. Los fanáticos que se desviven por la moda retrocederían sus recuerdos para volver a la antigüedad y al medioevo. Retornarían a estas etapas avanzadas de la historia donde el vestido de los cavernícolas cambió su forma, su estilo y sus materiales de fabricación.
En las civilizaciones antiguas –como romanos y griegos– la moda fue parte del trajín diario de hombres y mujeres. Los egipcios privilegiaron las túnicas de color blanco, de talle largo, hechas de caña, juncos y lino, por encima de otros vestidos de la época. Adoptaron los collares, los brazaletes y las tobilleras como adornos imprescindibles de esas túnicas livianas, que lucieron en las ceremonias y en las guerras. Pronto la concibieron como una pieza imprescindible para soportar los calurosos días del año.
Como camisón largo que era, la túnica se llevó también entre los sumerios, griegos, bizantinos y hebreos. Era más fácil acomodar esa tela –delgada y suave– desde el cuello hasta los tobillos, que usar los taparrabos de los indígenas asiáticos, o los pantalones de piel de los esquimales. En tiempos de Jesús, la túnica se usó entre hombres y mujeres por igual, hasta los niños portaron esta prenda ancha, suelta, con o sin mangas, que caía deliciosamente sobre el cuerpo y que resultaba fácil de ceñir a la cintura.
Para enaltecer las túnicas, nació el calzado. Las sandalias se convirtieron en el zapato principal de la antigüedad. Los egipcios las elaboraban con tiras de juncos, con fibras vegetales y con cuero. En ocasiones, las hicieron con las puntas dobladas hacia arriba como símbolo de elegancia y poder. La clase pobre prefirió andar sin soportes para proteger los pies. Cuando salían a los mercados callejeros, amarraban las sandalias a un palo, y se iban descalzos, caminando.
Los romanos tomaron las sandalias como un elemento fundamental para sus ropajes. Las llamaron “cáligas”, y se las ataron a los tobillos con varias cuerdas fabricadas en cuero. Pronto se volvió costumbre mirar primero las” cáligas”, que posar los ojos en los ojos del otro. Descubrir qué tipo de calzado se usaba, era reconocer, rápidamente, la clase social que dominaba al oponente. Algunas sandalias tenían suelas acolchadas, lo que disparó, con este sencillo invento, su manufactura. Otras se destacaron por las suelas duras, ásperas, que chocaban contra el suelo.
La costumbre de llevar túnicas y sandalias como puntos de moda trascendió las fronteras, llegando a establecerse como elementos obligatorios entre los musulmanes de la edad media. Al llegar la época contemporánea –la actual– las mujeres de países árabes continuaron el disfrute de las túnicas que, por ley, debían cubrir completamente sus cuerpos. Pese al calor, el color de preferencia resultó ser el negro, pero podían lucirse azules, grises, marrones y rosadas. Los hombres escogieron las túnicas blancas de manga larga y sin cuello, trabajadas en lino. Desde los tiempos del profeta Mahoma, –siglo VI– combinaron este atuendo con turbantes elegantes enrollados en la cabeza, o con la kufiya –sombrero de tela a cuadros– que los distingue a kilómetros de distancia.
La verdadera revolución que ha acompañado a las túnicas árabes ha sido el célebre velo negro, cuyo uso ha generado toda una historia de comportamientos, hastíos y violencia. Miles de mujeres han buscado fórmulas para abolirlo como elemento decorativo, sin embargo, poco se ha conseguido. Dichos velos –de distintos estilos– no se llevan para causar elegancia entre los musulmanes, ni para coquetear con soltura en busca de novios o maridos. Es producto de un conjunto de leyes que se concentran en la Sharia, una clase de código –conjunto de normas– creado para la obediencia y el sometimiento del género femenino.
La Sharia prohíbe a las mujeres –niñas, adolescentes o adultas– mostrar su cuerpo en público. Ni un solo centímetro de la figura humana, ni cabello rubio, castaño o negro alguno, puede exponerse en los restaurantes, andenes, templos, plazas de cemento o zócalos. Hay penas para salir de casa sin el velo puesto, o penas para quitárselo con pretextos de calor, aburrición e incomodidad. La joven Mahsa Amini es el ejemplo más contundente de este insólito escenario: perdió su vida en el año 2022, en plena calle, por llevar mal puesto su bonito velo –conocido como chador–, de talle largo y color negro.
A pesar del intenso calor que hace en Afganistán, las mujeres siguen atadas al burka –una clase de manto largo– diseñado para que el rostro no provoque trastornos en el ámbito masculino. De todos los velos inventados por los árabes, el burka es el más difícil complemento para una túnica. Cubre la cabeza, los hombros y los brazos; tapa las narices, las orejas y las mejillas. Todo se esconde bajo la tela. Los ojos se mueven detrás de una diminuta rejilla –tejida como una red de pesca– a través de la cual, toda mujer, puede ver así los comestibles, los árboles, los parques, los semáforos, las tiendas, el entorno, la guapura de los hombres.
En Colombia, las mujeres de la cultura Wayuu –nuestras indígenas nativas– simpatizan desde hace años con la túnica. La llevan a toda hora, de día y de noche, como un símbolo tradicional de su grupo étnico. Son atuendos vistosos, de colores fuertes, en los que ningún color predomina sobre otro. La función de las telillas es hacer que la prenda brille con el sol para que se sientan atrayentemente guapas.
En las túnicas anaranjadas, azules, amarillas o verdes de nuestras indígenas Wayuu no cabría un burka por más que se le pintaran motivos de fauna y flora. Los cabellos al aire, o sujetos con las pañoletas de seda, rojas, azules, verdes, moradas o amarillas, como las lucen en la Guajira, hace que la túnica hable por sí misma: emiten juventud, alegría, movimiento, decoro. Las mujeres las exhiben con orgullo en el desierto, en sus bailes, en sus rancherías, en las rancherías de los vecinos que integran sus resguardos.
Las túnicas y los velos han cumplido una legendaria historia alrededor de nuestro planeta. Seguirán usándose entre las Wayuu y las musulmanas de países orientales, mientras los modistas mantengan en alto su delicadeza y la fuerza de los diseños.
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